viernes, 31 de agosto de 2012

Eladia Blázquez

Eladia Blázquez (Avellaneda , 24 de febrero de 1931 - ibídem, 31 de agosto de 2005) fue una cantante y compositora argentina de Tango, considerada como la poetisa de dicho género, supo conquistar el cariño de la gente con su arte y su coherencia.

Historia

Hija de una humilde familia de inmigrantes españoles Eladia nació el 24 de febrero de 1931 en Gerli (Avellaneda, Buenos Aires). En 1970 grabó su primer disco de tango, irrumpiendo en el machismo tanguero cuando este género se encontraba en plena crisis. Además de cantante, compositora, y autora se consagró como pianista y guitarrista. Escribió dos libros: Mi ciudad y mi gente y Buenos Aires cotidiana, también varias letras para los folkloristas Ramona Galarza y Los Fronterizos . Fue nombrada Hija dilecta de la ciudad de Avellaneda en 1988 y Ciudadana Ilustre de Buenos Aires en 1992. La apodaban la "Discépolo con falda" , debido a su gran talento para escribir. Sin embargo, durante su carrera
 y aún en la actualidad sigue siendo muy criticada por los "puristas" tangueros, quienes la acusan de ser irregular respecto a la calidad de sus piezas musicales.

Compuso temas de variados estilos, que contaron siempre con intérpretes de primer nivel. Primero fue la canción española, luego la melódica y sudamericana; más tarde, el folklore y finalmente la atraparon el tango y la balada.

Entre sus canciones más populares encontramos: El corazón al sur, Sueño de barrilete, Mi ciudad y mi gente, Honrar la vida, Que vengan los bomberos, Bien nosotros, A un semejante, Con las alas del alma, Si Buenos Aires no fuera así, Somos como somos, Sin piel, Prohibido prohibir, Si somos gente y Convencernos.

Murió el 31 de agosto de 2005 , en la Clínica Bazterrica ubicada en la ciudad de Buenos Aires, a los 74 años, debido a un cáncer terminal que padecía desde varios años antes.

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LA TROPILLA DE NUESTRO GAUCHO

LA TROPILLA DE NUESTRO GAUCHO

Eran otros tiempos. Recuerdo que allá por la década de 1950 mi padre era mayordomo de estancias. 
Establecimiento de grandes extensiones (7 u 8.000 hectáreas) poblados de vacas u ovinos y con algún sector dedicado a la agricultura.
Por lo general en los extremos del campo existían uno o dos puestos que ejercían de apoyo a los paisanos que salían de recorrida y tambié
n de vigilancia.
Eran otros tiempos, dije, sí, aquellos que se permitía a la peonada, numerosa por cierto, tener sus propios caballos aquel que contaba con tropilla propia. Para esto había dos premisas, no escritas en ningún lado pero que se respetaba a rajatabla por ambas partes, los animales se usarían para el trabajo diario y las tropillas no debían superar los ocho animales contando la madrina.
Recuerdo que había entre la peonada, una especie de competencia a ver quien mantenía mejor los animales. Gordos, lustrosos, los domingos, aquellos que no se alejaban de la estancia se dedicaban a “arreglar” sus caballos a los que tusaban, desvasaban, desranillaban y rasqueteaban con la dedicación de verdadero “coufier” equinos.
Aquellos con mejor suerte o de mayores recursos económicos la tenían de un solo pelo, pero creo que eso era simplemente por gusto. La elección de los animales se hacía generalmente por las aptitudes del animal.
El cuidado de los mismos era estricto para estos gauchos, recuerdo aun, en horas de la siesta, algún caballo atado a la sombra con un morral con maíz que se había sacado de la troja general. 
Había una tropilla mayor, ésta compuesta por 15 o 20 animales, de propiedad de la estancia y a los que echaban mano aquellos que no tenían los suyos propios.
Este preámbulo sirva para contar lo que me sucedió durante una exposición de mis obras y en la que presentaba la escultura de la foto y que se titula: “Tropilla Argentina”.
Se acercaron tres “gauchitos”, de aquellos que, aunque recién salidos del cascarón se creen que se las conocen todas y mirando la escultura hacían comentarios como: “Cha’ que están gordos los pingos”. “Lindos para mandarlos al tacho”; “Sí con estos solos, seguro que llenás una jaula”.
Entonces, de regreso a casa, surgieron estas décimas que quiero compartir con ustedes y que las titulé, precisamente: “TROPILLA ARGENTINA”

Lindos “mansos” me han salido,
si les noto hasta el penacho,
“nunca un gaucho manda al tacho
ni al matungo más jodido”...
Es por eso que les pido,
en forma muy elegante
que averigüen como en antes
mantenían los paisanos,
sus caballos, gordos, sanos,
relucientes y elegantes.

