miércoles, 2 de enero de 2013

Julio Santos Espinosa

Envío del doctor José Antonio Gutiérrez desde Salta. Miércoles 06-05-2009. Recopilación de NIDIA ORBEA ÁLVAREZ DE FONTANINI nidiaorbea@hotmail.comSEPA (Servicio de Educación Por el Arte) contacto@sepaargentina.com.ar 

Les hago llegar este artículo que escribieran del amigo, músico, escritor, carpintero y buen amigo, aún conservo una mesa frailera, y los bancos que uso en mi comedor, no sabía música pero alguien de sus amistades, le escribía, mientras el tarareaba. Muy joven ya había escrito la vidala que lo llevó “al estrellato” y viajó a Bs. As. Lamentablemente regresó enfermo y fue su Sra. la que me pidió que lo hiciera atender con algún médico que lo sacara del vicio, lo internaron en el hospital pero el vicio lo llevaba a abandonar el hospital y terminó sus días en el neurosiquiátrico. En una oportunidad llegó Atahualpa Yupanky a Salta y lo invitaron a un asado que un grupo de amigos hacía los viernes, allí estaba Julio, y Yupanky no sabía, de sobremesa el interprete sacó su guitarra y entre las canciones, tocó la vidala, más o menos recuerdo que dijo que él únicamente interpretaba canciones de su autoría pero que esa vidala la tenía incluida en su repertorio. 
Les saludo José Antonio

Es las páginas ARGENTINA – Pueblo a Pueblo II, publicaron varias notas elaboradas por el doctor José Antonio Gutiérrez y entre ellas, una titulada Centenaria Institución Salteña refiriéndose a obras del Centro Argentino de Socorros Mutuos y destacando que el 24 de junio de 1917 fue inaugurada “la Biblioteca Popular: ‘Gral. Bartolomé Mitre’, cubriendo una necesidad barrial”. Destacó luego: “En los años que visitaba el Centro, a esta biblioteca concurrían lectores como Julio Espinosa (autor de Vidala para mi sombra), Jacobo Regen (joven escritor salteño), José Ríos (ocupó la presidencia del Centro y es autor de numerosas letras folklóricas) y no puedo dejar de lado a un ilustre vecino: el ‘Barba’ Manuel J. Castilla.” 

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Julio Santos Espinosa: 63 años de profecías y misterio.  Por Jaro Godoy. *

Julio Santos Espinosa (1º de noviembre de 1928-2 de julio de 1989) nació en Salta, cuando un noviembre encendido, se queda para alumbrar el nacimiento de quien seria el hijo predilecto de las musas del territorio salteño, aunque la vida injusta se encargo de sembrar las semillas del olvido, sobre la árida tierra de muchos de sus comprovincianos, las alas inmortales de sus poemas y canciones redimieron tanto olvido y se quedaron para siempre habitando el inconsciente de su gente, aún hoy muchos silban sus canciones sin saber muy bien quien fue su autor.

“Y dónde otro país para esta sombra que los muros y la propia tierra, viniendo conmigo con las lámparas indecisas de la infancia y los corredores de la casa vieja, arrinconarse junto a mí sin preguntarme nunca, cuánto dura este tiempo de estar oyendo los relojes que ensayan el rumbo de mi sombra hasta la última muerte”.

El primer soplo de sombra helada penetra en su alma y bebe de ellas como el elixir que le daría por siempre una nueva vida marcada por las fronteras de los caminos espirituales.

La sangre azul de la poesía corría por sus venas, alimentando su alma de arcanos misterios y sondeaba el corazón de la noche como su propio dueño.

Donde las sombras se rebelan y el olvido tiembla con alas nuevas, donde se esconden las almas y se renuevan los profetas, en el pasaje de sombras con olor a madera nueva, fue gestando una vida que marcaría por siempre sus 63 años de profecías y misterio. 

Nace en Salta un olvidado 1º de noviembre, de chico pasa sus días, mirando el lento transcurrir de los hijos de Güemes, va forjando su porvenir entre el olor nuevo del papel y las letras, apuntalando los maderos que sustentarían al gran poeta que empezaba a despuntar mediante escritos que luego se perderían en el humo del tiempo.

Sus siestas pasan en un conventillo de la calle Alvarado al 200, recuerdos que plasmara años mas tarde en el libro “El hombre de barro”, donde reina la felicidad de sus primeros años. 

Escribió mucho y se mostró poco, quedan las cenizas de algunos de sus temas, hay otros que trascendieron más allá de las fronteras imaginables, “Pollera de septiembre”, “Anillo de humo”, “Pañuelo de amor”, “Tata Iguazú” (canción Litoraleña) y “Canción para Federico”, sin olvidar su tema más logrado, un tema que mezcla la metafísica, a mitología que ronda las costumbres de un pueblo y que se desliza en sus letras un dejo de pudor típico de gente de alas elevadas. 

