jueves, 4 de octubre de 2012

El Gaucho del norte

Escrito por Juan Carlos Dávalos, el lunes, 22 de mayo de 2006 (Ha sido leído 11143 veces)

Después de haber publicado mi libro “Los gauchos” 1 –en que reflejo la vida de una estancia salteña, bien que en forma deficiente, pues faltan en la obra varios aspectos de una realidad que no me fue dado estudiar por completo-, algunos literatos metropolitanos han puesto en duda la existencia misma del gaucho en el Norte argentino; y esta circunstancia me incita a volver sobre un tema que no sólo atañe a la estructura social de mi provincia en el pasado y en el presente, sino que afecta mi probidad de hombre de letras.

Para Manuel Gálvez, “el antiguo gaucho no existió en toda la extensión del país. El campesino de Jujuy, de Salta, de las sierras de Córdoba, nada tiene que ver con el gaucho. Y es tan argentino como él. El gaucho es un tipo del litoral. Su psicología y sus hábitos no eran posibles sino en la pampa y la pampa es sólo una parte del territorio argentino”.

El sentido limitado que Gálvez atribuye a la palabra “gaucho” no lo abonan los cronistas e historiadores de la guerra de la Independencia. El general español García Camba, en sus “Memorias”, hablando de los gauchos de Güemes, los compara a los mamelucos por su destreza ecuestre y su manera de pelear huyendo. El norteamericano J. Antonio King –contemporáneo del citado autor- en su libro “Veinticuatro años en la República Argentina” – dice que al llegar a Tarija, tomó prisionero a unos gauchos.

{josquote}Para Manuel Gálvez el antiguo gaucho no existió en todo el país. El campesino de Jujuy o de Salta nada tiene que ver con el gaucho. El gaucho es un tipo del litoral. Su psicología y sus hábitos no eran posibles sino en la pampa...{/josquote}El inglés Edmond Temple, al pasar por Salta, en mil ochocientos treinta y tantos,2 elogia los jinetes y los caballos que vio en la posta de La Lagunilla, a pocas leguas de la ciudad. Los historiadores Mitre, López y el Dr. Bernardo Frías relatan las operaciones de Güemes y sus gauchos como auxiliares de los ejércitos patriotas. Leopoldo Lugones en su “Guerra Gaucha”, evoca brillantes acciones de nuestros gauchos en la gesta heroica.

¿No fue un salteño –el gaucho Gauna- el que llevó a Buenos Aires, en un galope de ocho días, el parte de la victoria del 20 de febrero de 1813? 3 Y por último, en las fiestas del Centenario de la Sociedad Rural de Buenos Aires ¿no resultaron premiados los gauchos de Salta, que habían presentado el mejor conjunto de caballos y jinetes?

Todo lo cual probaría que existió en mi provincia un tipo de campesino con una psicología que no debió ser muy diferente a la del gaucho de la pampa, cuando la tradición, la historia y la literatura lo designan con la misma palabra. Los bolivianos, aún hoy, llaman gauchos a nuestros arrieros. Y salteños y jujeños distinguimos el gaucho –sinónimo de jinete- del coya que es el hombre de a pie, poblador de las altas montañas y pastor de ganados menores.

Si la historia no miente, muchísimos años antes de la Revolución de Mayo comienza a definirse un tipo rural uniforme por todo el actual territorio argentino del centro y del Norte: el de los gauchos troperos, observados ya por Concolorcorvo,4 aquellos gauchos que desde Entre Ríos, desde San Juan, desde San Luis, La Rioja y Córdoba, conducían arrias de mulas al Perú y difundían, a lo largo de las postas y los pueblos, una tradición oral, una poesía popular, una música, una coreografía, un lenguaje, una conciencia racial, unas costumbres que por analogía y por contacto iban plasmando la sorprendente unidad espiritual del hombre argentino que más tarde había de contribuir con aportes espléndidos a la obra de la Independencia.