La moda que se tenía,
era de siete animales,
lo más parejos e iguales
pa’ montar uno por día.
El gaucho los elegía
según la labor que hacer,
un manso pa’ recorrer,
un ligero pa’ bolear,
y algún guapo pa’ pechar
hasta un toro sin temer.

Seguro que iba a tener
un caballo coscojero
con un recado dominguero
por solo gusto y placer,
y de paso para ver,
si en el baile en un floreo
en ese día de recreo,
al pasuco anca blandita,
sube una moza bonita
para salir de paseo.

En una buena tropilla,
nunca falta el redomón
al que le deja un mechón
hecho de forma sencilla.
Uno de pecho y de silla
pa’ usarlos en la ocasión
de llevar algo al rastrón
o atarlo a una jardinera
y si el destino quisiera
hasta tirar de un vagón.

No faltará el parejero
para una “depositada”,
y al que siempre reservaba
por ser un pingo ligero.
Y pa’ lo último quiero,
dejar la yegua madrina,
chica, criollaza y bien fina
y de algún color rarón
pa’ que llame la atención
en la tropilla argentina.

Carlos Ernesto Pieske

jueves, 30 de agosto de 2012

viernes, 24 de agosto de 2012

Familia Avar Saracho

PEQUEÑA HISTORIA DEL MATE

25 de abril

PEQUEÑA HISTORIA DEL MATE

Ante la falta y los valores que se están pagando por el “oro verde”, como en algunas épocas se la conoció a nuestra nunca bien ponderada yerba mate, me pareció oportuno entregar esta investigación que hice algunos años atrás para una charla que di en el Museo Pampeano de Chascomús, pues no todos conocen la historia del mate, controvertida si las hay.
El mate es
nuestra bebida nacional por antonomasia, eso no lo podemos negar de ninguna manera.
Falta que alguien se encuentre solo, para que marche a la cocina, caliente agua y se siente a tomar unos mates y esa compañía lo ayudará a pensar y a reflexionar, o que dos amigos se encuentren para que surja de inmediato, como un amigo más en la conversación que se va a venir.
Nuestra lengua, como lengua viva que es, ha ido modificando la forma de invitar: “Vamos a tomar unos matienzos?” ; o “unos verdes”, o “unos amargos”, en fin decenas de manera de nombrar esta infusión que acompaña a las costumbres nacionales desde hace más de cuatrocientos años, pero pocos conocen esta historia, larga e intrincada, llena de marchas y contramarchas.
Pero comencemos por el principio: su nombre “Ilex-Paraguariensis” fue dado por un naturalista francés, Augusto Saint Hilaire en 1823.
Se trata de un árbol, parecido al laurel. De altura variable suele alcanzar entre 4 y 6 metros, aunque en estado salvaje pueden llegar a unos 10 metros.
De donde surge nuestra bebida es de sus hojas.
Esta planta nace, desde épocas anteriores a la llegada de los españoles, en las zonas boscosas subtropicales y templadas, con lluvias alternadas en todo el año, en tierras rojas, con temperaturas de 17 a 20 º centígrados.
Estas características se dan en nuestra zona chaqueña y mediterránea y también en países vecinos como Brasil, Paraguay y Uruguay.
Son plantas realmente longevas, pues su período de producción se calcula en unos 150 años.
La familia vegetal a la que pertenece la yerba mate está formada por cerca de 280 especies, casi todas del género Ilex.
A su infusión se le atribuyen poderes excitantes y tónicos de carácter mágico, con lo que los antiguos guaraníes le daban un origen cuasi-divino.
Hoy tras exhaustivas investigaciones se conoce que la infusión de esta yerba, ya sea como mate, o como té (mate cocido), caliente o frío (el célebre tereré de los paraguayos) tiene realmente poderes estimulantes y tónicos.
En las largas marchas de los carreteros que hacían la travesía desde Lima a Buenos Aires, no consumían otra cosa más que mate, carne asada y alguna que otra galleta dura. Lo mismo ocurría con nuestros soldados en las guerras por la Independencia y más tarde las campañas al desierto. No incluía en esa dieta ni hidratos de carbono, ni cítricos, ni verduras frescas, por lo cual la ausencia de vitamina C debería haber provocado en ellos problemas digestivos y aun la aparición del temido escorbuto, cosa que frecuentemente sufrían los marinos en los largos viajes que realizaban, sin embargo esto no sucedía y se atribuye a que el consumo de abundante mate amargo y al no beber agua fría o cruda, generalmente contaminada, evitaba problemas gastroestomacales incorporaba la cantidad suficiente de vitamina C al organismo y evitaba estos problemas.
Al principio se consideraba que la planta de la yerba mate crecía espontáneamente y su cultivo era poco más que imposible.
Sin embargo, los sacerdotes jesuitas que recalaron en las misiones guaraníes, luego de arduas investigaciones y pruebas, mediante injertos y el calentamiento de las semillas, lograr almácigos y plantaciones.
La denominada yerba mate está formada por las hojas de esta planta, a la que previamente se la seca y tritura o muele.
Cuando esa hoja lleva incorporados los pecíolos y ramitas de las hojas se la denomina “con palo”, pero la de mayor aceptación en nuestra zona es la “sin palo”. (Continuará mañana).

