LOS VIAJES POR LA PAMPA
Muy difícil se nos hace, acostumbrados a las comodidades que nos brindar los vehículos modernos, llegar a imaginar lo que era viajar por la pampa a fines del siglo XIX.
Estos viajes, en los que tardaban meses, se ha
Muy difícil se nos hace, acostumbrados a las comodidades que nos brindar los vehículos modernos, llegar a imaginar lo que era viajar por la pampa a fines del siglo XIX.
Estos viajes, en los que tardaban meses, se ha
cían solamente debido a una necesidad imperiosa.
Los peligros e incomodidades eran de todo tipo y para todos los gustos.
Si era necesario transportar algo de gran tamaño o volumen, las carretas eran lo indicado. Se movían a paso de hombre tiradas por cansinos bueyes, el ruido ensordecedor de las enormes ruedas de madera, girando sobre los ejes del mismo material, producían una especie de queja que se escuchaba a kilómetros de distancia.
Si el viaje era de los que pomposamente se los llamaba “ligeros”, las pocas ofertas de algunos pioneros en esto del transporte brindaban desvencijadas galeras que recorrían el trayecto desde el punto de partida hasta el de meta haciendo paradas en postas. Para ello se utilizaban los primeros “caminos” que se iban abriendo paso en la pampa inhóspita en base a las llamadas “rastrilladas”.
A la pampa se entraba por varios caminos, el camino de la Costa, aquel que recorriera Juan de Garay en 1581, que saliendo de Ensenada, cruzando el Samborombón el Salado después, seguía casi bordeando el mar hasta la zona de Mar Chiquita.
El Camino de Dolores, Del Sur, o de las Tropas, que partiendo de Buenos Aires, circundaba Quilmes, cruzaba el Samborombón, tocaba Chascomús y cruzando el Salado llegaba a Dolores. Aquí se abría con dos destinos, uno hasta pasarlos Montes del Tordillo y el otro hasta Bahía Blanca.
El camino de Napostá, saliendo de Buenos Aires, cruzaba Cañuelas, tocaba San Miguel del Monte y bordeando los arroyos Romero y Tapalqué, llegaba también a Bahía Blanca.
El Camino de Salinas, salía de Luján, actual Mercedes y se internaba en la pampa por el oeste, cruzaba el salado a la altura de Chivilcoy y llegaba a las Salinas Grandes. Esta ruta era la más utilizada en la época colonial, pues era por la que se transportaba la sal. Empalmando luego con la “gran rastrillada” o “Camino de los Chilenos”, Tapalqué, Guaminí, Carhué y pasando por la Ventana, bordeaba a Bahía Blanca y llegaba hasta Carmen de Patagones.
El Camino del Salado desde San Miguel del Monte a Tandil.
El camino de Chascomús a Azul
El camino a Junín, de Luján a Areco, pasaba por Salto y Junín y de allí por Mar Chiquita hasta el Río Quinto.
Y, quizás el más viejo y recorrido, el camino a Córdoba, Mendoza y que llegaba a Chile.
Todas estas rutas estaban formados por las pisadas de las bestias, eran anchos lo que permitía galopar a varios jinetes en línea y tenían lo imprescindible, había agua y pastos en abundancia.
A la vera de los caminos, se iban intercalando sitios donde proveerse de las cuatro cosas imprescindibles para un viaje semejante: carne, agua, leña y pastos. El nombre que recibirían estos lugares sería el de Postas, y alrededor de ellas se moverá en gran medida la actividad de la campaña durante largo tiempo. Estas postas eran, en principio, un simple rancho de barro y paja, pobres en todo, salvo en vinchucas. Allí, el maestro de postas (suntuosas título que solía recaer en algún gaucho venido a menos) facilitaba los caballos de remuda, ofrecía algo de beber, daba noticias sobre el estado del camino y recibía su vez informaciones de orden general.
Los viajeros bajaban a estirar las piernas, a churrasquear, a veces a hacer noche. Después se abría otra vez ante ellos, limpia, ilimitada, la llanura que la galera recorría al galope reventando en jornadas agotadoras a esos pobres caballos a quienes azuzaban con gritos y el agitar de los arriadores.
