Escrito por Juan Carlos Dávalos, el lunes, 22 de mayo de 2006 (Ha sido leído 11143 veces)
Después
de haber publicado mi libro “Los gauchos” 1 –en que reflejo la vida de
una estancia salteña, bien que en forma deficiente, pues faltan en la
obra varios aspectos de una realidad que no me fue dado estudiar por
completo-, algunos literatos metropolitanos han puesto en duda la
existencia misma del gaucho en el Norte argentino; y esta circunstancia
me incita a volver sobre un tema que no sólo atañe a la estructura
social de mi provincia en el pasado y en el presente, sino que afecta mi
probidad de hombre de letras.
Para Manuel Gálvez, “el antiguo
gaucho no existió en toda la extensión del país. El campesino de Jujuy,
de Salta, de las sierras de Córdoba, nada tiene que ver con el gaucho. Y
es tan argentino como él. El gaucho es un tipo del litoral. Su
psicología y sus hábitos no eran posibles sino en la pampa y la pampa es
sólo una parte del territorio argentino”.
El sentido limitado
que Gálvez atribuye a la palabra “gaucho” no lo abonan los cronistas e
historiadores de la guerra de la Independencia. El general español
García Camba, en sus “Memorias”, hablando de los gauchos de Güemes, los
compara a los mamelucos por su destreza ecuestre y su manera de pelear
huyendo. El norteamericano J. Antonio King –contemporáneo del citado
autor- en su libro “Veinticuatro años en la República Argentina” – dice
que al llegar a Tarija, tomó prisionero a unos gauchos.
{josquote}Para
Manuel Gálvez el antiguo gaucho no existió en todo el país. El
campesino de Jujuy o de Salta nada tiene que ver con el gaucho. El
gaucho es un tipo del litoral. Su psicología y sus hábitos no eran
posibles sino en la pampa...{/josquote}El inglés Edmond Temple, al pasar
por Salta, en mil ochocientos treinta y tantos,2 elogia los jinetes y
los caballos que vio en la posta de La Lagunilla, a pocas leguas de la
ciudad. Los historiadores Mitre, López y el Dr. Bernardo Frías relatan
las operaciones de Güemes y sus gauchos como auxiliares de los ejércitos
patriotas. Leopoldo Lugones en su “Guerra Gaucha”, evoca brillantes
acciones de nuestros gauchos en la gesta heroica.
¿No fue un
salteño –el gaucho Gauna- el que llevó a Buenos Aires, en un galope de
ocho días, el parte de la victoria del 20 de febrero de 1813? 3 Y por
último, en las fiestas del Centenario de la Sociedad Rural de Buenos
Aires ¿no resultaron premiados los gauchos de Salta, que habían
presentado el mejor conjunto de caballos y jinetes?
Todo lo cual
probaría que existió en mi provincia un tipo de campesino con una
psicología que no debió ser muy diferente a la del gaucho de la pampa,
cuando la tradición, la historia y la literatura lo designan con la
misma palabra. Los bolivianos, aún hoy, llaman gauchos a nuestros
arrieros. Y salteños y jujeños distinguimos el gaucho –sinónimo de
jinete- del coya que es el hombre de a pie, poblador de las altas
montañas y pastor de ganados menores.
Si la historia no miente,
muchísimos años antes de la Revolución de Mayo comienza a definirse un
tipo rural uniforme por todo el actual territorio argentino del centro y
del Norte: el de los gauchos troperos, observados ya por
Concolorcorvo,4 aquellos gauchos que desde Entre Ríos, desde San Juan,
desde San Luis, La Rioja y Córdoba, conducían arrias de mulas al Perú y
difundían, a lo largo de las postas y los pueblos, una tradición oral,
una poesía popular, una música, una coreografía, un lenguaje, una
conciencia racial, unas costumbres que por analogía y por contacto iban
plasmando la sorprendente unidad espiritual del hombre argentino que más
tarde había de contribuir con aportes espléndidos a la obra de la
Independencia.
