viernes, 7 de septiembre de 2012

¡ ESTOS BENDITOS REFRANES!

¡ ESTOS BENDITOS REFRANES!
Disquisiciones, contrasentidos y origen de algunos refranes.

A los refranes o dichos criollos, podemos decir que los usamos permanentemente y en todos los niveles económicos y culturales y que esta arraigada costumbre, tiene, si nos ponemos a analizar profundamente, mas “tela para cortar que fábrica de pañuelos”...
Debemos aclarar también que no es lo mismo refrán que dicho. Un refrán, de un origen muy anterior al dicho criollo, es una sentencia y que por lo general nos deja una enseñanza: “El que mucho abarca, poco aprieta”, el dicho criollo es una comparación cuasi cómica de una situación o descripción: “A los saltos como enano bajando higos”.
Los hay de todo tipo y para todos los gustos, hay refranes antiguos: “Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña”; modernos: “De gusto como bocina de avión”; con algo de xenofobia: “Los ojos chiquitos como japonés con gripe”; optimistas: “Siempre que llovió, paró”; pesimistas: “Si algo puede salir mal, porque va a salir bien” (este usado luego por el conocido Murphy como una de sus leyes); agoreros: “No hay dos sin tres” y así podríamos seguir catalogándolos.
Pero tienen una cosa más rara aun, hay refranes o dichos que suenan a incompletos: “Perro que ladra no muerde... si la cadena es corta”; “Entre bueyes no hay cornadas... porque la vaca es del toro”.
Y aún algunos que hasta se contradicen: “Al que madruga, Dios lo ayuda”... “No por mucho madrugar, amanece más temprano”. 
Para terminar, muchas veces utilizamos refranes que desconocemos su origen, y aun más, algunos de los que creemos conocer de donde provienen y no es así.
Para terminar voy a dar algunos ejemplos:
“Se le fue al humo”
En reiteradas oportunidades hemos escuchado ese dicho criollo que precisamente viene de la época de cargar las armas por la boca y de los encuentros entre el indio y el blanco.
Trabucos, mosquetes y otras armas de fuego, anteriores a la llegada de los Remington utilizaban este sistema de carga y llevaban un tipo de pólvora que además de un fogonazo increíble quedaba, quien lo disparaba, tapado por el humo.
El indio, si no era alcanzado por la perdigonada, rápidamente se dirigía con su caballo al galope y apuntando con su lanza de más de 5 metros, directo a la humareda, sabiendo que detrás estaba un cristiano desesperado cargando nuevamente y se iban al humo, no más.
“Hasta que las velas no ardan”
Este viejo dicho que todos adjudicamos a los bailes que terminan muy tarde, en realidad tiene otro origen. 
Allá por los finales del Siglo XVIII en la ciudad de Buenos Aires el principal lugar de estadía de las carretas, que iban y venían desde todos los puntos del país transportando mercaderías era la Plaza 11 de Setiembre (hoy Plaza Once). Allí cientos de carretas se reunían ya descargando su mercadería o esperando la nueva carga. Si bien muchos carreteros viajaban con sus mujeres, inventores de las primeras casas rodantes, otros, en gran cantidad también, lo hacían solos y habiendo tanto gaucho libre y sin compromiso, no faltaba el vivo que en una de esas carretas hacía trabajar a alguna china en la profesión más vieja del mundo. Como nadie tenía reloj para controlar el tiempo que el cliente pasaba dentro de la carreta, este antepasado de los actuales caficios o proxenetas, como se los quiera llamar, cortaba con su cuchillo velas de tres tamaños diferentes y el cliente subía a la carreta, con la obligación de mantenerla prendida durante su estadía, con la vela del tamaño según el dinero que había puesto y debía bajar cuando ésta se consumía.
Allí se acuñó el famoso refrán o mejor dicho criollo de: hasta que las velas no ardan.
“Quedó en Pampa y la Vía”
Cuantas veces hemos escuchado este refrán refiríéndonos a alguien que ha quedado “en la lona” o que ha perdido todo, ¿ Pero de donde proviene?
En el año 1857 se inauguró en el Bajo Belgrano (zona que hoy se conoce como "Barrio River") el Hipódromo Nacional. 
Sus extensos terrenos incluían la totalidad de lo que hoy es esa zona, inclusive los terrenos en donde hoy se encuentra el club de River Plate (River nacía luego en el 1901, pero en la zona de la Dársena Sud). 
Como parte de un servicio brindado por el mismo hipódromo, cuando los apostadores salían tenían la posibilidad de viajar gratis en un tranvía que los acercaba a Pampa y las vías del actual Ferrocarril Belgrano. 
Como ese viaje gratis en tranvía era realizado por aquellos apostadores que habían perdido hasta el último centavo en las carreras, entonces el lugar donde los dejaba se volvía despreciable, con decenas de personas tratando de rebuscárselas para volver a sus hogares. 
De ahí que esa frase hoy en día se utiliza para querer decir que uno se queda sin dinero, desolado y a la deriva.
“Agarrar para el lado de los tomates” 
Este refrán me costó bastante investigarlo, hasta que en un antiguo libro encontré su origen. Es viejo, muy viejo, tanto es así que ha cambiado en algo su sentido. En realidad este dicho criollo que hoy en día se utiliza para quienes han errado el rumbo, se han equivocado, en realidad se acuñó para indicar cuando alguien se había mandado una cag…, es decir, ha cometido un grueso error. El origen está en las famosas quintas de los suburbios de Buenos Aires que proveían de verdura fresca a la población. En ellas trabajaban los negros esclavos con una remuneración de una quinta parte de lo producido (de allí también el cambio de denominación para el huerto europeo a quinta).
A estos esclavos se los llevaba a la mañana y se los buscaba a la tarde. En la misma quinta debían hacer sus necesidades, por ello cuando alguna necesidad fisiológica se hacía sentir buscaban la zona de mas altura y que le brindaba mayor privacidad, que en un huerto es, precisamente, por la altura de las plantas y el tutorado que necesitan, es el tomatal.
“Mandar alguien al carajo”.
Esta última palabra y que hoy la ubicamos entre las llamadas “malas palabras” en realidad no es así. Recibe ese nombre a esa pequeña canastilla que se encontraba en lo alto del palo mayor de las antiguas naves.
El carajo, dada su ubicación en lo alto del mástil era un lugar inestable donde se manifestaban con mayor intensidad los movimientos del barco. Cuando un marinero cometía una falta se lo mandaba al Carajo en señal de castigo.

Como vieron, en los refranes hay de todo: “como en botica”.

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