No era fácil, los peligros estaban a la orden del día, malones, salteadores, ríos crecidos, pantanos donde los caballos se hundían hasta la panza y las galeras hasta media rueda.
Pero la seguimos mañana.
En la foto de 1880 una galera cruzando un río en la zona de Tandil.
Los peligros e incomodidades eran de todo tipo y para todos los gustos.
Si era necesario transportar algo de gran tamaño o volumen, las carretas eran lo indicado. Se movían a paso de hombre tiradas por cansinos bueyes, el ruido ensordecedor de las enormes ruedas de madera, girando sobre los ejes del mismo material, producían una especie de queja que se escuchaba a kilómetros de distancia.
Si el viaje era de los que pomposamente se los llamaba “ligeros”, las pocas ofertas de algunos pioneros en esto del transporte brindaban desvencijadas galeras que recorrían el trayecto desde el punto de partida hasta el de meta haciendo paradas en postas. Para ello se utilizaban los primeros “caminos” que se iban abriendo paso en la pampa inhóspita en base a las llamadas “rastrilladas”.
A la pampa se entraba por varios caminos, el camino de la Costa, aquel que recorriera Juan de Garay en 1581, que saliendo de Ensenada, cruzando el Samborombón el Salado después, seguía casi bordeando el mar hasta la zona de Mar Chiquita.
El Camino de Dolores, Del Sur, o de las Tropas, que partiendo de Buenos Aires, circundaba Quilmes, cruzaba el Samborombón, tocaba Chascomús y cruzando el Salado llegaba a Dolores. Aquí se abría con dos destinos, uno hasta pasarlos Montes del Tordillo y el otro hasta Bahía Blanca.
El camino de Napostá, saliendo de Buenos Aires, cruzaba Cañuelas, tocaba San Miguel del Monte y bordeando los arroyos Romero y Tapalqué, llegaba también a Bahía Blanca.
El Camino de Salinas, salía de Luján, actual Mercedes y se internaba en la pampa por el oeste, cruzaba el salado a la altura de Chivilcoy y llegaba a las Salinas Grandes. Esta ruta era la más utilizada en la época colonial, pues era por la que se transportaba la sal. Empalmando luego con la “gran rastrillada” o “Camino de los Chilenos”, Tapalqué, Guaminí, Carhué y pasando por la Ventana, bordeaba a Bahía Blanca y llegaba hasta Carmen de Patagones.
El Camino del Salado desde San Miguel del Monte a Tandil.
El camino de Chascomús a Azul
El camino a Junín, de Luján a Areco, pasaba por Salto y Junín y de allí por Mar Chiquita hasta el Río Quinto.
Y, quizás el más viejo y recorrido, el camino a Córdoba, Mendoza y que llegaba a Chile.
Todas estas rutas estaban formados por las pisadas de las bestias, eran anchos lo que permitía galopar a varios jinetes en línea y tenían lo imprescindible, había agua y pastos en abundancia.
A la vera de los caminos, se iban intercalando sitios donde proveerse de las cuatro cosas imprescindibles para un viaje semejante: carne, agua, leña y pastos. El nombre que recibirían estos lugares sería el de Postas, y alrededor de ellas se moverá en gran medida la actividad de la campaña durante largo tiempo. Estas postas eran, en principio, un simple rancho de barro y paja, pobres en todo, salvo en vinchucas. Allí, el maestro de postas (suntuosas título que solía recaer en algún gaucho venido a menos) facilitaba los caballos de remuda, ofrecía algo de beber, daba noticias sobre el estado del camino y recibía su vez informaciones de orden general.
Los viajeros bajaban a estirar las piernas, a churrasquear, a veces a hacer noche. Después se abría otra vez ante ellos, limpia, ilimitada, la llanura que la galera recorría al galope reventando en jornadas agotadoras a esos pobres caballos a quienes azuzaban con gritos y el agitar de los arriadores.
No era fácil, los peligros estaban a la orden del día, malones, salteadores, ríos crecidos, pantanos donde los caballos se hundían hasta la panza y las galeras hasta media rueda.
Pero la seguimos mañana.
En la foto de 1880 una galera cruzando un río en la zona de Tandil.
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