Varias veces la
crítica es genérica y al “rico, como tal”. Este resulta depositario de
pocas virtudes y en cambio símbolo de múltiples defectos. Lo que en
realidad muestra una latente rebeldía contra el sistema vigente. En su justa medida, claro… Don Lazaro Flury escribió también sobre esto en su libro “Folklore prohibido” (Flury L., Ed.Colmegna, Sta. Fe, 1964), interesante por cierto. Tema este de lo “non sancto”, sobre el cual volveremos alguna vez. Su lectura, que encabeza con el dicho popular “la ley es como el embudo” es refrescante, y nos motivó para “robarle la idea” y transitar estas curiosas manifestaciones relacionadas entre folklore y proyección, con la crítica social como eje. Una simbiosis que nos parece mayor, mucho mayor que una simple “proyección”. Decía él al respecto: “Para imponer fórmulas asentadas en el privilegio no bastaba la fuerza, sino la fuerza al servicio del privilegio. Ese principio dio origen a la infalibilidad del poderoso, o la razón del rico. El pueblo desposeído comprendió sutilmente la trama y lo dijo a los cuatro vientos: “La ley es tela de araña, atrapa al chico pero deja escapar al grande”. Desde entonces “las razones de los pobres fueron campanas de palo” (ibídem:19). Entre tantos ejemplos posibles de este tipo de postura, tomamos “prestado” uno, y más precisamente el nº 60, del libro Cantares Tradicionales del Tucumán, de J. A. Carrizo que nos sirve además para ciertas analogías curiosas, de las que nos gusta presentar en el Pregón: El rico no piensa en Dios Por pensar en sus caudales Pierde los bienes eternos Por los bienes temporales Una insaciable codicia Tiene el rico donde se halla Y no hay cosa que no vaya Llevada de la avaricia El es dado a la impudicia Y de un vivir muy atroz Solo piensa en su reloj En su superfluo progreso Ocupado siempre en eso El rico no piensa en Dios El rico pone su anhelo En la plata y en el oro Que es el único tesoro Que tiene para consuelo Al bien lo busca en el suelo Como hacen los animales Los bienes espirituales Que ante Dios suelen servir El no los puede adquirir Por pensar en sus caudales Para el rico no ha de haber Ni cantidad que lo llene Porque él, en cuanto más tiene Tanto más quiere tener Lo que quiere es poseer Aunque sea bienes ajenos El se avanza en los terrenos Que junto al que compró están Por vivir en ese afán Pierde los bienes eternos Tiene el rico, y no equivoco, Terrena ambición febril Tiene ducados cien mil Todavía se le hace poco Y se suelta como loco Cercando los ventanales Mezquinando los caudales Poniendo en ellos la mira Porque ese infeliz aspira Por los bienes terrenales. Algunos ejes presentes en esta canción son interesantes y bastante explícitos: el origen europeo de este cantar, por caso, se aprecia no solo por el tema, sino por el uso de la expresión de ducados (como sinónimo de dinero). También resulta importante la crítica al afán por la tierra así como la búsqueda de “progreso” (como opuesta a la búsqueda interior). Sin perjuicio de ello (y de los análisis comparativos que los especialistas realizan con mucha mayor enjundia) lo que nos atrevemos a marcar aquí, es el ángulo de funcionalidad de esta canción como consuelo para quienes (evidente mayoría) ejercen menor posición económica. Esta crítica les consiente, les otorga, simbólicamente, una explícita superioridad moral. Reiteramos por caso estos versos: El es dado a la impudicia (…) Que es el único tesoro/ Que tiene para consuelo(… ) Al bien lo busca en el suelo/ Como hacen los animales (….) Lo que quiere es poseer/ Aunque sea bienes ajenos (…) Y se suelta como loco/ Cercando los ventanales(…) Porque ese infeliz aspira/ Por los bienes terrenales. En estas breves palabras, el rico es, para esta canción entonces: * impúdico, (dado a la impudicia) * no tiene (ni tendrá) consuelo, * es un animal (que busca en el suelo), * ladrón (“aunque sea bienes ajenos”), * loco (“cercando ventanales”, es decir cerrándose a la luz, obviamente espiritual) * y en definitiva infeliz (por querer bienes terrenales) No parecería socialmente fácil poder endilgarle al poderoso tantos insultos juntos, si éstos no vinieran rodeados del “prestigio” de la religión cristiana y de la tradicionalidad del conocimiento heredado. Ejercitados además en ámbitos subalternos. En los que Pablo Alabarces recomendaría evitar “el riesgo de caer en autonomización populista o en la celebración del fragmento aislado donde el débil se hace fuerte y celebra su identidad, sin ver las ocasiones en que el poderoso le marca los límites de lo legítimo y lo enunciable”.La religiosidad nos parece menos importante que la denuncia social, para este caso. Que nos muestra la rebeldía, detectada ya en los inicios del siglo XX, por el gran recopilador Pero esto no es todo… en el próximo número, habrá más versos “rebeldes” |
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domingo, 19 de agosto de 2012
Riquezas criticadas
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