Foto. Gaucho mateando (1868)
25 de abril

PEQUEÑA HISTORIA DEL MATE (I de V)

Ante la falta y los valores que se están pagando por el “oro verde”, como en algunas épocas se la conoció a nuestra nunca bien ponderada yerba mate, me pareció oportuno entregar esta investigación que hice algunos años atrás para una charla que di en el Museo Pampeano de Chascomús, pues no todos conocen la historia del mate, controvertida si las hay.
El mate es
nuestra bebida nacional por antonomasia, eso no lo podemos negar de ninguna manera.
Falta que alguien se encuentre solo, para que marche a la cocina, caliente agua y se siente a tomar unos mates y esa compañía lo ayudará a pensar y a reflexionar, o que dos amigos se encuentren para que surja de inmediato, como un amigo más en la conversación que se va a venir.
Nuestra lengua, como lengua viva que es, ha ido modificando la forma de invitar: “Vamos a tomar unos matienzos?” ; o “unos verdes”, o “unos amargos”, en fin decenas de manera de nombrar esta infusión que acompaña a las costumbres nacionales desde hace más de cuatrocientos años, pero pocos conocen esta historia, larga e intrincada, llena de marchas y contramarchas.
Pero comencemos por el principio: su nombre “Ilex-Paraguariensis” fue dado por un naturalista francés, Augusto Saint Hilaire en 1823.
Se trata de un árbol, parecido al laurel. De altura variable suele alcanzar entre 4 y 6 metros, aunque en estado salvaje pueden llegar a unos 10 metros.
De donde surge nuestra bebida es de sus hojas.
Esta planta nace, desde épocas anteriores a la llegada de los españoles, en las zonas boscosas subtropicales y templadas, con lluvias alternadas en todo el año, en tierras rojas, con temperaturas de 17 a 20 º centígrados.
Estas características se dan en nuestra zona chaqueña y mediterránea y también en países vecinos como Brasil, Paraguay y Uruguay.
Son plantas realmente longevas, pues su período de producción se calcula en unos 150 años.
La familia vegetal a la que pertenece la yerba mate está formada por cerca de 280 especies, casi todas del género Ilex.
A su infusión se le atribuyen poderes excitantes y tónicos de carácter mágico, con lo que los antiguos guaraníes le daban un origen cuasi-divino.
Hoy tras exhaustivas investigaciones se conoce que la infusión de esta yerba, ya sea como mate, o como té (mate cocido), caliente o frío (el célebre tereré de los paraguayos) tiene realmente poderes estimulantes y tónicos.
En las largas marchas de los carreteros que hacían la travesía desde Lima a Buenos Aires, no consumían otra cosa más que mate, carne asada y alguna que otra galleta dura. Lo mismo ocurría con nuestros soldados en las guerras por la Independencia y más tarde las campañas al desierto. No incluía en esa dieta ni hidratos de carbono, ni cítricos, ni verduras frescas, por lo cual la ausencia de vitamina C debería haber provocado en ellos problemas digestivos y aun la aparición del temido escorbuto, cosa que frecuentemente sufrían los marinos en los largos viajes que realizaban, sin embargo esto no sucedía y se atribuye a que el consumo de abundante mate amargo y al no beber agua fría o cruda, generalmente contaminada, evitaba problemas gastroestomacales incorporaba la cantidad suficiente de vitamina C al organismo y evitaba estos problemas.
Al principio se consideraba que la planta de la yerba mate crecía espontáneamente y su cultivo era poco más que imposible.
Sin embargo, los sacerdotes jesuitas que recalaron en las misiones guaraníes, luego de arduas investigaciones y pruebas, mediante injertos y el calentamiento de las semillas, lograr almácigos y plantaciones.
La denominada yerba mate está formada por las hojas de esta planta, a la que previamente se la seca y tritura o muele.
Cuando esa hoja lleva incorporados los pecíolos y ramitas de las hojas se la denomina “con palo”, pero la de mayor aceptación en nuestra zona es la “sin palo”. (Continuará mañana).

