domingo, 19 de agosto de 2012

Riquezas criticadas



Riquezas criticadas
Riquezas criticadas
Canciones religiosas llama don Juan Alfonso Carrizo a esas que como forma tienen una cuarteta octosilábica y sus versos luego se repiten al final de cada décima, que además, claro presentan como fondo la divulgación cristiana. Éstas, como tantas otras poesías anónimas recogidas, tienen antecedentes universales y contenidos que, a veces, se separan de los estrictamente eclesiásticos. Mirar en alguna de ellas la crítica social implícita (o explícita) que el portador de esa canción ejecuta en comunidad, y por lo mismo adquiere una parte de “certeza colectiva” para su mensaje, no es una mala costumbre… Rincones curiosos Riquezas criticadas- primer parte (por Carlos Molinero)
 
Varias veces la crítica es genérica y al “rico, como tal”. Este resulta depositario de pocas virtudes y en cambio símbolo de múltiples defectos. Lo que en realidad muestra una latente rebeldía contra el sistema vigente. En su justa medida, claro… Don Lazaro Flury escribió también  sobre esto en su libro “Folklore prohibido” (Flury L., Ed.Colmegna, Sta. Fe, 1964), interesante por cierto. 

Tema este de lo “non sancto”, sobre el cual volveremos alguna vez. Su lectura, que encabeza con el dicho popular “la ley es como el embudo” es refrescante, y  nos motivó para “robarle la idea” y transitar estas curiosas manifestaciones relacionadas entre folklore y proyección, con la crítica social como eje. Una simbiosis que nos parece mayor, mucho mayor que una simple “proyección”. Decía él al respecto: “Para imponer fórmulas asentadas en el privilegio no bastaba la fuerza, sino la fuerza al servicio del privilegio. Ese principio dio origen a la infalibilidad del poderoso, o la razón del rico. El pueblo desposeído comprendió sutilmente la trama y lo dijo a los cuatro vientos: “La ley es tela de araña, atrapa al chico pero deja escapar al grande”. Desde entonces “las razones de los pobres fueron campanas de palo” (ibídem:19).
Entre tantos  ejemplos posibles de este tipo de postura, tomamos “prestado” uno, y más precisamente el nº 60, del libro Cantares Tradicionales del Tucumán,  de J. A. Carrizo  que nos sirve además para ciertas analogías curiosas, de las que nos gusta presentar en el Pregón:


El rico no piensa en Dios
Por pensar en sus caudales
Pierde los bienes eternos
Por los bienes temporales

Una insaciable codicia
Tiene el rico donde se halla
Y no hay cosa que no vaya
Llevada de la avaricia
El es dado a la impudicia
Y de un vivir muy atroz
Solo piensa en su reloj
En su superfluo progreso
Ocupado siempre en eso
El rico no piensa en Dios

El rico pone su anhelo
En la plata y en el oro
Que es el único tesoro
Que tiene para consuelo
Al bien lo busca en el suelo
Como hacen los animales
Los bienes espirituales
Que ante Dios suelen servir
El no los puede adquirir
Por pensar en sus caudales

Para el rico no ha de haber
Ni cantidad que lo llene
Porque él, en cuanto más tiene
Tanto más quiere tener
Lo que quiere es poseer
Aunque sea bienes ajenos
El se avanza en los terrenos
Que junto al que compró están
Por vivir en ese afán
Pierde los bienes eternos

Tiene el rico, y no equivoco,
Terrena ambición febril
Tiene ducados cien mil
Todavía se le hace poco
Y se suelta como loco
Cercando los ventanales
Mezquinando los caudales
Poniendo en ellos la mira
Porque ese infeliz aspira
Por los bienes terrenales.


Algunos ejes presentes en esta canción son interesantes y bastante explícitos: el origen europeo de este cantar, por caso, se aprecia no solo por el tema, sino por el uso de la expresión de ducados (como sinónimo de dinero). También resulta importante la crítica  al afán por la tierra así como la búsqueda de “progreso” (como opuesta a la búsqueda interior). Sin perjuicio de ello (y de los análisis comparativos que los especialistas realizan con mucha mayor enjundia) lo que nos atrevemos a marcar aquí, es el ángulo de funcionalidad de esta canción como consuelo para quienes (evidente mayoría) ejercen menor posición económica. Esta crítica les consiente, les otorga, simbólicamente,  una explícita  superioridad moral. Reiteramos por caso estos versos:

El es dado a la impudicia (…) Que es el único tesoro/ Que tiene para consuelo(… )
Al bien lo busca en el suelo/ Como hacen los animales (….) Lo que quiere es poseer/ Aunque sea bienes ajenos (…)  Y se suelta como loco/ Cercando los ventanales(…) Porque ese infeliz aspira/ Por los bienes terrenales.


En estas breves palabras, el rico es, para esta canción entonces:
* impúdico, (dado a la impudicia)
* no tiene (ni tendrá) consuelo,
* es un  animal (que busca en el suelo),
* ladrón (“aunque sea bienes  ajenos”),
* loco (“cercando ventanales”, es decir cerrándose a la luz, obviamente espiritual)
* y en definitiva infeliz (por querer bienes terrenales)

No parecería socialmente fácil poder endilgarle al poderoso tantos insultos juntos, si éstos no vinieran rodeados del “prestigio” de la religión cristiana y de la tradicionalidad del conocimiento heredado. Ejercitados además en ámbitos subalternos. En los  que Pablo Alabarces recomendaría  evitar “el riesgo de caer en autonomización populista o en la celebración del fragmento aislado donde el débil se hace fuerte y celebra su identidad, sin ver las ocasiones en que el poderoso le marca los límites de lo legítimo y lo enunciable”.La religiosidad nos parece menos importante que la denuncia social, para este caso. Que nos muestra la rebeldía,  detectada ya en los inicios del siglo XX, por el gran recopilador
     Pero esto no es todo… en el próximo número, habrá más versos “rebeldes”

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