Salta El misterioso refugio del demonio revive en los cuentos de viejos gauchos de Salta
La leyenda de la salamanca, la guarida del diablo
Por Robustiano Pinedo, El Tribuno
La leyenda de la salamanca, la guarida del diablo
“Mandinga
abrime la puerta, le dije cuando llegué. No le tengo miedo a nada
cansado de padecer. Entrá nomás gaucho pobre, que nada te ha de pesar,
viniendo a mi Salamanca ya nada te ha de faltar”, dice la chacarera. El
diablo es centro de noche, por oposición a Dios, que es centro de luz.
Uno arde en un mundo subterráneo y el otro brilla en el cielo. Pero en
Salta, el “príncipe de la mentira” vive en la salamanca.
La salamanca es el refugio del diablo.
Pocas veces deja su madriguera. Se sabe del primero de agosto y en
carnaval, donde gusta lucirse en todas las artes del campo. Es diferente
al colorido mandinga jujeño que gusta pasearse entre los mortales, con
su cola y sus espejos multicolores. El diablo salamanequero de Salta es
el “mejor de todos los gauchos”.
Cuentan que tiene un caballo bien puesto,
sin imperfecciones, chispeante en las piedras y nervioso. Algunos dicen
que es negro como la noche y que el ruido de sus pasos es musical. El
ensillado derrocha plata y buen gusto. Lleva caronas de tigre con
punteras chapeadas y lonja pescuecera grañada de tres vueltas, hecha con
cuero de anta. Como buen gaucho mostrar sus prendas y ensilla para el
carnaval para hacer crecer la envidia y el deseo.
El Mandinga salteño es arisco, no se anda
mostrando. Se lo ve en la Salamanca y sólo la abandona unos días, en
tiempos de carnaval donde revive despertado por las coplas picarescas y
el trance de la chicha. Ese es el momento para recolectar las almas de
sus adoradores más despistados. Se aparece en las carpas y y en los
grandes bailes, humanizado en forma de gaucho rico. Lleva una faja de
seda negra cubierta de una rastra con monedas de plata. Viste traje
oscuro con guarda de abejas y puñal “de filo y contra-filo”, con mango
de plata terminado en una punta de asta de ciervo.
Va a la carpa a divertirse, para
aprovechar su escaso tiempo humanizado, libre de sus pinchudas astas y
filosa y hedionda cola. Conquista chinitas para su entretenimiento y
hombres para comprarles el alma. En la vida sencilla del gaucho los
tienta con ofertas de éxito y grandes habilidades. Gusta del alcohol,
pero no del vino, “porque es sagrado”. Anda derecho, con buena postura y
fuma. Luce poncho salteño.
Sólo se lo detecta por un defecto que
siempre trata de ocultar, pero que en su vanidad por el baile termina
descubriendo: sus piernas le terminan en una pata de cabra y a veces de
gallo. La disimula por debajo de la mesa. Al ser un eximio bailarín, la
música lo hace zapatear, pero espera que se levante un poco de polvo en
el patio antes de lanzarse a la pista. Camuflado en la polvareda “baila
con una china, después con otra, después con la más linda y cuando tiene
la atención de todos por su elegancia y su gracia... desaparece”. Es el
gran creador de la discordia y generalmente lo consigue por la codicia
de los hombres, tentados con ilusiones de riqueza y grandeza.
Los dones que cambia por un alma siempre
tienen una relación con lo lúdico y la vida sencilla del gaucho, porque
tiene los mismos gustos y “porque es difícil tentar al que tiene”. El
paisano vende su alma para ser dichoso en el amor; indescifrable
jugador; pialador de lazo indestructible; bailarín o guitarrero; domador
o imbatible cuchillero, “visteador de ley” que nadie le marca la cara.
Pero la creencia dice que cuantos más beneficios se entregan en la vida
terrena, más rápido se lleva el alma Mandinga.
Según los viejos, los contratos pueden
ser de 5 a 20 años, según las pretensiones y la habilidad para negociar
de cada hombre. La plata y el poder son de la partida. Son conocidos los
casos de hombres que hicieron “20 mil cabezas de ganado sin más que
tres vacas”. Aunque, según dicen, esa fortuna “nunca les dura a los
hijos del endiablado”.
El contrato se rubrica en tinta china
indeleble, para que no se borre al momento de cobrar el alma. Es de una
sola copia y la guarda siempre el diablo para mostrarlo a la hora
señalada. Al vencimiento del maligno contrato los gauchos desaparecen
“como por arte del diablo”. Algunos intentan recular y recuerdan como
fueron tentados en el fervor opificante de la chicha, que hace pasar los
días como horas, cuando la voluntad está blandita. Pero a Mandinga
nadie le pisa el poncho. Es un excelente peleador que da brincos y
cabriolas imposibles de igualar, por eso dicen que”quién se le anima es
finado”.
La guarida
Cuentan que los acordes que se escuchan
son de música sublime y que nunca se borran de la memoria. Adentro el
entrevero, la puerta del infierno en la tierra, que revienta en un
jolgorio si se corrompe un alma.
Físicamente se describe a la Salamanca
como una cueva o un socavón. También como un gran pozo cerca de un río o
en una quebrada profunda. Ahí se refugia el diablo y las "almas
endiabladas". La Salamanca vive su máximo esplendor durante el carnaval,
aunque vibra en un festín diabólico cuando se transforma un alma al
demonio.
