ENCUENTROS Cuando los conquistadores españoles llegaron a América, se encontraron con un mundo distinto, desconocido para ellos. El clima y relieve de este nuevo lugar era totalmente diferente al de su ibérica patria. Pero además estaba la flora y la fauna. Cantidad de animales nunca vistos por ellos surgían a la vista. Es así que comenzaron a llamarlos con nombres, de acuerdo con sus similitudes, de los que ya conocían, aunque hubiera diferencias trascendentales entre ellos, y así el coipo pasó a llamarse nutria; el choique o suri fue avestruz; el puma, león; el yaguareté, tigre y el yacaré, cocodrilo. Lo mismo ocurrió con los naturales, nuestras culturas indígenas cuando estos nuevos visitantes bajaron de sus barcos vacas, caballos, cerdos y ovejas, tanto es así que se debieron inventar palabras nuevas para denominarlos y así surgieron caballu y waca, entre otros. En el correr de mis lecturas e investigaciones siempre me intrigó como habría sido el primer encuentro del indio con el caballo, animal desconocido por éstos hasta la llegada de los conquistadores. En mis elucubraciones se me ocurrió que esos caballos salvajes tendrían que haber estado de alguna manera en inferioridad de condiciones para que el indio pudiera hacerse de ellos (como el sangrado que se le hace al toro en el ruedo antes de la entrada del torero). En esas investigaciones surgieron dos datos interesantes, el primero que en la década de mil quinientos noventa, la llanura pampeana sufrió una de las sequías más grandes del siglo y la segunda que la mención de los primeros indios avistados sobre el caballo realizados por viajeros de la pampa surgen alrededor de 1628. Teniendo en cuenta estos datos es que surgieron estas décimas. No puedo asegurar que fue así como sucedió, pero tampoco nadie me puede discutir la posibilidad que así ocurriera. ENCUENTRO Fue en un verano pesado de mil quinientos noventa, el sol, todo lo calienta y el pasto se ha chamuscado, unos charcos han quedado de lo que fuera un bañado; las aves han emigrado buscando vientos mejores y miles de resplandores dejan todo calcinado. En el aire abrasador se ven volar remolinos, que como un talco muy fino se elevan en derredor. Es tan intenso el calor y la seca tan marcada que alrededor de la aguada en patético final se ve más de un animal dando su última boqueada. Entre secos duraznillos, con las orejas paradas, precediendo a su manada se acerca al barro un padrillo. Las yeguas con sus potrillos, recelosas y asustadas, tienen las huellas marcadas de la sequía reinante y a flor de pelo, tirante, la osamenta dibujada. Con brincos y manotones, el belfo pidiendo aguada... se va a encharcar la manada con el barro a los garrones. En resoplos y empujones llegan al agua deseada, hunden allí sus quijadas bebiendo con avidez y saciando así su sed de muchas, muchas jornadas. Más el padrillo advertido, de una sombra entre los yuyos, en bien de salvar lo suyo, lanza un vibrante ronquido. La manada lo ha sentido y en feroz atropellada dejan nerviosos la aguada y el peligro que ella encierra, quedando nubes de tierra en el espacio colgadas. Escondido entre el juncal un “pampa” también sediento observaba el movimiento de tan extraño animal. Y fue este encuentro casual bajo este cielo argentino el que ligó dos destinos de forma tan ajustada que nunca, nadie ni nada les separó sus caminos Un potro se había internado más de lo que era prudente, y así quedó de repente por el barro aprisionado. El pampa se había estirado con la panza en el barrial, y avanzó hacia el animal, cual precavida serpiente, apretando entre los dientes un retorcido ramal. Al final pudo llegar, arrastrándose al bagual, le puso un medio bozal y comenzó a tironear, juntos lograron llegar, embarrados a la orilla y allí en la seca gramilla lo comenzó a manosear para poderle sacar una en una las cosquillas. Más veloz que una saeta, sin darle el menor resuello desde las clinas del cuello el pampa se le enhorqueta. Ya a nadie y nada respeta pues discurre que ha logrado un quiebre con el pasado por la ventaja que encierra para la caza y la guerra el de encontrarse montado. Y así se cambió la historia de invasiones y combates y de hombres que se debaten entre el oprobio y la gloria. Y quedará en la memoria que en la pampa nos dejara, cuando pintada la cara, montando un brioso corcel se divisaba al infiel agitando una tacuara. Carlos Ernesto Pieske |
domingo, 2 de septiembre de 2012
ENCUENTROS
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