Gaucho del Sur
Gaucho del Sur
Era la época
–bajo Carlos III, por ejemplo- en que lazos, ponchos, estribos labrados y
suelas de Salta van hasta las riberas del Paraná; cuando las milongas
de Buenos Aires se iban a cantar a Humahuaca, en Tarija, en Potosí; los
tiempos en que los arrieros de Córdoba del Tucumán –según cuenta Ricardo
Palma- se enamora y se casa en forma novelesca con una belleza de Lima.
La
semejanza de las costumbres determinó la semejanza espiritual entre
pobladores de medios geográficos diferentes; y así, el rastreador de la
pampa y el de nuestras selvas no poseían la misma técnica, ni la
curación por secreto –que aún hoy se practica en mi provincia-; era lo
mismo aquí en San Juan; ni nuestros domadores y chalanes arreglaban
caballos y mulas con los procedimientos usados en Buenos Aires. Y todas
estas variedades de gaucho, y además el payador, el trenzador, el
talabartero y los artífices del cuero sobado en crudo-, existían en
todas partes y todavía existen en Salta, provincia no transformada aún
por la inmigración, por el aumento de las explotaciones agrícolas y
forestales, por el refinamiento de los ganados y por el progreso que
europeíza al resto de la República.
Mientras la cría y pastoreo
de ganado en las estancias de mi provincia está a cargo de paisanos de a
caballo, cada vez que un escritor deba ocuparse de ellos, se verá
obligado a pintar gauchos, puesto que entre nosotros ese término designa
al jinete experto en faenas camperas; tanto que entre los de Anta
“campero” o “campeador” es sinónimo de gaucho.
{josquote}Salteños
y jujeños distinguimos el gaucho –sinónimo de jinete- del coya que es
el hombre de a pie, poblador de las altas montañas y pastor de ganados
menores.{/josquote}En los cerros boscosos de Metán y Campo Santo, en las
sierras de Guachipas, Anta y Rosario de la Frontera, en las selvas de
Rivadavia y Orán, se crían a campo, en estancias exclusivamente
ganaderas, no menos de quinientas mil cabezas de ganado, que no pueden
ser manejadas a brete, sino sacada a caballo, a lazo y perros de maraña,
para someterlas a la hierra, la quesería, la curación de adicionados y
enfermos, el apartamiento y selección de las tropas destinadas al
comercio. Y los hombres que a diario realizan estos menesteres rurales
no son fantasmas, ni alegorías artísticas, sino jinetes de carne y
hueso.
A causa del desierto, del suelo áspero, y como
consecuencia de un sistema primitivo pero ineludible de pastoreo,
nuestros estancieros pierden anualmente un apreciable número de animales
asaltados por los tigres, despeñados en los precipicios o estropeados
por los accidentes de repunte.
El fabuloso terror al paludismo,
el escaso confort del Ferrocarril Central Norte y nuestras malas
carreteras vedan a la gente fina del litoral, a sus artistas y
literatos, el conocimiento de nuestro ambiente campesino más selvático.
Ricardo Güiraldes 5 –aquel mi noble y llorado amigo- es quizá el único
escritor de Buenos Aires que haya visto de cerca nuestros gauchos en su
medio natural.
También hubo de observarlos en algunas fincas de
Chicoana, en el reñidero de la ciudad, en el Mercado, en el Matadero; y
departió con ellos mano a mano, y los observó por decenas, a pie y a
caballo, con sus típicos guardamontes, su cuchillo, sus perros, su
chambergo retobado de cuero, su lazo a las ancas, su lonja cogotera en
el caballo y su coleto de cuero sobado en la montura.
Son los
hombres que llegan arreando hacienda por los caminos de la provincia,
desde los cerros próximos, desde los garabatales de Cobos, desde los
lejanos montes de Orán y Rivadavia. Gauchos son los troperos que en los
corrales de todas las fincas del valle de Lerma enlazan uno a uno
doscientos novillos, los voltean, los hierran y se marchan con ellos
hasta Antofagasta, caminando ochocientos kilómetros por la Cordillera y
el desierto de Atacama.