Aparentemente, según testimonios, las
salamancas van desapareciendo. "Son cosas de antes, ya no se acostumbra a
escuchar". Otros dicen que se mudaron a lugares más recónditos, lejos
de las poblaciones. En San Lorenzo, por mencionar sólo dos, se recuerdan
las de la Loma Balcón y la de la Quebrada. En Campo Quijano, el
coleccionista de leyendas Ramón Aguilar menciona la salamanca de Las
Bandurrias y la de Tres Zanjones.
En Cerrillos, el historiador y cronista
Luis Borelli revive en sus memorables fábulas, las aventuras de un zorro
y un tigre en la salamanca de Villa los Tarcos. Muy cerca de la loma
que quedara pelada luego de la pelea entre Mandinga y el sacristán
"Indio Miguel". Según cuenta la leyenda, el indio-cura achuró a planazos
con su cuchillo al diablo-gaucho, luego de mostrarle un crucifijo y por
eso no crece el pasto en el lugar. También mencionan una salamanca
cerca de donde se instalaba la Carpa La Barbarita, en épocas de antaño.
El embajador argentino en Bolivia, el
jujeño Horacio Macedo tiene en su casa guardado como un pequeño tesoro
un mapa antiguo que marca las 10 salamancas más importantes de Salta y
Jujuy. El Tribuno intentó obtener una copia, pero no pudo contactarse con el diplomático kirchnerista.
Pero a las salamancas no las detecta
cualquiera. La entrada es aun más exclusiva que el casamiento de un
príncipe inglés. "Tenés que andar buscando, tener el alma predispuesta
al diablo", cuentan los viejos. Para los que no están dispuestos, la
música no se manifiesta. "El que lo busca, lo halla". Es condición la
valentía y algunos buscan al diablo para medir sus habilidades. Borelli
describe que para entrar a la salamanca hay que "llevar ruda macho en la
mano izquierda, una hoja de higuera en el ojal y perfume de flor de
alfalfa". La contraseña es: "Furia, furia, furia".
Adentro el gran salón donde los animales están humanizados y suena la música de violines y bombos endiablados.
Aseguran que es "deslumbrante y
terrorífico al mismo tiempo". Relatos sostienen que la salamanca está
iluminada con "lámparas de aceite humano, grandes cortinados de telas y
marmolería fastuosa. En el fondo está el trono de Mandinga, que elige
animales pillos y pícaros como el zorro; el quirquincho; el sapo o el
yaraví y hasta a un zorrino le pone voz de tenor. Al declarar el baile,
Mandinga grita: "Es hora de licencia. Salamanca".
martin lertora | |||
Va un verso de Juan Carlos Dávalos:
La Salamanca
Arreando ganado, camino de Chile,
tres cargas perdimos en un cañadón.
En unas aguadas, al cerrar la noche,
fuimos a toparlas, yo con otro peón.
Lejos, a trasmano, quedaba la tropa,
la noche era oscura, pesado el tirón.
De cama, a la espera que brille la luna,
en lo seco echamos apero y jergón.
Calculo sería más de media noche,
cuando nos despierta singular rumor:
cantar de mujeres y tun tún de cajas,
que el viento traía con distinto son.
- Sin duda de fiesta - dije - en estos pagos
andará gente, pues sábado es hoy.
¿Qué tal que vayamos a buscar el baile?
Dijo el compañero: - Güeno, vámonos.
Maneamos las mulas y a pie nos largamos,
ya oíamos cerca sonar el rumor.
En una quebrada, doblando un recodo,
un rancho a la vista se nos presentó.
Ni perro, ni luces, ni fuego en el rancho...
cada vez más cerca se oía el rumor,
agora de gritos y de carcajadas,
y de juramentos y de confusión.
Al filo de un cerro pareció la luna,
patente, un guanaco sobre ella pasó;
calcado en el cielo bajó por el filo,
y agudo relincho los aires llenó.
Mal agüero es éste - dijo el compañero -
que toda esa bulla se me hace ilusión.
Recemos un credo, que aquí es Salamanca,
y de ella nos libre por siempre el Señor.
tres cargas perdimos en un cañadón.
En unas aguadas, al cerrar la noche,
fuimos a toparlas, yo con otro peón.
Lejos, a trasmano, quedaba la tropa,
la noche era oscura, pesado el tirón.
De cama, a la espera que brille la luna,
en lo seco echamos apero y jergón.
Calculo sería más de media noche,
cuando nos despierta singular rumor:
cantar de mujeres y tun tún de cajas,
que el viento traía con distinto son.
- Sin duda de fiesta - dije - en estos pagos
andará gente, pues sábado es hoy.
¿Qué tal que vayamos a buscar el baile?
Dijo el compañero: - Güeno, vámonos.
Maneamos las mulas y a pie nos largamos,
ya oíamos cerca sonar el rumor.
En una quebrada, doblando un recodo,
un rancho a la vista se nos presentó.
Ni perro, ni luces, ni fuego en el rancho...
cada vez más cerca se oía el rumor,
agora de gritos y de carcajadas,
y de juramentos y de confusión.
Al filo de un cerro pareció la luna,
patente, un guanaco sobre ella pasó;
calcado en el cielo bajó por el filo,
y agudo relincho los aires llenó.
Mal agüero es éste - dijo el compañero -
que toda esa bulla se me hace ilusión.
Recemos un credo, que aquí es Salamanca,
y de ella nos libre por siempre el Señor.
No paso otros... pa no escalofriarlos!
Abrazo entreverao con lluvia y noche sin
estrellas con chistidos de lechuza...
Luis Hardoy
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