martes, 18 de septiembre de 2012

LOS CABALLOS DE LOS CONQUISTADORES.

A raíz de la publicación de ayer.
LOS CABALLOS DE LOS CONQUISTADORES.

A raíz de la nota de ayer sobre el largo de la cola de los caballos en nuestro país, me vinieron a la mente estos versos del poeta José Santos Chocano.
Son de una altura poética realmente excelente.
Recuerdo en la escuela secundaria, la vieja y querida Escuela de Maestros de Chascomús, teníamos una profesora de Literatura, María Josefa Zuloaga, a quien pedíamos que nos los recitara, lo hacía con una altura y capacidad que les puedo asegurar que a medida que los iba desgranando, nosotros escuchábamos hasta el golpeteo de los cascos de estos caballos. (El dibujo que acompaña la nota es de Eleodoro Marenco)
Vamos a compartirlos:


LOS CABALLOS DE LOS CONQUISTADORES.

¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
Sus pescuezos eran finos
Y sus ancas relucientes y sus cascos musicales...
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles ¡

¡No! No han sido los guerreros solamente,
de corazas y penachos y tizonas y estandartes,
los que hicieron la conquista
de las selvas y los Andes:
los caballos andaluces, cuyos nervios
tienen chispas de la raza voladora de los árabes,
estamparon sus gloriosas herraduras
en los secos pedregales, 
en los húmedos pantanos,
en los ríos resonantes,
en las nieves silenciosas,
en las pampas, en las sierras,
en los bosques y en los valles.
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!

Un caballo fue el primero,
En los tórridos manglares,
Cuando el grupo de Balboa caminaba
Despertando las dormidas soledades,
Que, de pronto, dio el aviso 
Del Pacífico Océano, porque ráfagas de aires
Al olfato le trajeron 
Las salinas humedades;
Y el caballo de Quesada, que en la cumbre
Se detuvo, viendo, al fondo de los valles,
El fuetazo de un torrente
Como el gesto de una cólera salvaje,
Saludó con un relincho
La sabana interminable...
Y bajó, con fácil trote,
Los peldaños de los Andes,
Cual por unas milenarias escaleras
Que crujían bajo el golpe de los cascos musicales...
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!

¿Y aquel otro de ancho tórax,
que la testa pone en alto, cual queriendo ser más grande,
en que Hernán Cortés un día,
caballero sobre estribos rutilantes,
desde México hasta Honduras,
mide leguas y semanas, entre rocas y boscajes?
¡Es más digno de los lauros,
que los potros que galopan en los cánticos triunfales
Conque Píndaro celebra las olímpicas disputas
Entre el vuelo de los carros y la fuga de los aires!
Y es más digno todavía
De las Odas inmortales,
El caballo con que Soto diestramente
Y tejiendo sus cabriolas como él sabe,
Causa asombro, pone espanto, roba fuerzas

Y, entre el coro de los indios, sin que nadie
Haga un gesto de reproche, llega al trono de Atahualpa 
Y salpica con espumas las insignias imperiales...
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!

El caballo del beduino
Que se traga soledades;
El caballo milagroso de San Jorge,
Que tritura con sus cascos los dragones infernales;
El de Cesar en las Galias;
El de Aníbal en los Alpes;
El centauro de las clásicas leyendas;
Mitad potro, mitad hombre, que galopa sin cansarse
y que sueña sin dormirse
y que flecha los luceros y que corre más que el aire;
todos tienen menos alma,
menos fuerza, menos sangre,
que los épicos caballos andaluces
en las tierras de la Atlántida salvaje,
soportando las fatigas,
las espuelas y las hambres,
bajo el peso de las férreas armaduras
y entre el fleco de los anchos estandartes,
cual desfile de heroísmos coronados
con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante...
En mitad de los fragores
Decisivos del combate,
Los caballos con sus pechos
Arrollaban a los indios y seguían adelante;
Y, así, a veces; a los gritos de ¡Santiago!
Entre el humo y el fulgor de los metales,
Se veía que pasaba, como un sueño,
El caballo del Apóstol a galope por los aires...
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!

Se diría una epopeya
De caballos singulares,
Que a manera de hipogrifos desalados
O cual río que se cuelga de los Andes,
Llegan todos,
Empolvados y jadeantes,
De unas tierras nunca vistas
A otras tierras conquistables;
Y, de súbito, espantados por un cuerno
Que se hincha de huracanes,
Dan nerviosos un relincho tan profundo
Que parece que quisieran perpetuarse...
Y, en las pampas sin confines,
Ven las tristes lejanías, y remontas las edades,
Y se sienten atraídos por los nuevos horizontes,
Se aglomeran, pifian, soplan... y se pierden al escape:
Detrás de ellos una nube,
Que es la nube de la gloria, se levantan por los aires...
¡Los caballos eran fuertes!
¡Los caballos eran ágiles!
José Santos Chocano
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