LAS “VIEJAS” CARRETAS.
Abriendo huellas en la tierra virgen con sus pesadas ruedas de madera maciza, las entoldados carretas, semejaban “gliptodontes” que avanzaban pesadamente abriendo las rutas del futuro.
Picaneando los bueyes cuando era necesario, ya sea sentado en el pértigo, sobre el yugo, desde adentro del vehículo o de a pié, o a caballo, el carretero vigilaba la marcha de la carreta.
Las primeras comenzaron a circular por el camino del Alto Perú durante el gobierno de Juan Ramírez de Velazco (1595-1597) quien como lo informó en una carta al rey, al observar que desde cuarenta leguas al sur de Potosí podía marcharse a Buenos Aires por caminos de ruedas, decidió armar 40 carretas, cada una tirada por seis bueyes y destinadas a servir a la comunicación y comercio en esas dilatadas regiones.
El centro principal de construcción fue Tucumán, cuyos bosques proveían abundante madera para tal fin. Esos enormes y pesados vehículos, calificados como navíos de las pampas, se desplazaban en forma lenta pero segura por los campos desiertos. Formaban tropas integradas por diez o más carretas de Buenos Aires a Salta o viceversa, el resto del trayecto se hacía a lomo de mula. La enorme travesía de 1600 kilómetros de una ciudad a otra, cubierta por 36 postas, duraba aproximadamente unos tres meses.
La principal dificultad que debían enfrentar las tropas de carretas en su desplazamiento eran los ríos, ya que no existían puentes en el trayecto, salvo algunos en la proximidad de la ciudad de Buenos Aires. El más antiguo fue construido sobre el río Luján en 1755 y el llamado Puente Márquez fue levantado en 1773, sobre el río Reconquista en el paraje denominado Paso del Rey, donde se cobraba un peaje de un real por carreta cargada.
¡Y pensar que creemos a los peajes un invento moderno!
Poco tiempo después también la provincia de Mendoza encaró la construcción de carretas, no llevaban ni un trozo de hierro, eran madera, cuero y junco o totora, según en el lugar que se fabricaran. Podían llevar hasta 2.500 kilogramos de carga.
Cueros, lanas, muebles, personas y hasta familias enteras eran transportadas por los caminos de la pampa.
La expedición más grande que se tiene noticias fue la que se preparó durante el gobierno del virrey Vértiz con el propósito de traer sal de las Salinas Grandes (en territorio ocupado por los indios). Este producto era imprescindible para los saladeros y la sal que venía de Cádiz, España era carísima.
Las expediciones con ese destino comenzaron en 1716 y se repitieron periódicamente, pero la expedición que nos ocupa se realizó en 1778 y estaba formada por 600 carretas con sus respectivos carreteros, 12.000 bueyes y 400 oficiales y soldados del cuerpo de Blandengues.
Una cuenta simple: si una carreta desde su final hasta el cuerno del buey puntero mide unos 10 metros de largo, 600 carretas hacen un total de 6 kilómetros de expedición...
¿Qué tal? ¿Qué indio se atrevería a atacar una tropa así?
¡Hasta que las velas no ardan!
En la ciudad de Buenos Aires el principal lugar de estadía de las carretas era la Plaza 11 de Setiembre (hoy Plaza Once). Allí cientos de carretas se reunían ya descargando su mercadería o esperando la nueva carga. Si bien muchos carreteros viajaban con sus mujeres, inventores de las primeras casas rodantes, otros, en gran cantidad también, lo hacían solos y habiendo tanto gaucho libre y sin compromiso, no faltaba el vivo que en una de esas carretas hacía trabajar a alguna china en la profesión más vieja del mundo. Como nadie tenía reloj para controlar el tiempo que el cliente pasaba dentro de la carreta, este antepasado de los actuales caficios cortaba con su cuchillo velas de tres tamaños diferentes y el cliente subía a la carreta, con la obligación de mantenerla prendida durante su estadía, con la vela del tamaño según el dinero que había puesto y debía bajar cuando ésta se consumía.
Allí se acuñó el famoso refrán o mejor dicho criollo de: hasta que las velas no ardan.
En la Foto: “Carreta y Carreteros”. Escultura en madera de cedro lustrada. En venta.