PEQUEÑA HISTORIA DEL MATE (II de V)

Más de cuatro siglos de agitada y azarosa vida a recorrido nuestro apreciado mate hasta llegar a nuestros tiempos.
Pasó por épocas en que se lo consideró un vicio abominable y sucio y otras en la que era una infusión mágica y llena de virtudes y hasta hoy no faltan quienes a nuestra costumbre de tomar mate la consideran una pérdida de tiempo y hasta lo culpan d
e la escasa productividad criolla, la haraganería y hasta de ser el culpable de nuestro subdesarrollo.
Cuando los primeros españoles remontaron nuestro río Paraná en búsqueda de “El Dorado”, se equivocaron, pues allí no había oro, pero si abrieron una ruta que los llevaría a una fiebre “verde”, la de la yerba mate, que despertaría tantos o más problemas que lo que despierta la fiebre amarilla del dorado metal.
Todo comienza con la destrucción de la 1º Buenos Aires. Esta expedición se divide, algunos regresan a España, mientras que otros remontan el Paraná y el Paraguay al mando de Ayolas y fundan Asunción, donde encuentran indios amigos y suficiente alimento al alcance de la mano.
Muerto Ayolas por los indios, toma el mando un vasco que dará que hablar, Domingo Martínez de Irala, quien comienza la colonización.
Una integración, basado en la mezcla de razas y mediante la práctica de la poligamia en los matrimonios celebrados por estos españoles con las hijas de los caciques guaraníes, dio lugar al nacimiento de los llamados “mancebos de la tierra”, primeros americanos con sangre española.
A esta nueva sangre y a su indiscutido jefe, Irala, es que debemos el conocimiento y la difusión del mate en las colonias.
Llamaba la atención de los llegados, la salud, el vigor físico y la natural alegría de los “naturales”.
Los guaraníes daban por sentado que dichas características se las daba el hecho de consumir en calabazas naturales, por medio de canutos de caña, una infusión de hojas de una planta llamada Caá. Los españoles que probaron el brebaje, sintieron pronto los efectos positivos y comenzaron a hacerlo cotidianamente. Tanto proliferó el uso y abuso del “matear” que se calculaba para el año 1600 un consumo de 345 kilos por persona por año, (casi un kilo por día por habitante).
Esto, sumado a la poligamia, hizo que la Iglesia considerada a la yerba mate “Elemento del demonio”, a Asunción una especie de Sodoma y comenzara una guerra y estigmatización del consumo del mate.
Entre los argumentos utilizados era que beber la infusión era afrodisíaca y despertaba los más bajos instintos en el ser humano, alejándolo de los preceptos religiosos.
Pero, más que lograr una baja en el consumo, provocó lo contrario y el desorbitado uso del mate, hizo que cantidad de indios fueran obligados a abrir en la selva y a machetazos puros, picadas para traer, en grandes lienzos, las hojas del deseado árbol del Caá, lo que trajo la enfermedad y muerte de no pocos naturales.
Pero quien se declaró enemigo acérrimo del mate fue el gobernador Hernando Arias de Saavedra, más conocido como Hernandarias, que fue quien introdujo en nuestra zona los primeros vacunos y otros ganados menores.
En un viaje que había hecho a una región yerbatera lo había impresionado el abuso de los encomenderos esclavizando a los naturales con tal de conseguir el “oro verde”. Indios enfermos, casi moribundos, obligados a trabajar más allá de sus fuerzas. Y esto fue lo que impulsó a Hernandarias a emprender una verdadera lucha contra la yerba mate. Descubre, entonces en el barco que lo llevaba de regreso a Buenos Aires, unos cuantos sacos con hojas de la yerba. No bien llegado a la ciudad, Hernandarias ordena su cremación y que ésta fuera pública y en la plaza mayor.
Pero Hernandarias no lograría, pese a su tenaz persecución lograr cambiar de hábitos a la población, que continuaría con el uso y abuso del mate. (Continuará). 
PEQUEÑA HISTORIA DEL MATE (III DE V)

