Juan Manuel de Rosas (
Buenos Aires; 
30 de marzo de 
1793 – 
Southampton, 
Hampshire; 
14 de marzo de 
1877) fue un 
militar y 
político argentino, que en 
1829, tras derrotar al general 
Juan Lavalle, accedió al gobierno de la 
provincia de Buenos Aires. Logró constituirse en el principal dirigente de la denominada 
Confederación Argentina (
1835-
1852).
 Nacimiento, familia y primeros años
Casa donde nació Rosas, actual calle Sarmiento entre las calles San Martín y Florida.
 
 
 
Conocido como 
Juan Manuel de Rosas, fue bautizado como 
Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y López de Osornio. Era hijo del militar 
León Ortiz de Rozas y la 
estanciera Agustina López de Osornio. Pertenecía al 
linaje de los 
Ortiz de Rozas, que tiene origen en el pueblo de 
Rozas, 
Valle de Soba, 
Cantabria, 
España.
Nació en el solar que había habitado su abuelo materno 
Clemente López de Osornio,
 situado en la calle que en ese entonces se denominaba Santa Lucía, 
actual calle Sarmiento entre las calles Florida y San Martín, en la 
ciudad de Buenos Aires.
Ingresó a los ocho años de edad en el colegio privado que dirigía 
Francisco Javier Argerich,
 si bien desde joven demostró vocación por las actividades rurales. 
Interrumpió sus estudios para participar, contando con trece años de 
edad, en la Reconquista de Buenos Aires en 
1806 y posteriormente se enroló en la compañía de niños del Regimiento de 
Migueletes, combatiendo en la Defensa de Buenos Aires en 
1807, ambos hechos durante las 
invasiones inglesas, donde fue distinguido por su valor.
Más tarde, retirado al campo, se convirtió en un gran 
estanciero de la 
pampa bonaerense.
El joven Rosas, quien contaba con 17 años, se mantuvo al margen de los sucesos que culminaron con la 
Revolución de Mayo de 
1810.
En 
1813, pese a la oposición materna —que venció al hacer creer a su madre que la joven estaba embarazada— se casó con 
Encarnación Ezcurra, con quien tuvo tres hijos: Juan, María, muerta de niña, y 
Manuelita, nacida en 
1817, que luego sería su compañera inseparable.
Poco después, debido a un entredicho que tuvo con su madre, devolvió a
 sus padres los campos que administraba para formar sus propios 
emprendimientos ganaderos y comerciales. Además se cambió el apellido 
"Ortiz de Rozas" por "Rosas", cortando simbólicamente la dependencia de 
su familia.
Fue administrador de los campos de sus primos 
Nicolás y 
Tomás Manuel de Anchorena;
 este último ocuparía cargos importantes dentro de su gobierno, ya que 
Rosas siempre le tuvo un especial respeto y admiración. En sociedad con 
Luis Dorrego —hermano del coronel 
Manuel Dorrego— fundó un 
saladero;
 era el negocio del momento: la carne salada y los cueros eran casi la 
única exportación de la joven nación. Acumuló una gran fortuna como 
ganadero y 
exportador de 
carne vacuna, distante de los acontecimientos emergentes que conducirían al 
virreinato del Río de la Plata a la 
emancipación del dominio español en 
1816.
Por esos años conoció al doctor 
Manuel Vicente Maza,
 quien se convirtió en su patrocinador legal, en especial en una causa 
que sus propios padres habían entablado contra él. Más tarde sería un 
excelente consejero político.
En 
1818, por presión de los abastecedores de carne de la capital, el director 
Juan Martín de Pueyrredón
 tomó una serie de medidas en contra de los saladeros. Rápidamente, 
Rosas cambió de rubro: se dedicó a la producción agropecuaria en 
sociedad con Dorrego y los Anchorena, que también le encargaron la 
dirección de su estancia "Camarones", al sur del 
río Salado.
Al año siguiente compró la estancia "Los Cerrillos", en 
San Miguel del Monte. En su estancia en la laguna de 
Monte organizó una compañía (aumentada al poco tiempo a regimiento) de caballería, los "
Colorados del Monte", para combatir a los 
indígenas de la zona pampeana. Fue nombrado su comandante, y alcanzó el grado de 
teniente coronel.