Las nueve décimas partes de nuestro
inmenso territorio, boscoso, montañoso y –boscoso y montañoso a la vez-,
están poblados por escasa gente – (menos de uno por kilómetro
cuadrado)-, gente que por fuerza vive a caballo, lo mismo que hace un
siglo, sin que el ferrocarril, ni el automóvil, ni las escuela rurales,
hayan modificado sensiblemente sus costumbres y su espíritu.
{josquote}...el
gaucho existió y existe hasta en la primera sociedad de Salta, cuya
clase pudiente, desde los tiempos de la colonia, se paseó dos siglos a
caballo por los caminos de Córdoba, del Chaco, de Chile y el
Perú{/josquote}Las haciendas dispersas por bosques, cerros, mesetas y
quebradas, no pueden ser revisadas en bicicleta, ni recontadas desde el
automóvil, sino trabajadas diariamente a lomo de mula. Y no es raro que
en alguna estancia descuidada por los puesteros, sea necesario trampear
vacas furtivamente,, a la luz de la luna, en pleno siglo veinte, o
desjarretar novillos chúcaros cuchillo, como se hacía en las pampas de
Buenos Aires en tiempos de Azara.
Las investigaciones sobre la
poesía popular de Salta, que a estas horas 6 está realizando don Juan
Alfonso Carrizo –quien lleva compilados, sólo aquí, más de cinco mil
cantos-, demuestran que nuestros gauchos conservan –por la continuidad
rutinaria de las costumbres y por el aislamiento propio de estas
comarcas- una tradición castiza de indudable procedencia española,
corroborando la hipótesis de que, en este mestizo, la influencia
indígena cedió, desde los primeros tiempos a las fuerzas espirituales de
la raza conquistadora.
La tradición matonesca del bandido
español de los siglos XVI y XVII se transplanta a América, se manifiesta
en el gaucho pampeano, queda estancada en la poesía actual de nuestros
gauchos, que todavía hoy cantan con guitarra – (influencia española), o
con cajas, o a pulso (baguala indígena) –glosas y coplas, o décimas
sueltas. El culto al coraje subsiste, pero ya no tanto como alarde de
bravura insolente, sino como una modalidad imprescindible en hombres que
a todas horas andan con la vida a los tientos.
Noche obscura y tenebrosa
atrevido el que camina!
Aquel que queriendo vive,
a todo se determina.
Pasan de mil las coplas referentes al caballo recogida hasta hoy por el señor Carrizo en mi provincia.
Amalaya un caballito
ligerito y corredor,
para llevarme en las ancas
la hija del gobernador!
He aquí expresada la emoción del peligro a que se expone el arriero:
Cuando me fui para Chile
y me tapó el viento blanco,
mis pobre ojos lloraban
lágrimas de amargo llanto.
Ya se viene la nevada
tapando lo desparejo.
Apuren compañeritos,
¡a la huella, toro viejo!
Y un ejemplo de galantería fina:
Abrime la puerta,
verbenita,
que no soy ladrón;
vengo por la llave,
verbenita,
de tu corazón.
Al caminito de Yavi
lo he de mandar a dorar,
pa que venga mi vidita
calladita, sin llorar.
Un
gaucho viejo de Yatasto –estancia de los señores Gómez Rincón- le dicta
a Carrizo el romance de “Blanca Flor y Filomena”. Un puestero de Pampa
Grande, estancia del Dr. Indalecio Gómez, recuerda y recita de memoria
el romance de la “Dama y el Rústico Pastor”, cuya versión, hallada
íntegra aquí, no figura completa en los cancioneros españoles. Es muy
común, por otra parte, el romance de “La Esposa Infiel”, que los gauchos
recitan a sus nietos.
Por su hospitalidad, su sobriedad, su
cortesía, nuestro rústico pastor de ganados está más cerca, pues, del
gaucho que conoció García Camba soldado de Güemes, que del individuo
vago, bellaco y pendenciero que la mala literatura arrabalera ha
difundido en nuestro país.