Abriendo huellas en la tierra virgen con sus pesadas ruedas de madera maciza, las entoldados carretas, semejaban “gliptodontes” que avanzaban pesadamente abriendo las rutas del futuro.
Picaneando los bueyes cuando era necesario, ya sea sentado en el pértigo, sobre el yugo, desde adentro del vehículo o de a pié, o a caballo, el carretero vigilaba la marcha de la carreta.
Las primeras comenzaron a circular por el camino del Alto Perú durante el gobierno de Juan Ramírez de Velazco (1595-1597) quien como lo informó en una carta al rey, al observar que desde cuarenta leguas al sur de Potosí podía marcharse a Buenos Aires por caminos de ruedas, decidió armar 40 carretas, cada una tirada por seis bueyes y destinadas a servir a la comunicación y comercio en esas dilatadas regiones.
El centro principal de construcción fue Tucumán, cuyos bosques proveían abundante madera para tal fin. Esos enormes y pesados vehículos, calificados como navíos de las pampas, se desplazaban en forma lenta pero segura por los campos desiertos. Formaban tropas integradas por diez o más carretas de Buenos Aires a Salta o viceversa, el resto del trayecto se hacía a lomo de mula. La enorme travesía de 1600 kilómetros de una ciudad a otra, cubierta por 36 postas, duraba aproximadamente unos tres meses.
La principal dificultad que debían enfrentar las tropas de carretas en su desplazamiento eran los ríos, ya que no existían puentes en el trayecto, salvo algunos en la proximidad de la ciudad de Buenos Aires. El más antiguo fue construido sobre el río Luján en 1755 y el llamado Puente Márquez fue levantado en 1773, sobre el río Reconquista en el paraje denominado Paso del Rey, donde se cobraba un peaje de un real por carreta cargada.
¡Y pensar que creemos a los peajes un invento moderno!
Poco tiempo después también la provincia de Mendoza encaró la construcción de carretas, no llevaban ni un trozo de hierro, eran madera, cuero y junco o totora, según en el lugar que se fabricaran. Podían llevar hasta 2.500 kilogramos de carga.
Cueros, lanas, muebles, personas y hasta familias enteras eran transportadas por los caminos de la pampa.
La expedición más grande que se tiene noticias fue la que se preparó durante el gobierno del virrey Vértiz con el propósito de traer sal de las Salinas Grandes (en territorio ocupado por los indios). Este producto era imprescindible para los saladeros y la sal que venía de Cádiz, España era carísima.
Las expediciones con ese destino comenzaron en 1716 y se repitieron periódicamente, pero la expedición que nos ocupa se realizó en 1778 y estaba formada por 600 carretas con sus respectivos carreteros, 12.000 bueyes y 400 oficiales y soldados del cuerpo de Blandengues.
Una cuenta simple: si una carreta desde su final hasta el cuerno del buey puntero mide unos 10 metros de largo, 600 carretas hacen un total de 6 kilómetros de expedición...
¿Qué tal? ¿Qué indio se atrevería a atacar una tropa así?
¡Hasta que las velas no ardan!
En la ciudad de Buenos Aires el principal lugar de estadía de las carretas era la Plaza 11 de Setiembre (hoy Plaza Once). Allí cientos de carretas se reunían ya descargando su mercadería o esperando la nueva carga. Si bien muchos carreteros viajaban con sus mujeres, inventores de las primeras casas rodantes, otros, en gran cantidad también, lo hacían solos y habiendo tanto gaucho libre y sin compromiso, no faltaba el vivo que en una de esas carretas hacía trabajar a alguna china en la profesión más vieja del mundo. Como nadie tenía reloj para controlar el tiempo que el cliente pasaba dentro de la carreta, este antepasado de los actuales caficios cortaba con su cuchillo velas de tres tamaños diferentes y el cliente subía a la carreta, con la obligación de mantenerla prendida durante su estadía, con la vela del tamaño según el dinero que había puesto y debía bajar cuando ésta se consumía.
Allí se acuñó el famoso refrán o mejor dicho criollo de: hasta que las velas no ardan.
En la Foto: “Carreta y Carreteros”. Escultura en madera de cedro lustrada. En venta.
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