domingo, 2 de septiembre de 2012

ENCUENTROS


ENCUENTROS

Cuando los conquistadores españoles llegaron a América, se encontraron con un mundo distinto, desconocido para ellos. El clima y relieve de este nuevo lugar era totalmente diferente al de su ibérica patria.
Pero además estaba la flora y la fauna. Cantidad de animales nunca vistos por ellos surgían a la vista.
Es así que comenzaron a llamarlos con nombres, de acuerdo con sus similitudes, de los que ya conocían, aunque hubiera diferencias trascendentales entre ellos, y así el coipo pasó a llamarse nutria; el choique o suri fue avestruz; el puma, león; el yaguareté, tigre y el yacaré, cocodrilo.
Lo mismo ocurrió con los naturales, nuestras culturas indígenas cuando estos nuevos visitantes bajaron de sus barcos vacas, caballos, cerdos y ovejas, tanto es así que se debieron inventar palabras nuevas para denominarlos y así surgieron caballu y waca, entre otros.
En el correr de mis lecturas e investigaciones siempre me intrigó como habría sido el primer encuentro del indio con el caballo, animal desconocido por éstos hasta la llegada de los conquistadores. En mis elucubraciones se me ocurrió que esos caballos salvajes tendrían que haber estado de alguna manera en inferioridad de condiciones para que el indio pudiera hacerse de ellos (como el sangrado que se le hace al toro en el ruedo antes de la entrada del torero). 
En esas investigaciones surgieron dos datos interesantes, el primero que en la década de mil quinientos noventa, la llanura pampeana sufrió una de las sequías más grandes del siglo y la segunda que la mención de los primeros indios avistados sobre el caballo realizados por viajeros de la pampa surgen alrededor de 1628. Teniendo en cuenta estos datos es que surgieron estas décimas. No puedo asegurar que fue así como sucedió, pero tampoco nadie me puede discutir la posibilidad que así ocurriera.

ENCUENTRO
Fue en un verano pesado
de mil quinientos noventa,
el sol, todo lo calienta
y el pasto se ha chamuscado,
unos charcos han quedado
de lo que fuera un bañado;
las aves han emigrado
buscando vientos mejores
y miles de resplandores
dejan todo calcinado.

En el aire abrasador
se ven volar remolinos,
que como un talco muy fino
se elevan en derredor.
Es tan intenso el calor
y la seca tan marcada
que alrededor de la aguada
en patético final
se ve más de un animal
dando su última boqueada.

Entre secos duraznillos,
con las orejas paradas,
precediendo a su manada
se acerca al barro un padrillo.
Las yeguas con sus potrillos,
recelosas y asustadas,
tienen las huellas marcadas
de la sequía reinante
y a flor de pelo, tirante,
la osamenta dibujada.

Con brincos y manotones,
el belfo pidiendo aguada...
se va a encharcar la manada
con el barro a los garrones.
En resoplos y empujones
llegan al agua deseada,
hunden allí sus quijadas
bebiendo con avidez
y saciando así su sed
de muchas, muchas jornadas.

Más el padrillo advertido,
de una sombra entre los yuyos,
en bien de salvar lo suyo,
lanza un vibrante ronquido.
La manada lo ha sentido
y en feroz atropellada
dejan nerviosos la aguada
y el peligro que ella encierra,
quedando nubes de tierra
en el espacio colgadas.

Escondido entre el juncal
un “pampa” también sediento
observaba el movimiento
de tan extraño animal.
Y fue este encuentro casual
bajo este cielo argentino
el que ligó dos destinos
de forma tan ajustada
que nunca, nadie ni nada
les separó sus caminos

Un potro se había internado
más de lo que era prudente,
y así quedó de repente
por el barro aprisionado.
El pampa se había estirado
con la panza en el barrial,
y avanzó hacia el animal,
cual precavida serpiente,
apretando entre los dientes
un retorcido ramal.

Al final pudo llegar,
arrastrándose al bagual,
le puso un medio bozal
y comenzó a tironear,
juntos lograron llegar,
embarrados a la orilla
y allí en la seca gramilla
lo comenzó a manosear
para poderle sacar 
una en una las cosquillas.

Más veloz que una saeta,
sin darle el menor resuello
desde las clinas del cuello
el pampa se le enhorqueta.
Ya a nadie y nada respeta
pues discurre que ha logrado
un quiebre con el pasado
por la ventaja que encierra
para la caza y la guerra
el de encontrarse montado.

Y así se cambió la historia
de invasiones y combates
y de hombres que se debaten 
entre el oprobio y la gloria.
Y quedará en la memoria
que en la pampa nos dejara,
cuando pintada la cara,
montando un brioso corcel
se divisaba al infiel
agitando una tacuara.

Carlos Ernesto Pieske


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