Gaucho del Sur
Gaucho del Sur
Era la época –bajo Carlos III, por ejemplo- en que lazos, ponchos, estribos labrados y suelas de Salta van hasta las riberas del Paraná; cuando las milongas de Buenos Aires se iban a cantar a Humahuaca, en Tarija, en Potosí; los tiempos en que los arrieros de Córdoba del Tucumán –según cuenta Ricardo Palma- se enamora y se casa en forma novelesca con una belleza de Lima.

La semejanza de las costumbres determinó la semejanza espiritual entre pobladores de medios geográficos diferentes; y así, el rastreador de la pampa y el de nuestras selvas no poseían la misma técnica, ni la curación por secreto –que aún hoy se practica en mi provincia-; era lo mismo aquí en San Juan; ni nuestros domadores y chalanes arreglaban caballos y mulas con los procedimientos usados en Buenos Aires. Y todas estas variedades de gaucho, y además el payador, el trenzador, el talabartero y los artífices del cuero sobado en crudo-, existían en todas partes y todavía existen en Salta, provincia no transformada aún por la inmigración, por el aumento de las explotaciones agrícolas y forestales, por el refinamiento de los ganados y por el progreso que europeíza al resto de la República.

Mientras la cría y pastoreo de ganado en las estancias de mi provincia está a cargo de paisanos de a caballo, cada vez que un escritor deba ocuparse de ellos, se verá obligado a pintar gauchos, puesto que entre nosotros ese término designa al jinete experto en faenas camperas; tanto que entre los de Anta “campero” o “campeador” es sinónimo de gaucho.

{josquote}Salteños y jujeños distinguimos el gaucho –sinónimo de jinete- del coya que es el hombre de a pie, poblador de las altas montañas y pastor de ganados menores.{/josquote}En los cerros boscosos de Metán y Campo Santo, en las sierras de Guachipas, Anta y Rosario de la Frontera, en las selvas de Rivadavia y Orán, se crían a campo, en estancias exclusivamente ganaderas, no menos de quinientas mil cabezas de ganado, que no pueden ser manejadas a brete, sino sacada a caballo, a lazo y perros de maraña, para someterlas a la hierra, la quesería, la curación de adicionados y enfermos, el apartamiento y selección de las tropas destinadas al comercio. Y los hombres que a diario realizan estos menesteres rurales no son fantasmas, ni alegorías artísticas, sino jinetes de carne y hueso.

A causa del desierto, del suelo áspero, y como consecuencia de un sistema primitivo pero ineludible de pastoreo, nuestros estancieros pierden anualmente un apreciable número de animales asaltados por los tigres, despeñados en los precipicios o estropeados por los accidentes de repunte.

El fabuloso terror al paludismo, el escaso confort del Ferrocarril Central Norte y nuestras malas carreteras vedan a la gente fina del litoral, a sus artistas y literatos, el conocimiento de nuestro ambiente campesino más selvático. Ricardo Güiraldes 5 –aquel mi noble y llorado amigo- es quizá el único escritor de Buenos Aires que haya visto de cerca nuestros gauchos en su medio natural.

También hubo de observarlos en algunas fincas de Chicoana, en el reñidero de la ciudad, en el Mercado, en el Matadero; y departió con ellos mano a mano, y los observó por decenas, a pie y a caballo, con sus típicos guardamontes, su cuchillo, sus perros, su chambergo retobado de cuero, su lazo a las ancas, su lonja cogotera en el caballo y su coleto de cuero sobado en la montura.

Son los hombres que llegan arreando hacienda por los caminos de la provincia, desde los cerros próximos, desde los garabatales de Cobos, desde los lejanos montes de Orán y Rivadavia. Gauchos son los troperos que en los corrales de todas las fincas del valle de Lerma enlazan uno a uno doscientos novillos, los voltean, los hierran y se marchan con ellos hasta Antofagasta, caminando ochocientos kilómetros por la Cordillera y el desierto de Atacama.

