UN HOMENAJE A LOS VASCOS LECHEROS.
En los veinticinco años que van desde 1870 a 1895 la población nacional aumentó de un millón setecientos mil a casi cuatro millones de habitantes. Este espectacular crecimiento se debió fundamentalmente a
En los veinticinco años que van desde 1870 a 1895 la población nacional aumentó de un millón setecientos mil a casi cuatro millones de habitantes. Este espectacular crecimiento se debió fundamentalmente a
l gran flujo de inmigrantes que el país recibió en ese lapso.
La verdad es que el gobierno y la acción oficial procuró canalizar hacia nuestro país la inmigración originaria del norte de Europa, dado que se atribuían cualidades superiores a los oriundos de dichas regiones. Dicha política no tiene éxito, recibiendo en cambio sí, gran cantidad de inmigrantes sur europeos entre los que podemos destacar un 70% de italianos, un 20% de españoles y el resto entre franceses, alemanes, ingleses y suizos.
Como era de esperar, el ingreso masivo de extranjeros alteró radicalmente la estructura demográfica del país.
El desarrollo de la agricultura cerealera y la racionalización de las explotaciones pecuarias que trajo apareada la cría del ovino, tendrían un impacto decisivo sobre la estructura social de la pampa.
El cambio más significativo fue lo que se llamó la “desmerinización”, que consistió en el reemplazo de los merinos por la raza Lincoln.
El ferrocarril y los caminos que se abrían en la pampa provocaban el surgimiento de nuevos pueblos, así como en las grandes ciudades crecían con cordones suburbanos.
La idiosincrasia de los inmigrantes recién llegados los iba ubicando en los distintos ámbitos de la producción y el comercio. Así los españoles, más dicharacheros e histriónicos, abrían fondas y almacenes, los italianos se dedicaban a la construcción y muchos “turcos” con el dinero ganado a costa de llevar sus maletas y lienzos al hombro, a caballo o en esos recordados carros, de los que ya hablamos, ahora vendían detrás de los mostradores ropas y otros enseres, la inmigración vasca, más callada y taciturna se volcó hacia la pampa, muchos en la labor de tamberos.
La leche, y en general todos los productos lácteos tenían para, tanto las grandes ciudades como para esas incipientes poblaciones que recién mencionábamos, carácter de elemento de primera necesidad y por tal motivo: cara.
Este dato es por demás explicativo del porqué los lecheros de la época hacían cinco o más leguas a caballo, o en carro, para acercar a las ciudades uno o dos tarros de leche.
Años Más tarde comienzan a surgir también especies de “cuencas lecheras” con pequeñas usinas que elaboran quesos, manteca y otros productos del ramo.
Aquí, en Chascomús basta nombrar a “Unión Gandarense” (fundada en 1896) al norte de nuestra ciudad y “Santa Rosa Estancias” de Otto Bemberg, al sur en la zona de Manatiales.
Y así estos vascos tamberos dieron con su labor diaria, sin los adelantos que se cuenta hoy en día, trabajando 365 días al año, sin feriados, con el frío de las madrugadas de invierno o el calor sofocante de los meses de verano, a la intemperie, en corrales abiertos donde se mezclaba la bosta con el barro bien ligada por el pisoteo de las vacas y terneros, un ejemplo del trabajo sin estridencia.
Hoy día, lo podemos ver en nuestras ciudades, cantidad de descendientes de estos esforzados trabajadores rurales conservan vivo el orgullo de esta raza.
A casa de mi abuela, bien temprano, llegaba el lechero. Era un hombre de apellido Torrado. Con su carro de dos ruedas con un toldo para protegerse de las inclemencias del tiempo. Ataba un caballo tostado, muy conocedor también (hasta dieron nacimiento a varios dichos criollos: “Más conocedor que caballo de lechero”; ”Perdido como caballo de lechero que le cambiaron el reparto”; “Aclaremos, dijo un vasco y le echaba agua a la leche”).
El animal sabía su reparto de memoria y solo paraba en la casa de los clientes. Don Torrado, bajaba, era uno de esos carros que se baja y sube por lo que se denomina “culata”, es decir la parte de atrás y munido de su tarro y la jarra medidora dejaba lo pedido en una lechera que mi abuela ponía en el zaguán. Terminada su tarea, no bien pisaba el estribo trasero, las varas se levantaban por el peso y el tostado seguía su camino sin ninguna indicación, hasta la casa del próximo cliente.
La leche que nos traía, era eso: ¡leche! Con una gordura en la parte superior que, recuerdo mi abuela, convertía en manteca, con simplemente sacarla del recipiente y colocarla en un frasco con tapa y agitarla fuertemente.