Por esos años escribió sus famosas "Instrucciones a los mayordomos de
 estancias", en la que detallaba con precisión las responsabilidades de 
cada uno de los administradores, capataces y peones. Allí demostraba su 
capacidad para administrar simultáneamente varias explotaciones, con 
métodos muy efectivos, en un anticipo de su futura capacidad para 
administrar el estado provincial.
 Los inicios en la política
Hasta 
1820 se dedicó a sus actividades privadas. Desde ese año hasta su caída producida en la 
batalla de Caseros, en 
1852, consagraría su vida a la actividad política, liderando —ya en el gobierno o fuera de él— la 
provincia de Buenos Aires, que contaba no sólo con el territorio productivo más rico de la naciente 
Argentina,
 sino con la metrópolis más importante la ciudad de Buenos Aires- y el 
puerto que concentraba el comercio exterior de las restantes 
provincias, así como el control de la 
aduana. En relación a estos recursos se desarrollaron gran parte de los conflictos institucionales y las guerras civiles del 
siglo XIX en la Argentina, controlados hasta la caída de Rosas por la provincia de Buenos Aires.
En 1820 concluyó la etapa del 
Directorio con la renuncia de 
José Rondeau a consecuencia de la 
Batalla de Cepeda. Fue en esa época que Rosas comenzó a involucrarse en la política, al contribuir a rechazar la invasión del 
caudillo Estanislao López al frente de sus “Colorados del Monte”. Participó en la victoria de Dorrego en 
Pavón, pero junto a su amigo 
Martín Rodríguez se negó a continuar la invasión hacia 
Santa Fe, donde Dorrego fue derrotado completamente en la 
Batalla de Gamonal.
Con apoyo de Rosas y otros estancieros fue electo 
gobernador su colega el general 
Martín Rodríguez. El 1ro de octubre estalló una revolución, dirigida por el coronel 
Manuel Pagola,
 que ocupó el centro de la ciudad. Rosas se puso a disposición de 
Rodríguez, y el día 5 inició el ataque, derrotando completamente a los 
rebeldes. Los cronistas de esos días recordaron la disciplina que 
reinaba entre los gauchos de Rosas,
1 que fue ascendido al grado de coronel. Con Rodríguez, el grupo de los estancieros empezó a tener un papel público.
También fue parte de las negociaciones que concluyeron con el 
Tratado de Benegas,
 que ponía fin al conflicto entre las provincias de Santa Fe y Buenos 
Aires. Fue el responsable del cumplimiento de una de las cláusulas 
secretas del mismo: entregar al gobernador Estanislao López 30.000 
cabezas de ganado como reparación de los daños causados por las tropas 
bonaerenses en su territorio. La cláusula era secreta, para no "manchar 
el honor" de Buenos Aires. Así se iniciaba la alianza permanente que 
tendría esta provincia con la de Buenos Aires hasta 1852.
Los primeros años después de la disolución de los poderes nacionales 
fueron un período de paz y prosperidad en Buenos Aires, principalmente 
debido a que Buenos Aires usufructuó en su exclusivo provecho las rentas
 de la Aduana, una fuente inagotable de riqueza que la provincia decidió
 no compartir con sus hermanas ni con ejércitos exteriores.
Entre 
1821 y 
1824 compró varios campos más, especialmente la estancia que había sido del virrey 
Joaquín del Pino y Rozas (conocida como Estancia del Pino, en el partido de 
La Matanza), a la que llamó San Martín en honor del general 
José de San Martín.
También aprovechó la ley de 
enfiteusis promovida por el ministro 
Bernardino Rivadavia
 para aumentar sus campos. En lugar de ayudar a los pequeños hacendados,
 esta ley terminó dejando en propiedad de unos pocos grandes 
terratenientes cerca de la mitad de la superficie de la provincia.
Los desórdenes producidos por la 
Anarquía del Año XX habían dejado desguarnecida la frontera sur, por lo que habían recrudecido los 
malones.
 Martín Rodríguez dirigió entonces tres campañas al desierto, usando una
 extraña mezcla de diálogos de paz y guerra con los indígenas. En 
1823 fundó 
Fuerte Independencia, la actual ciudad de 
Tandil. En casi todas estas campañas lo acompañó Rosas, que también participó de una expedición en que el agrimensor 
Felipe Senillosa delineó y estableció planos catastrales de los pueblos del sur de la provincia. El jefe nominal de esa campaña era el coronel 
Juan Lavalle.