Las nueve décimas partes de nuestro inmenso territorio, boscoso, montañoso y –boscoso y montañoso a la vez-, están poblados por escasa gente – (menos de uno por kilómetro cuadrado)-, gente que por fuerza vive a caballo, lo mismo que hace un siglo, sin que el ferrocarril, ni el automóvil, ni las escuela rurales, hayan modificado sensiblemente sus costumbres y su espíritu.

{josquote}...el gaucho existió y existe hasta en la primera sociedad de Salta, cuya clase pudiente, desde los tiempos de la colonia, se paseó dos siglos a caballo por los caminos de Córdoba, del Chaco, de Chile y el Perú{/josquote}Las haciendas dispersas por bosques, cerros, mesetas y quebradas, no pueden ser revisadas en bicicleta, ni recontadas desde el automóvil, sino trabajadas diariamente a lomo de mula. Y no es raro que en alguna estancia descuidada por los puesteros, sea necesario trampear vacas furtivamente,, a la luz de la luna, en pleno siglo veinte, o desjarretar novillos chúcaros cuchillo, como se hacía en las pampas de Buenos Aires en tiempos de Azara.

Las investigaciones sobre la poesía popular de Salta, que a estas horas 6 está realizando don Juan Alfonso Carrizo –quien lleva compilados, sólo aquí, más de cinco mil cantos-, demuestran que nuestros gauchos conservan –por la continuidad rutinaria de las costumbres y por el aislamiento propio de estas comarcas- una tradición castiza de indudable procedencia española, corroborando la hipótesis de que, en este mestizo, la influencia indígena cedió, desde los primeros tiempos a las fuerzas espirituales de la raza conquistadora.

La tradición matonesca del bandido español de los siglos XVI y XVII se transplanta a América, se manifiesta en el gaucho pampeano, queda estancada en la poesía actual de nuestros gauchos, que todavía hoy cantan con guitarra – (influencia española), o con cajas, o a pulso (baguala indígena) –glosas y coplas, o décimas sueltas. El culto al coraje subsiste, pero ya no tanto como alarde de bravura insolente, sino como una modalidad imprescindible en hombres que a todas horas andan con la vida a los tientos.

Noche obscura y tenebrosa
atrevido el que camina!
Aquel que queriendo vive,
a todo se determina.

Pasan de mil las coplas referentes al caballo recogida hasta hoy por el señor Carrizo en mi provincia.

Amalaya un caballito
ligerito y corredor,
para llevarme en las ancas
la hija del gobernador!

He aquí expresada la emoción del peligro a que se expone el arriero:

Cuando me fui para Chile
y me tapó el viento blanco,
mis pobre ojos lloraban
lágrimas de amargo llanto.

Ya se viene la nevada
tapando lo desparejo.
Apuren compañeritos,
¡a la huella, toro viejo!

Y un ejemplo de galantería fina:

Abrime la puerta,
verbenita,
que no soy ladrón;
vengo por la llave,
verbenita,
de tu corazón.

Al caminito de Yavi
lo he de mandar a dorar,
pa que venga mi vidita
calladita, sin llorar.

Un gaucho viejo de Yatasto –estancia de los señores Gómez Rincón- le dicta a Carrizo el romance de “Blanca Flor y Filomena”. Un puestero de Pampa Grande, estancia del Dr. Indalecio Gómez, recuerda y recita de memoria el romance de la “Dama y el Rústico Pastor”, cuya versión, hallada íntegra aquí, no figura completa en los cancioneros españoles. Es muy común, por otra parte, el romance de “La Esposa Infiel”, que los gauchos recitan a sus nietos.

Por su hospitalidad, su sobriedad, su cortesía, nuestro rústico pastor de ganados está más cerca, pues, del gaucho que conoció García Camba soldado de Güemes, que del individuo vago, bellaco y pendenciero que la mala literatura arrabalera ha difundido en nuestro país.

