HISTORIA DE LAS BOLEADORAS.
Quizás lo más espectacular en esta historia de las boleadoras sea las descripciones que hay de las grandes boleadas que se hacían en la pampa.
Cuarenta o cincuenta gauchos se citaban en un lugar y armaban un semicírculo y al alocado galope de sus caballos iban encerrando a cuanto “bicho” encontraban para ir cerrando el círculo a fin de realizar la boleada.
Quizás lo más espectacular en esta historia de las boleadoras sea las descripciones que hay de las grandes boleadas que se hacían en la pampa.
Cuarenta o cincuenta gauchos se citaban en un lugar y armaban un semicírculo y al alocado galope de sus caballos iban encerrando a cuanto “bicho” encontraban para ir cerrando el círculo a fin de realizar la boleada.
Para marcar la presa que les pertenecía se iban despojándo de prendas que dejaban tiradas al lado de la presa, que se recogía al volver. En un momento esas grandes boleadas en un momento llegaron a ser muy lucrativas, pues las plumas del ñandú eran muy requeridas por la buena aceptación de las mismas a los distintos colorantes con que se teñían. Estas plumas eran muy requeridas por los fabricantes de sombreros para damas y gorros militares.
Con lo que se conseguía de su venta a los pulperos, el gaucho tenía para sus vicios y compra de sus necesidades.
Pero terminemos con algo de poesía. En estas décimas de mi autoría encontrarán la descripción de una de esas antiguas boleadas.
El gaucho nunca llevaba
las “bolas” en el recado,
cosa de verse apurado
de un tirón las desataba.
Es así que se colgaba
alguna que otra potrera
a más de las ñanduceras,
para tenerlas seguras,
una o dos en la cintura
y otras más en bandolera.
Un buen boleador, primero,
elegía en el corral,
de seguro un animal
blando de boca y ligero.
Desechaba del apero
las prendas que no iba a usar
y ahí nomás iba acortar,
para afirmarse en el tiro,
media cuarta del estribo
que está del la’o de enlazar.
”Boleadas eran las de antes
-cuentan gauchos veteranos-
basta un caballo baqueano
y la pampa por delante”
Con un grito, en un instante,
La medialuna se armaba
Y comenzaba la arreada
De ciervos, gamas, ñanduces,
Para salirles al cruce
Y hacer así la boleada.
Gritos, espuma, sudor...
La pampa que se estremece.
Y entre la paja aparece,
el suri gambeteador,
detrás se escucha un fragor
y envueltos en “polvadera”
bestias y hombres en carrera
y en sus derechas, silbando,
el aire que iba cortando
las temidas ñanduceras.
Con tan solo una mirada,
el gaucho elige su presa,
y con notable destreza
las “bolas” son arrojadas.
Surcan el aire guiadas
por la experiencia que encierra
años de práctica y guerra
y dan contra el avestruz,
que con sus alas en cruz,
boleado, cae en la tierra.
Es al llegar la oración,
la señal para volver,
y de paso recoger,
lo que voleó en la ocasión.
Una picana , un alón,
todo vale, pesa o suma,
a más de un montón de plumas,
que con placer y alegría
cambiará en la pulpería
por todo lo que consuma.
Foto: Boleada en 1890.
Con lo que se conseguía de su venta a los pulperos, el gaucho tenía para sus vicios y compra de sus necesidades.
Pero terminemos con algo de poesía. En estas décimas de mi autoría encontrarán la descripción de una de esas antiguas boleadas.
El gaucho nunca llevaba
las “bolas” en el recado,
cosa de verse apurado
de un tirón las desataba.
Es así que se colgaba
alguna que otra potrera
a más de las ñanduceras,
para tenerlas seguras,
una o dos en la cintura
y otras más en bandolera.
Un buen boleador, primero,
elegía en el corral,
de seguro un animal
blando de boca y ligero.
Desechaba del apero
las prendas que no iba a usar
y ahí nomás iba acortar,
para afirmarse en el tiro,
media cuarta del estribo
que está del la’o de enlazar.
”Boleadas eran las de antes
-cuentan gauchos veteranos-
basta un caballo baqueano
y la pampa por delante”
Con un grito, en un instante,
La medialuna se armaba
Y comenzaba la arreada
De ciervos, gamas, ñanduces,
Para salirles al cruce
Y hacer así la boleada.
Gritos, espuma, sudor...
La pampa que se estremece.
Y entre la paja aparece,
el suri gambeteador,
detrás se escucha un fragor
y envueltos en “polvadera”
bestias y hombres en carrera
y en sus derechas, silbando,
el aire que iba cortando
las temidas ñanduceras.
Con tan solo una mirada,
el gaucho elige su presa,
y con notable destreza
las “bolas” son arrojadas.
Surcan el aire guiadas
por la experiencia que encierra
años de práctica y guerra
y dan contra el avestruz,
que con sus alas en cruz,
boleado, cae en la tierra.
Es al llegar la oración,
la señal para volver,
y de paso recoger,
lo que voleó en la ocasión.
Una picana , un alón,
todo vale, pesa o suma,
a más de un montón de plumas,
que con placer y alegría
cambiará en la pulpería
por todo lo que consuma.
Foto: Boleada en 1890.
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