“A veces sigo a mi sombra a veces viene detrás pobrecita si me muero con quién va a andar. No es que se vuelque mi vino, lo derramo de intención mi sombra bebe y la vida es de los dos.”

Sumido en la pobreza aprendió de joven el arte de trabajar la madera, cincelaba el espíritu del tronco con la ardiente paciencia de quien acaricia una bella poesía, sus entradas y salidas del hospital empezaron su danza macabra, ya el diablo del vino se mezclaba entre los burdeles paganos que ardían en su cabeza, el libro de la noche abría sus hojas para bordar su nombre en luciérnagas de tristes colores. 

* Jaro Godoy nació el 27 de julio de 1968 en Mar del Plata (General Pueyrredón, provincia de Buenos Aires). Poeta, periodista y escritor. Dedicado a estudios sobre Folklore y Literatura Salteña. Invitado en distintas circunstancias para referirse a la vida y obra de Manuel J. Castilla, Gustavo Leguizamón, Juan Carlos Dávalos, Julio Santos Espinosa… Publicó su primer libro El lenguaje del viento en enero de 1995, al año siguiente Poemas amarillos; Rituales de amor (1998), La Espada del silencio (2003). Sus obras fueron publicadas en revistas, diarios y antologías; algunas fueron traducidas al inglés y al portugués e incluidas en Antologías. Miembro de la SADE Atlántica (Sociedad Argentina de Escritores) e integrante de Comisión Directiva. Conductor del programa radial América en Movimiento desde Salta 21 (FM Noticias, 88.1). Reflexivo ante sucesivas modificaciones en las expresiones folklóricas del noroeste argentino. Oportuno y coherente, al señalar las características de algunos grupos que generan evidentes discriminaciones en el contexto cultural argentino. 

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Anécdotas

Dicen que cuando compuso su “vidala para mi sombra” a los veintisiete años ya miraba de otra manera, ya sé perdía buscando aquel horizonte fantástico donde bailan desnudas las vírgenes de la poesía.

Que Juan Carlos Dávalos le dijo en el año 55 que la vidala estaba predestinada por desconocidos designios ha convertirse en popularmente universal, y así sería nomás, ya que según los registros no tan precisos de Sadaic, la vidala de Espinosa como la llaman algunos es el segundo tema Argentino más grabado ya que arriba está “La cumparsita” y sigue de cerca “El día que me quieras”. 

Que él no se la dio a Atahualpa Yupanqui contradiciendo en esto el rumor popular y que cuando la escucho por éste solo atino a decir que no lo convencía del todo la interpretación.

Dicen que su eterno romance con la muerte lo llevo de mano en mano de canción en canción, “Todas mis canciones tienen una señal muy triste, siempre terminan en muerte”. Dicen que Castilla solía corregirle los versos entre vino y vino, y la eterna broma que se repetía, “Este Julito se no va para arriba en cualquier momento”.

Casi todo artista folklórico hizo uso y abuso de tan delicado tema y esto se expandió al rock nacional multiplicando las grabaciones y se sumaron artistas internacionales que pusieron sus voces en esta vidala, algunos con más acercamiento espiritual que otros. 

La sombra final

No podía ser de otra manera, tenía que irse en las alas del mismo silencio que lo vio llegar, acobardado por el aire enrarecido del hospital Christofredo Jacob que espantaban las musas de este inigualable creador Salteño, sabía de la música que le gusta a la muerte, sabía de su indiferente impaciencia, sabía que la poesía nunca termina en olvido, cruza los puentes reinventándose cada día, en un silbido de gorrión o en la plaza donde muere un beso apasionado, será por eso que cuando murió se paralizaron las diosas y en delicada armonía despidieron al cantor del pueblo. 

Como un Orfeo de cristal nuestro poeta supo desviar los cursos naturales de las palabras y llevarlas hasta el altar mismo de la belleza, descifro el canto encendido de las sirenas y comando la gran caravana de antorchas dispuestas al hechizo.

Espíritu errante de sublime alas nos dejó como un manto divino el mantra sagrado de su pluma, de sus palabras quebradas, esa fibra invisible que nos ensambla a la danza nocturna de los ángeles... 

Dicen que cuando murió, aquella tarde apurada, en Salta aparecían las primeras estrellas, y en la televisión empezaba “División Miami” cita obligatoria para muchos Salteños ya que era el único canal que contaban y como Dios ya lo había acomodado muy cerca suyo, quiso darle la justa despedida que merecía tan alto poeta, en aquel viejo capítulo de la serie al entrar en un burdel los protagonistas conversan con el soplón de turno, mientras atrás de ellos, siete mariachis entonan la “Vidala para mi sombra” de Julio Santo Espinosa, el poeta dejaba su tierra entre vítores y alabanzas mientras su sombra se dormía para siempre en el lento ritual de un doloroso adiós.