Durante la 
guerra del Brasil,
 el presidente Rivadavia lo nombró comandante de los ejércitos de 
campaña a fin de mantener pacificada la frontera con la población 
indígena de la región pampeana, cargo que volvió a ejercer después, 
durante el gobierno provincial del coronel Dorrego.
En 
1827, en el contexto previo al inicio de la guerra civil que estallaría en 
1828, Rosas era un dirigente militar, representante de la 
aristocracia rural, socialmente 
conservadora. Estaba alineado a la corriente 
federalista, adversa a la influencia foránea y a las iniciativas de corte liberal preconizadas por la tendencia 
unitaria.
 La revolución de diciembre
Terminada la guerra del Brasil, el gobernador 
Manuel Dorrego fue obligado —por una intensa presión diplomática y financiera— a firmar la paz y la independencia de 
Uruguay,
 y la libre navegación de los ríos; lo que fue visto por los miembros 
del ejército en operaciones como una traición. En respuesta, la 
madrugada del 1 de diciembre de 
1828, el general unitario Juan Lavalle tomó el 
Fuerte de Buenos Aires y reunió a los unitarios en la 
iglesia de San Francisco,
 donde —a nombre del pueblo— fue elegido gobernador Lavalle, utilizando 
un concepto restrictivo del término "pueblo". Siguiendo la misma lógica,
 disolvió la 
legislatura.
Dorrego se retiró al interior de la provincia y buscó la protección 
del comandante de campaña, Rosas. Éste lo ayudó a reunir un pequeño 
ejército pero fueron atacados sorpresivamente en la 
batalla de Navarro, siendo derrotados.
Rosas aconsejó a Dorrego que huyera hacia Santa Fe pero el gobernador
 se negó. Cuando Rosas le criticó su falta de previsión ante la 
revolución unitaria, Dorrego respondió:
Señor don Juan Manuel: que usted me quiera dar lecciones de 
política, es tan avanzado como si yo me propusiera enseñar a usted cómo 
se gobierna una estancia.
Rosas lo abandonó, marchándose hacia la provincia de Santa Fe, mientras Dorrego se refugiaba en 
Salto, en el regimiento del coronel 
Ángel Pacheco. Pero, traicionado por dos oficiales de éste —
Bernardino Escribano y 
Mariano Acha—
 fue enviado prisionero a Lavalle. Éste, influido por el deseo de 
venganza de los ideólogos unitarios, fusiló a Dorrego y se hizo cargo de
 toda la responsabilidad. En su última carta, escrita a Estanislao 
López, Dorrego pedía que su muerte no fuera causa de derramamiento de 
sangre. Pese a este pedido, su fusilamiento dio paso a una larga 
guerra civil, la primera en que estuvieron simultáneamente implicadas casi todas las provincias argentinas.
A principios de enero de 
1829, el general 
José María Paz, aliado de Lavalle, iniciaba la invasión de la 
provincia de Córdoba, donde derrocaría al gobernador 
Juan Bautista Bustos. De ese modo se generalizó la 
guerra civil en todo el país.
Lavalle envió ejércitos en todas direcciones, pero varios pequeños 
caudillos aliados de Rosas organizaron la resistencia. Los jefes 
unitarios recurrieron a toda clase de crímenes para aplastarla. No se ha
 difundido la memoria de estos hechos, pues ocurrieron en el campo y sus
 víctimas fueron gauchos y personas pertenecientes a clases sociales más
 humildes.
2
El gobernador intruso envió al coronel 
Federico Rauch hacia el sur, y una de sus columnas, al mando del coronel 
Isidoro Suárez,
 derrotó y capturó al mayor Mesa, que fue enviado a Buenos Aires y 
ejecutado. Al frente del grueso de su ejército, Lavalle avanzó hasta 
ocupar 
Rosario.
 Pero, poco después, López dejó sin caballos a Lavalle, que se vio 
obligado a retroceder. López y Rosas persiguieron a Lavalle hasta cerca 
de Buenos Aires, derrotándolo en la 
batalla de Puente de Márquez, librada el 26 de abril de 1829.
Mientras López regresaba a Santa Fe, Rosas sitió la ciudad de Buenos 
Aires. Allí crecía la oposición a Lavalle (a pesar de que los aliados de
 Dorrego habían sido expulsados), sobre todo por el crimen sobre el 
gobernador. Lavalle aumentó la persecución sobre los críticos, lo que le
 llevaría mucho apoyo a Rosas, en la ciudad que siempre fue la capital 
del unitarismo.
