La ciudad y el campo.
LOS RUIDOS Y LOS SILENCIOS.
Como soy una persona lumínica (alguna vez ya he explicado de que se trata), por más que me acueste tarde, con la primera claridad estoy despierto. No sé todavía si esto es bueno o malo, pero tiene a favor que aprovecho con todo ese día que Dios me regala, pero por otro lado, pierdo así horas de sueño.
En esto pensaba el 1er. día del año, cuando luego de las celebraciones de Nochevieja me levanté y en las calles de mi querido Chascomús no se escuchaba volar ni una mosca.
Reflexionaba también sobre el error de la gente de las ciudades cuando dicen: “Que lindo sería vivir en el campo… ¡Cuánto silencio habrá por las noches!” a lo que suelo contestar que están muy equivocados, en el campo también hay ruidos nocturnos y más aún, de una variedad muy superior a los constantes ruidos de motores de los vehículos y algún que otro bocinazo, que de alguna manera producen acostumbramiento.
Recordaba otras épocas de Chascomús, cuando aún no estaba interconectado al servicio eléctrico nacional y cuando la energía eléctrica que consumía nuestros hogares era de un generador que estaba en lo que nosotros llamábamos la Usina Vieja. Era inmenso y provocaba un ruido que en días calmos se podía escuchar a varios kilómetros a la redonda. Su cuidador nocturno era don López, quien colocaba una silla al lado del motor y se dormía plácidamente, solamente se despertaba cuando el generador, por alguna falla u otro motivo cambiaba su ruido o su ritmo. Luego de tantos años de trabajo yo creo que el ruido que provocaba era para él como un arrorró o canción de cuna.
Eso también ocurre, uno se acostumbra a los ruidos, para terminar convenciéndose de que no existen.
Yo creo que si una persona del campo que va a la ciudad no podrá dormir durante las primeras noches y lo mismo le ocurrirá con una de ciudad transportada al campo.
Con las últimas claridades del día, el campo comienza a adormecerse, la gente, debido a tener que levantarse temprano, temprano también se va a dormir.
El manto de la noche todo lo cubre y parece que el silencio será total, pero no es así.
Unos balidos lastimeros pueblan la noche, son los terneros hijas de las lecheras que serán ordeñadas no bien venga la primera claridad del día. Están encerrados en el chiquero y llaman a sus madres. Estas, más acostumbradas rumean cerca del corral del tambo y de vez en cuando dejan esa tarea para soltar unos mugidos continuos como diciendo a sus crías: “No te preocupes, estoy aquí”.
Unos ladridos impetuosos y una espantada seguida de un galope que se aleja, dan la pauta de que algún yeguarizo se ha acercado demasiado a la casa y esto ha preocupado a un perro guardián que dormía plácidamente debajo de un vagón, eso despierta a los otros perros y lanzan algún que otro aullido, pero sin ganas.
Por unos momentos el silencio lo gana todo. De pronto, algo lejos de la casa, gritos de teros enojados delatan el paso de algún zorrino o comadreja en cacería nocturna y que ha osado pasar cerca de su nido.
La brisa nocturna, leve, pero constante, silba entre las ramas de los eucaliptos moviéndose acompasadamente.
La rueda del molino cercano quiere girar y produce el rechinar de sus aletas, sujeta a la rienda de alambre que la frena y de la que da tirones, de porfiada nomás.
El silencio vuelve, pero solo un instante, nuevamente se rompe con los chistidos de una lechuza en su silencioso vuelo que ha descubierto un ratón que corre presuroso al galpón donde se guardan los cueros.
A lo lejos se siente un cencerro que tañe en el cuello de la madrina quien aprovecha la tranquilidad para caminando ir arrancando los tiernos pastos apenas mojados por el rocío nocturno.
¡Esos son los ruidos del campo! ¡Qué me vengan a hablar ahora de silencio y tranquilidad!
LOS RUIDOS Y LOS SILENCIOS.
Como soy una persona lumínica (alguna vez ya he explicado de que se trata), por más que me acueste tarde, con la primera claridad estoy despierto. No sé todavía si esto es bueno o malo, pero tiene a favor que aprovecho con todo ese día que Dios me regala, pero por otro lado, pierdo así horas de sueño.
En esto pensaba el 1er. día del año, cuando luego de las celebraciones de Nochevieja me levanté y en las calles de mi querido Chascomús no se escuchaba volar ni una mosca.
Reflexionaba también sobre el error de la gente de las ciudades cuando dicen: “Que lindo sería vivir en el campo… ¡Cuánto silencio habrá por las noches!” a lo que suelo contestar que están muy equivocados, en el campo también hay ruidos nocturnos y más aún, de una variedad muy superior a los constantes ruidos de motores de los vehículos y algún que otro bocinazo, que de alguna manera producen acostumbramiento.
Recordaba otras épocas de Chascomús, cuando aún no estaba interconectado al servicio eléctrico nacional y cuando la energía eléctrica que consumía nuestros hogares era de un generador que estaba en lo que nosotros llamábamos la Usina Vieja. Era inmenso y provocaba un ruido que en días calmos se podía escuchar a varios kilómetros a la redonda. Su cuidador nocturno era don López, quien colocaba una silla al lado del motor y se dormía plácidamente, solamente se despertaba cuando el generador, por alguna falla u otro motivo cambiaba su ruido o su ritmo. Luego de tantos años de trabajo yo creo que el ruido que provocaba era para él como un arrorró o canción de cuna.
Eso también ocurre, uno se acostumbra a los ruidos, para terminar convenciéndose de que no existen.
Yo creo que si una persona del campo que va a la ciudad no podrá dormir durante las primeras noches y lo mismo le ocurrirá con una de ciudad transportada al campo.
Con las últimas claridades del día, el campo comienza a adormecerse, la gente, debido a tener que levantarse temprano, temprano también se va a dormir.
El manto de la noche todo lo cubre y parece que el silencio será total, pero no es así.
Unos balidos lastimeros pueblan la noche, son los terneros hijas de las lecheras que serán ordeñadas no bien venga la primera claridad del día. Están encerrados en el chiquero y llaman a sus madres. Estas, más acostumbradas rumean cerca del corral del tambo y de vez en cuando dejan esa tarea para soltar unos mugidos continuos como diciendo a sus crías: “No te preocupes, estoy aquí”.
Unos ladridos impetuosos y una espantada seguida de un galope que se aleja, dan la pauta de que algún yeguarizo se ha acercado demasiado a la casa y esto ha preocupado a un perro guardián que dormía plácidamente debajo de un vagón, eso despierta a los otros perros y lanzan algún que otro aullido, pero sin ganas.
Por unos momentos el silencio lo gana todo. De pronto, algo lejos de la casa, gritos de teros enojados delatan el paso de algún zorrino o comadreja en cacería nocturna y que ha osado pasar cerca de su nido.
La brisa nocturna, leve, pero constante, silba entre las ramas de los eucaliptos moviéndose acompasadamente.
La rueda del molino cercano quiere girar y produce el rechinar de sus aletas, sujeta a la rienda de alambre que la frena y de la que da tirones, de porfiada nomás.
El silencio vuelve, pero solo un instante, nuevamente se rompe con los chistidos de una lechuza en su silencioso vuelo que ha descubierto un ratón que corre presuroso al galpón donde se guardan los cueros.
A lo lejos se siente un cencerro que tañe en el cuello de la madrina quien aprovecha la tranquilidad para caminando ir arrancando los tiernos pastos apenas mojados por el rocío nocturno.
¡Esos son los ruidos del campo! ¡Qué me vengan a hablar ahora de silencio y tranquilidad!
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