jueves, 23 de agosto de 2012

“EL REBENQUE DE PLATA”.

“EL REBENQUE DE PLATA”.Pieske Carlos Ernesto
Cuántas de estas cosas pasan en nuestra pampa bonaerense…y yo les voy a contar una.
Ramón Ríos y Esteban Pardales, eran vecinos. Ambos eran puesteros de años en los respectivos campos que cuidaban.
Se conocían desde tiempo inmemorial. Ríos había tenido mujer pero hacía años que había enviudado; Pardales era solterón, nunca había querido compartir su “durar” con mujer alguna, “Pa’ que traer una china a esta soledad y pobreza”, se decía siempre.
Eran ambos “cascarrabias” y de alguna manera la soledad de la pampa los habían vuelto un poco irascibles.
Sin embargo, en el fondo de sus almas un sentimiento de compañerismo y amistad los unía y todos los días, luego de recorrer el campo y antes de que la luna comenzara a absorber la poca claridad que el sol había dejado en el atardecer, se juntaban, alambrado de por medio y daban suelta a esas ganas de charlar que siempre tienen aquellos que ha pasado todo el día en la soledad más absoluta.
Jamás eran conversaciones tranquilas, siempre surgía un motivo de discusión: “si la luna se había hecho con agua”; “si los sueldos que pagaban los patrones eran los correctos o no” la cuestión era que todos los días terminaban su charla en una discusión que hacía, noche ya casi, que cada uno marchase a su casa, refunfuñando por no ponerse de acuerdo y a veces hasta sin casi saludarse.
En el trayecto a sus respectivos ranchos, cada uno por su lado, tenían los mismos pensamientos: “No sé para qué todos los días me junto con este viejo rezongón, cuánto mejor estaría si un día de estos desaparece”... y otras elucubraciones del mismo tenor.
Sin embargo, al otro día, a la hora de la oración, ambos encaminaban sus caballos al mismo lugar, al mismo poste del alambrado divisorio de los campos.
Ríos tenía un hermoso rebenque de cabeza de plata, Pardales siempre se lo envidiaba sanamente y a veces el comienzo de la conversación o mejor dicho de la pelea del día era por el comentario que hacía este último con respecto a esa prenda de lujo: “¡Que ricachón se habrá descuida ‘o pa ´que usted tenga semejante rebenque!”. Listo, la discusión y pelea diaria ya estaba en curso.
Había días en que si alguno de los dos se atrasaba a la cita, el otro, haciéndose el que se le había aflojado la cincha o alguna otra excusa, hacía tiempo esperando la consabida reunión. Finalmente el otro se presentaba, a veces con el caballo muy sudado, por haberse apurado en llegar.
Un día Pardales se cansó de esperar, revisó todo el alambrado de su lado, acomodó su recado y otras tareas innecesarias, esperando, sin que Ríos llegara al diario encuentro; finalmente con la noche ya cerrada, se alejó rumbo a su casa refunfuñando: “No sé qué le habrá pasado a ese viejo retoba ‘o. Pero por un lado mejor, estoy más tranquilo sin él.”
Durante los dos días siguientes Pardales no dejó de llegar a la cita sin que Ríos se presentara, pero no queriendo reconocer que extrañaba a su amigo.
Al tercer día, estando mateando y pensando en qué pasaría con Ríos, llega otro vecino de un campo más distante, baja de su caballo y entregándole una bolsa de arpillera bien doblada le dice: “Pobre Ríos, ahora sí va a descansar, hace tres días lo encontraron muerto en el puesto. Le dejó esto para usted”.
Dicho esto, montó en su caballo y se marchó.
Impactado por la noticia recibida, Pardales, que había quedado pálido y mudo, abrió la bolsa y encontró envuelto en ella el rebenque de plata y una nota garabateada con lápiz en un trozo arrugado de papel que decía : “Esto es pa´usté, pa´que no me envidie más”.
Y recién en ese momento reaccionó y se puso a llorar desconsoladamente como solo lo hacen los varones de buena entraña...

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