Y para concluir, afirmo que el gaucho
existió y existe hasta en la primera sociedad de Salta, cuya clase
pudiente, desde los tiempos de la colonia, se paseó dos siglos a caballo
por los caminos de Córdoba, del Chaco, de Chile y el Perú.
Los
varones más ilustres de nuestras antiguas familias fueron y son
estancieros, criadores de vacas y caballos, gauchos ellos mismos y a la
vez hombres de mundo. Y no gauchos de opereta, sino sencillos campesinos
que pueden estar hoy vistiendo de smoking en el club de la ciudad y
otro día los vemos a caballo, pialando y enlazando en los corrales de
sus fincas, o corriendo en los montes a la par de sus puesteros, en las
estancias.
{mostip image=tipon}Este artículo pertenece a la colección "Textos rescatados" de Iruya.com{/mostip}
Notas de los editores
1-
Dávalos, Juan Carlos. Los gauchos. Primera edición. Librería y
Editorial La Facultad. Buenos Aires, 1928. Segunda edición.
Ilustraciones de Carybé. Ciorda & Rodríguez Editores. Buenos Aires,
1948.
2- Temple, Edmundo. Córdoba, Tucumán, Salta y Jujuy en
1826. Capítulos extraídos del libro inglés Travelers in various parts of
Peru. Londres, 1830. Traducidos por Jaime Noguera. Prólogo del doctor
Juan B. Terán. Imprenta y Casa Editora Coni. Buenos Aires, 1920. Temple
integró la comisión exploradora minera de la compañía británica “La
Potosí, La Paz and Peruvian Minning Association”.
3- Dávalos
adjudica a Calixto Gauna haber recorrido a caballo el trayecto entre
Salta y Buenos Aires (1.600 kilómetros) en sólo ocho días. El viaje de
Gauna lo hizo en el invierno de 1810 para comunicar la adhesión del
Cabildo de Salta al pronunciamiento del Cabildo de Buenos Aires.
4-
Estas referencias al gaucho de Salta las hizo el funcionario español
Calixto Bustamante Carlos (Concolorcorvo) 37 años antes de la Revolución
de Mayo de 1810. Están incluidas en su libro El lazarillo de ciegos
caminantes desde Buenos Aires hasta Lima, libro cuya primera edición se
publicó en Gijón (España) en el año 1773. La segunda edición apareció en
Buenos Aires en 1908 junto con Araujo y su Guía de Forasteros del
Virreinato de Buenos Aires (1803) Edición Biblioteca de la Junta de
Historia y Numismática, volumen IV.
5- El escritor Ricardo
Güiraldes visitó Salta, acompañado de su esposa Adelina del Carril en el
año 1921, posiblemente en el mes de agosto. Güiraldes tenía entonces 35
años y Dávalos 40. En esos años Dávalos residía en la Villa de San
Lorenzo, próxima a la ciudad. Ambos escritores se encontraron en el
camino que une San Lorenzo con la cuidad. Dávalos marchaba en dirección a
Salta a caballo y los Güiraldes, se dirigían San Lorenzo en automóvil.
“El poeta, flaco y esbelto con cara de santo español me alargó la mano
desde el suelo, antes de que me diese tiempo a apearme”, relató Dávalos
en 1956. Sobre este encuentro consultar: Roberto García Pinto Autores y
personajes. Cuaderno de Humanitas. Tucumán, 1961. Capítulo “Encuentro de
Dávalos y Güiraldes”. También: José Juan Botelli. Juan Carlos Dávalos.
Testimonios salteños. Ediciones Anacreonte. Salta, 1987.
6- Entre
los 18 volúmenes que escribió Juan Alfonso Carrizo destaca su
Cancionero Popular de Salta. Primera edición. 720 páginas. Universidad
Nacional de Tucumán. A. Biocco & Cia. Editores. Buenos Aires, 1933.
Años después se publicó Selección del Cancionero Popular de Salta.
Ediciones Dictio. Buenos Aires, 1988. Esta edición estuvo a cargo de
Bruno Jacovella.
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