Y para concluir, afirmo que el gaucho existió y existe hasta en la primera sociedad de Salta, cuya clase pudiente, desde los tiempos de la colonia, se paseó dos siglos a caballo por los caminos de Córdoba, del Chaco, de Chile y el Perú.

Los varones más ilustres de nuestras antiguas familias fueron y son estancieros, criadores de vacas y caballos, gauchos ellos mismos y a la vez hombres de mundo. Y no gauchos de opereta, sino sencillos campesinos que pueden estar hoy vistiendo de smoking en el club de la ciudad y otro día los vemos a caballo, pialando y enlazando en los corrales de sus fincas, o corriendo en los montes a la par de sus puesteros, en las estancias.

{mostip image=tipon}Este artículo pertenece a la colección "Textos rescatados" de Iruya.com{/mostip}
Notas de los editores

1- Dávalos, Juan Carlos. Los gauchos. Primera edición. Librería y Editorial La Facultad. Buenos Aires, 1928. Segunda edición. Ilustraciones de Carybé. Ciorda & Rodríguez Editores. Buenos Aires, 1948.

2- Temple, Edmundo. Córdoba, Tucumán, Salta y Jujuy en 1826. Capítulos extraídos del libro inglés Travelers in various parts of Peru. Londres, 1830. Traducidos por Jaime Noguera. Prólogo del doctor Juan B. Terán. Imprenta y Casa Editora Coni. Buenos Aires, 1920. Temple integró la comisión exploradora minera de la compañía británica “La Potosí, La Paz and Peruvian Minning Association”.

3- Dávalos adjudica a Calixto Gauna haber recorrido a caballo el trayecto entre Salta y Buenos Aires (1.600 kilómetros) en sólo ocho días. El viaje de Gauna lo hizo en el invierno de 1810 para comunicar la adhesión del Cabildo de Salta al pronunciamiento del Cabildo de Buenos Aires.

4- Estas referencias al gaucho de Salta las hizo el funcionario español Calixto Bustamante Carlos (Concolorcorvo) 37 años antes de la Revolución de Mayo de 1810. Están incluidas en su libro El lazarillo de ciegos caminantes desde Buenos Aires hasta Lima, libro cuya primera edición se publicó en Gijón (España) en el año 1773. La segunda edición apareció en Buenos Aires en 1908 junto con Araujo y su Guía de Forasteros del Virreinato de Buenos Aires (1803) Edición Biblioteca de la Junta de Historia y Numismática, volumen IV.

5- El escritor Ricardo Güiraldes visitó Salta, acompañado de su esposa Adelina del Carril en el año 1921, posiblemente en el mes de agosto. Güiraldes tenía entonces 35 años y Dávalos 40. En esos años Dávalos residía en la Villa de San Lorenzo, próxima a la ciudad. Ambos escritores se encontraron en el camino que une San Lorenzo con la cuidad. Dávalos marchaba en dirección a Salta a caballo y los Güiraldes, se dirigían San Lorenzo en automóvil. “El poeta, flaco y esbelto con cara de santo español me alargó la mano desde el suelo, antes de que me diese tiempo a apearme”, relató Dávalos en 1956. Sobre este encuentro consultar: Roberto García Pinto Autores y personajes. Cuaderno de Humanitas. Tucumán, 1961. Capítulo “Encuentro de Dávalos y Güiraldes”. También: José Juan Botelli. Juan Carlos Dávalos. Testimonios salteños. Ediciones Anacreonte. Salta, 1987.

6- Entre los 18 volúmenes que escribió Juan Alfonso Carrizo destaca su Cancionero Popular de Salta. Primera edición. 720 páginas. Universidad Nacional de Tucumán. A. Biocco & Cia. Editores. Buenos Aires, 1933. Años después se publicó Selección del Cancionero Popular de Salta. Ediciones Dictio. Buenos Aires, 1988. Esta edición estuvo a cargo de Bruno Jacovella.

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