Hoy día vamos al mercado y tenemos, leche entera, descremada, con hierro, con vitamina C y decenas de tipos más… Pero, ¿es realmente leche?
La verdad es que el gobierno y la acción oficial procuró canalizar hacia nuestro país la inmigración originaria del norte de Europa, dado que se atribuían cualidades superiores a los oriundos de dichas regiones. Dicha política no tiene éxito, recibiendo en cambio sí, gran cantidad de inmigrantes sur europeos entre los que podemos destacar un 70% de italianos, un 20% de españoles y el resto entre franceses, alemanes, ingleses y suizos.
Como era de esperar, el ingreso masivo de extranjeros alteró radicalmente la estructura demográfica del país.
El desarrollo de la agricultura cerealera y la racionalización de las explotaciones pecuarias que trajo apareada la cría del ovino, tendrían un impacto decisivo sobre la estructura social de la pampa.
El cambio más significativo fue lo que se llamó la “desmerinización”, que consistió en el reemplazo de los merinos por la raza Lincoln.
El ferrocarril y los caminos que se abrían en la pampa provocaban el surgimiento de nuevos pueblos, así como en las grandes ciudades crecían con cordones suburbanos.
La idiosincrasia de los inmigrantes recién llegados los iba ubicando en los distintos ámbitos de la producción y el comercio. Así los españoles, más dicharacheros e histriónicos, abrían fondas y almacenes, los italianos se dedicaban a la construcción y muchos “turcos” con el dinero ganado a costa de llevar sus maletas y lienzos al hombro, a caballo o en esos recordados carros, de los que ya hablamos, ahora vendían detrás de los mostradores ropas y otros enseres, la inmigración vasca, más callada y taciturna se volcó hacia la pampa, muchos en la labor de tamberos.
La leche, y en general todos los productos lácteos tenían para, tanto las grandes ciudades como para esas incipientes poblaciones que recién mencionábamos, carácter de elemento de primera necesidad y por tal motivo: cara.
Este dato es por demás explicativo del porqué los lecheros de la época hacían cinco o más leguas a caballo, o en carro, para acercar a las ciudades uno o dos tarros de leche.
Años Más tarde comienzan a surgir también especies de “cuencas lecheras” con pequeñas usinas que elaboran quesos, manteca y otros productos del ramo.
Aquí, en Chascomús basta nombrar a “Unión Gandarense” (fundada en 1896) al norte de nuestra ciudad y “Santa Rosa Estancias” de Otto Bemberg, al sur en la zona de Manatiales.
Y así estos vascos tamberos dieron con su labor diaria, sin los adelantos que se cuenta hoy en día, trabajando 365 días al año, sin feriados, con el frío de las madrugadas de invierno o el calor sofocante de los meses de verano, a la intemperie, en corrales abiertos donde se mezclaba la bosta con el barro bien ligada por el pisoteo de las vacas y terneros, un ejemplo del trabajo sin estridencia.
Hoy día, lo podemos ver en nuestras ciudades, cantidad de descendientes de estos esforzados trabajadores rurales conservan vivo el orgullo de esta raza.
A casa de mi abuela, bien temprano, llegaba el lechero. Era un hombre de apellido Torrado. Con su carro de dos ruedas con un toldo para protegerse de las inclemencias del tiempo. Ataba un caballo tostado, muy conocedor también (hasta dieron nacimiento a varios dichos criollos: “Más conocedor que caballo de lechero”; ”Perdido como caballo de lechero que le cambiaron el reparto”; “Aclaremos, dijo un vasco y le echaba agua a la leche”).
El animal sabía su reparto de memoria y solo paraba en la casa de los clientes. Don Torrado, bajaba, era uno de esos carros que se baja y sube por lo que se denomina “culata”, es decir la parte de atrás y munido de su tarro y la jarra medidora dejaba lo pedido en una lechera que mi abuela ponía en el zaguán. Terminada su tarea, no bien pisaba el estribo trasero, las varas se levantaban por el peso y el tostado seguía su camino sin ninguna indicación, hasta la casa del próximo cliente.
La leche que nos traía, era eso: ¡leche! Con una gordura en la parte superior que, recuerdo mi abuela, convertía en manteca, con simplemente sacarla del recipiente y colocarla en un frasco con tapa y agitarla fuertemente.
Hoy día vamos al mercado y tenemos, leche entera, descremada, con hierro, con vitamina C y decenas de tipos más… Pero, ¿es realmente leche?
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