En 1617, ya la infusión había conquistado todas las ciudades del Virreynato del Perú, Hernandarias, que estaba en su segundo período de gobierno, publicó: “los grandes inconvenientes que hay en beberla y el uso de tomarla, el cual ha cundido hasta Perú, porque en esta provincia y la de Tucumán es muy general este vicio; por demás de ser sin provecho y que consumen y gastan sus haciendas en comprarla, hace a los hombres viciosos, haraganes y abominables”.
Sin embargo el mate todo lo vence, yo no solamente es bebido por los pobres, sino en acaudaladas familias de Chile, Perú, Asunción y la actual pobretona Buenos Aires pasa a ser la bebida predilecta.
¿Pero porqué ocurrió esto?
Aquí existe un trasfondo que trataremos de develar, según se dice y mantienen flocloristas y estudiosos del tema, fue más que nada por el interés económico de los ministros de la iglesia en la explotación de los yerbatales del Paraguay, el que provocó este cambio de actitud en el consumo de yerba en la alta sociedad.
Los jesuitas, a lo contrario de los encomenderos, lograron poco a poco y paso a paso, granjearse la amistad de los indios, brindándoles seguridad y comodidad, otorgándoles un mínimo de bienes materiales indispensables, casa, orden social, aunque siempre dependiendo de ellos, y alimentación, en particular carne vacuna.
Crearon grandes estancias, donde los indios oficiaban de peones, enseñándoles a trabajar y fundamentalmente el manejo de los ganados, tanto el caballar como el vacuno. Pero, no pudiendo eliminar el problema del mate, lo que hicieron fue “cristianizarlo”, y esa bebida, diabólica hasta este momento, pasó a ser Cuasi divina, ya no era Tupá, quien se la otorgaba, sino el Dios de los cristianos.
Los jesuitas no se limitaron solamente a explotar los yerbatales “salvajes”, sino que a través de largas y sesudas experiencias, lograron hacer germinar las semillas y comenzar el cultivo de grandes extensiones de yerba mate.
El poder de los jesuitas fue aumentando y pronto se convirtieron en un peligro, por un gobierno casi paralelo.
Sería redundante contar aquí lo que representó y lo que aun representa el mate en nuestro país. Tanto en el medio rural como en el urbano, desde la época colonial, pasando a los albores de nuestra nacionalidad y posteriormente en la Independencia la importancia de su consumo es notable. No existe inventario de pulpería, almacén o boliche en el cual no figure como mercancía de primera índole.
Pero si la historia de la yerba ha sido larga y azarosa, no menos lo ha sido la del recipiente para tomar la infusión, que generalmente conocemos por “mate”, y ni que hablar del “cañito” para sorberlo, nuestra popular “bombilla”.
“Mate”, según los estudiosos de la materia, es la castellanización del vocablo quechua mati que significa, literalmente “vaso”.
Poro y porongo, son, también, traducciones de los vocablos puru y purungu, que se refieren en general a las calabazas y el segundo da idea del tamaño grande de la misma y que no son nada más que el fruto seco y sin sus semillas de una planta llamada “calabacera”.
Antes del descubrimiento de los metales, yo los naturales, se servían de estos recipientes para los más variados usos, desde llevar agua hasta tumbas funerarias. Pro lo seguimos mañana.