Noches blancas, astillándose, contra la sangre del horizonte de un vino, de aquel vino fantasmal que se apoderó de todas las sombras, mientras la tinta de su alma, lloraba en silencio por una melodía desconfiada que no volvería a ver, el tímido corazón de una guitarra, que callaba para siempre, dormida en la letanía de un ardido poeta. 

Y tal vez deseas quedarte y no me quieras seguir pero, a quién has de arrimarte ¡me tienes tan sólo a mí! Achatadita y callada dónde podrás encontrar una sombra compañera que sufra igual. Sombrita cuidame mucho lo que tengas que dejar cuando me moje hasta adentro la oscuridad”.

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Vidala para mi sombra

Por Julio Santos Espinosa (Salta, 1928-1989)

A veces sigo mi sombra
a veces viene detrás
pobrecita si me muero
con quien va a andar.

Achatadita y callada
donde podrás encontrar
una sombra compañera
que siga igual.

A veces sigo mi sombra
a veces viene detrás
pobrecita si me muero
con quien va a andar.

No es que se vuelque mi vino
lo derramo de intención
mi sombra bebe y la vida
es de los dos.

Sombrita cuidame mucho
lo que tenga que dejar
cuando me moje hasta adentro
la oscuridad.

A veces sigo mi sombra
a veces viene detrás
pobrecita si me muero
con quien va a andar

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“Pañuelo de amor”

Zamba – Por Julio Santos Espinosa.

Prendido de una traba
tu pañuelito secándose
me llamaba diciendo
me duele mucho, despréndeme.
Que tendrá tu pañuelo
niña de Salta, que yo no sé
si está el tuyo y el mío
tan empapados de padecer.

No quiero que lo traigas
cuando me vengas a despedir
soy como tu pañuelo
viendo tu llanto no he de partir.

Palomita trampeada
tu pañuelito volando fue
andate palomita
nuestro cariño no puede ser.
No sé si en tu pañuelo
mi llanto de hombre pueda caber
cuanto llanto que cabe
en el pañuelo de una mujer.

No quiero que lo traigas
cuando me vengas a despedir
soy como tu pañuelo
viendo tu llanto no he de partir.

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“Julio Espinosa en el recuerdo”  Por Luis Andolfi *

Para recordar a Julio Espinosa no hace falta preguntar cómo era. Su imagen está en el aire y en las cosas de la ciudad, en su música y en sus coplas. Está en las noches y en las madrugadas, en el perfume de las maderas que habitaban su taller.

Espinosa le cantó a todo lo que existe, y creó formas para que los demás hombres cantaran con él.

Cuando la ciudad era una aldea (ayer, no más), Julio la recorría con su guitarra y con su bohemia, y se demoraba en sus esquinas y bares asiendo fantasmas y decires del pueblo.

Fue compositor, poeta y cantor, y nos legó obras inolvidables como “Pañuelo de amor”, “Pollera de septiembre”, “Anillo de humo”, “Pollerita colorada”, y muchas más, hasta llegar a la cima: “Vidala para mi sombra”, genuina e insoslayable expresión de sus días, anticipado duelo amoroso.

Dije alguna vez, a poco de morir el artista, que “Vidala para mi sombra” tenía destino propio. Mientras su autor permanecía en la pobreza, casi anónimo, solo y enfermo, la vidala alcanzó el reconocimiento internacional.

Grandes músicos, como Eduardo Falú y Atahualpa Yupanqui la interpretaron, floreándose. También fue elegida como fondo de películas estadounidenses, y era asunto de estudio en universidades europeas.

Julio Espinosa, además, incursionó en la narrativa. Y dejó un volumen de cuentos, “El hombre de barro”, como un juego más de sus inquietudes.

En la copla -esa herencia española que tan hondo enraizó entre nosotros-, Espinosa halló espacio para su vuelo. 

Ese hombrazo que fue, de modales finos y pausados, se ganaba la vida (aunque la vida le ganó al final), construyendo pupitres, bibliotecas, camas, sillas y ventanas. Y en su taller, que muchas veces quedaba abandonado, solía descubrirnos los duendes de su espíritu entre los juguetes que imaginaba para sus hijos, mientras su guitarra aguardaba, paciente y confiada, su regreso.

Y al cabo, Julio se consumió en soledad y en olvido, en la sed que le imponían los que tantas veces bebieron su vino, en la ingratitud de los que él alegró siempre.

Una tarde de julio de 1989 calló su canto, mientras las cosas y seres de sus sueños se esfumaban entre las cenizas de una carpintería que había muerto mucho antes.

* Luis Andolfi, nació en Salta en 1939. Dirigió el Suplemento Literario del diario “El Intransigente” de Salta. Editorialista y autor de notas literarias, semblanzas de artistas y destacadas personalidades salteñas. Título de obras publicadas: Canciones a Rosalía - El pan que se ha caído - Oda al ocio - Del agua oscura remotamente clara- Antología El agua que más vale. Seleccionado su cuento La aventura, incluido en el libro “Cuentos Semana de Salta”. (Información en el Portal Informativo de Salta.)

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