 Quedamos ayer con el uso de las calabazas para tomar la infusión del mate. Sus formas, suaves, rotundas y llenas, y el entre opacado y el brillante de su cubierta, fueron la primera cerámica de estos pueblos.
Se decoraban con alguna punta calentada previamente al fuego, lo que representa los primeros vestigios de lo que hoy denominamos “pirograbados”, además r
eprodujeron en aquel arte milenario de los guaraníes en el manejo de fibras vegetales decorando los mates con finos esterillados, cosa que luego nuestro gaucho hizo en finos tientos de cuero de potro.
Cabe hacer aquí un breve comentario al trabajo que realizan nuestros hábiles “sogueros” sureros. Esta habilidad es una nueva demostración del origen marino de nuestros gauchos. Pasaron a un elemento de fácil acceso y gran abundancia como los cueros, tanto vacunos como yeguarizos, el trabajo de las sogas que se hacían con las de cáñamo en las cubiertas de los barcos, de allí el nombre de “sogueros”, nombre que no se condice con el elemento con que trabajan que es realidad, cuero y no soga. Cosa que no ocurre en otras provincias, como el caso del mesopotamia argentina que se los denomina “guasqueros”.
Pero sigamos con nuestra historia, ya los jesuitas habían intentado transformar la vieja costumbre indígena de tomar mate en las calabacines, sustituyéndolas por verdaderas tazas, para beberlo como té e iniciaron a los artesanos indios en la cerámica.
Pero en la zona del Plata otra fue la historia, del mismo modo que el esterillado de fibras vegetales fue reemplazado por los finos tientos de cuero de yeguarizo, se comenzaron a reemplazar, aunque no del todo, los mates de calabaza por otros materiales de más fácil acceso, como por ejemplo los mates de guampa o asta de vacuno.
Con respecto a la decoración, siempre con el uso del pirograbado, fue cambiando con las zonas de acuerdo con su idiosincrasia a los dibujos geométricos del Perú, pasamos en la zona del Paraguay a plantas, hojas, flores y animales locales, a la decoración dada en la provincia de Buenos Aires de escenas netamente camperas, ranchos, caballos, alguna escena de doma o pialada.
En las ciudades, y en poder de las familias de alto poder adquisitivo el mate toma otras características, tanto en sus formas como en el tipo de material de su construcción.
Para fines del siglo XVII y principios del XVIII, gran cantidad de plateros lusitanos (portugueses) recalan en el Plata, traídos por la iglesia, para la fabricación y/o reparación de los objetos de culto, cálices, patenas, copones, custodias, etc.
Estos artesanos apenas llegan a subsistir con los pedidos de la Iglesia y buscando nuevos rumbos o mercados, abren sus talleres a lo que se denominó “platería doméstica” con la fabricación de vajillas y otros elementos caseros y también a la llamada “platería gauchesca o criolla”, con los pedidos de gente acaudalada en la decoración de los aperos de sus caballos. De allí, no es extraño ver en un recado antiguo o algún elemento casero, decorado con angelitos, palomas de la paz y otros símbolos de la platería religiosa, dado el origen de estos artesanos.
De alguna manera esta intromisión cambia la forma del tradicional mate y comienzan a aparecer los mates que recuerdan a los cálices religiosos, con base, “patitas” y totalmente fabricados en plata.
Bueno, me voy a tomar unos mates y mañana terminamos con esta historia

Ayer hablamos de los mates de calabazas y los de plata, los de maderas duras y los de cerámica, pero siempre el tiempo cambia las cosas y los gustos humanos, ayudados generalmente por motivos económicos, desde mediados del siglo XIX fueron sustituidos por otros materiales como el “peltre” y los metales blancos. Del mismo modo que en Inglaterra se fabricaban
ponchos y chiripaes y como en Francia y Alemania se hicieron las imitaciones de las viejas monedas de plata, en latón, denominados “botones gauchescos”, para adornos de rastras y tiradores y también estribos, espuelas etc., también se comenzaron a fabricar mates de metal blanco, tomando como modelos los que se enviaban desde aquí.
También los talleres europeos de loza y porcelana se dedicaron a fabricar mates que recordaban a los “cálices” de plata, con un decorado más romántico y con palabras en relieve como “Recuerdo”, “Amor”, “Amistad”, etc.
Sin embargo nada pudo desplazar en el gusto paisano la vieja y nunca tan preciada “calabaza”, en algunos casos con virolas de plata y algunas hasta con un pie del mismo metal.
Un párrafo aparte merece nuestro conocido jarrito, de una o dos manijas, de metal enlozado.
Terminado el tema de los mates, pero no agotado, hablaremos un poquito de las bombillas. Consideran los estudiosos del tema que las primeras bombillas fueron simplemente una cañita hueca, quizás incómodos por la cantidad de hojitas de yerba que dejaban pasar, se les tejía una especie de bolita de fibra vegetal entretejida, lo que hizo al brebaje más placentero de sorber.
Luego, en la época de los plateros lusitanos, que ya nombré, se comenzaron a fabricar las de plata, decorados los cañitos con bombitas del mismo metal, la parte que se introduce en el mate propiamente dicho se aplasto, haciéndoles una serie de pequeñas perforaciones que permitían el paso de la infusión, filtrándola a la vez. En algunas realmente costosas, se la remataba con adornos en oro, y hasta se las llegaron a curvar para, de paso, enfriar un poco el agua.
La bombilla de lata fue, durante muchísimos años, la bombilla del pobrerío. Cuando se rompían, por lo general la paletilla, continuaban su uso como conducto de los pabilos o mechas para que el gaucho fabricara sus lumines o candiles.
Folklore del Mate.
Rodean al mate, refranes, relaciones, y cuentos de todo tipo.
“El mate de las Morales”, cuando se invita a alguien a “matear” y ese mate tarda se dice que es como el mate de las Morales.
Según cuentan en una esquina o cruce de dos caminos, en el medio de la nada pampeana, vivían tres mujeres, la madre con dos hijas, de apellido Morales. Deseosas de saber los chismes de la zona, cuando pasaba algún viajero lo detenían con la excusa de cebarle unos mates. Estos mates era el gancho de estas mujeres para preguntar y enterarse de los chimentos existentes, pero nunca lo llegaban a cebar, conocedoras de que el viajero, en cuanto tomara algunos reiniciaría su camino, dejándolas sin conversación.
El mate del estribo. Esta frase quedó en la historia y se lo usa, cuando se ceba el último mate a alguien que se está por marchar, sin embargo según se cuenta, surgió de una historia que cuenta que un “gauchito”, aburrido en un día domingo llega a una casa en donde luego de los saludos de rigor, es invitado a pasar a tomar unos mates. Quedó solo afuera aflojando la cincha de su caballo cuando vio colgados del palenque un hermoso par d estribos de plata, Como dice el refrán: “La ocasión hace al ladrón”, viéndose solo, se sintió tentado y escondió los estribos entre los cueros de su recado.
Pasó a tomar unos mates, pero nerviosos e incómodo por la acción cometida, pronto apuró su despedida, cuando había montado en su caballo para irse, la dueña de casa se acerca y alcanzándole un mate le dice: “Tome, para el estribo”, el gauchito se creyó descubierto y sacando lo robado de entre los cueros los tiró en el suelo agregando: “No doña, si jue jugando”, y castigando su caballo se perdió campo afuera.
Y para terminar, un pedido que me hicieron quienes siguieron estas notas: El lenguaje del mate.
Mate amargo: Indiferencia
Mate dulce: amistad
Muy dulce: Hablá con mis padres
Mate frío: Desprecio
Con toronjil: Disgusto
Con canela: Ocupa mis pensamientos.
Con azúcar quemada: Simpatizo contigo
Con cáscara de naranja: Ven a buscarme
Con té: Indiferencia
Con café: Ofensa perdonada
Con melaza: Me aflige tu tristeza
Con leche: Estima
Muy caliente: Así estoy de amor por ti
Hirviendo: Odio
Lavado. Rechazo
Con cedrón: Consiento
Con miel: Casamiento
Tapado: Rechazo
Espumoso: Cariño verdadero
Encimado: Mala voluntad
Cebado por la bombilla: Antipatía
Con ombú: “Rajá de acá.”

Bueno amigos, los dejo, me voy a tomar unos mates y hasta cualquier momento. Espero que hayan disfrutado y recopilado esta pequeña historia sobre nuestra “bebida nacional”



 

Ariel Ramírez