Lavalle, desesperado, se lanzó a hacer algo insólito: se dirigió, 
completamente solo, al cuartel general de Rosas, la Estancia del Pino. 
Como éste no se encontraba, se acostó en su catre de campaña a 
esperarlo. Al día siguiente, 24 de junio, Lavalle y Rosas firmaron el 
Pacto de Cañuelas,
 que estipulaba que se llamaría a elecciones, en las que sólo se 
presentaría una lista de unidad de federales y unitarios, y que el 
candidato a gobernador sería 
Félix de Álzaga.
Lavalle presentó el tratado con un mensaje que incluía una inesperada opinión sobre su enemigo:
“Mi honor y mi corazón me imponen remover por mi parte todos los 
inconvenientes para una perfecta reconciliación...Y sobre todo ha 
llegado el caso de que veamos, tratemos y conozcamos de cerca de Juan 
Manuel de Rosas como a un verdadero patriota y amante del orden.”
Pero los unitarios presentaron la candidatura de 
Carlos María de Alvear,
 y al precio de treinta muertos ganaron las elecciones. Las relaciones 
quedaron rotas nuevamente, obligando a Lavalle a un nuevo tratado, el 
pacto de Barracas,
 del 24 de agosto. Pero, ahora más que antes, la fuerza estaba del lado 
de Rosas. A través de este pacto se nombró gobernador a 
Juan José Viamonte. Éste llamó a la legislatura derrocada por Lavalle, allanándole a Rosas el camino al poder.
 Primer gobierno
La Legislatura de Buenos Aires proclamó a Juan Manuel de Rosas como 
Gobernador de Buenos Aires el 6 de diciembre de 1829, honrándolo además 
con el título de 
"Restaurador de las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos Aires" y en el mismo acto le otorgó 
"todas las facultades ordinarias y extraordinarias que creyera necesarias, hasta la reunión de una nueva legislatura". No era algo excepcional: las facultades extraordinarias ya les habían sido conferidas a 
Manuel de Sarratea y a Rodríguez en 1820, y a los gobernadores de muchas otras provincias en los últimos años; también Viamonte las había tenido.
El mismo día en que juró su cargo, declaró al diplomático uruguayo 
Santiago Vázquez:
«Creen que soy federal; no señor, no soy de partido alguno sino de la
 Patria... En fin, todo lo que yo quiero es evitar males y restablecer 
las instituciones, pero siento que me hayan traído a este puesto.»
Lo primero que hizo Rosas fue realizar un extraordinario funeral, 
trayendo los restos de Dorrego a la capital; con eso se captó la 
voluntad de los seguidores del fallecido líder del partido federal, 
sumando automáticamente el apoyo del pueblo humilde de la capital al que
 ya tenía de la población rural.
3
Para ganar apoyo político pronunció su frase en 1829, que resumiría toda su plataforma política, sus objetivos claramente 
nacionalistas y 
autoritarios y la esperanza de un gobierno largo:
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«El rey es como un padre: amar, castigar y recompensar».
 La guerra civil en el interior
El general 
José María Paz había ocupado 
Córdoba y había derrotado a 
Facundo Quiroga.
 Rosas envió una comisión a mediar entre Paz y Quiroga, pero éste fue 
derrotado y se refugió en Buenos Aires. Rosas le hizo dar un 
recibimiento triunfal —como si hubiese sido el vencedor— aunque el 
caudillo consideraba que la guerra había terminado para él.
Paz aprovechó la victoria para invadir las provincias de los aliados 
de Quiroga, colocando en ellos gobiernos unitarios. Los bandos quedaban 
definidos: las cuatro provincias del litoral, federales; las nueve del 
interior, unitarias y unidas desde agosto de 
1830 en una 
Liga Unitaria, cuyo "supremo jefe militar" era Paz.
A los pocos meses, en enero de 
1831, Rosas y Estanislao López impulsaron el 
Pacto Federal entre Buenos Aires, Santa Fe y 
Entre Ríos. Éste, que sería uno de los "pactos preexistentes" mencionados en la 
Constitución de la Nación Argentina, tenía como objetivo poner un freno a la expansión del unitarismo encarnado en el general Paz. 
Corrientes se adheriría más tarde al Pacto, porque el diputado correntino 
Pedro Ferré
 intentó convencer a Rosas de nacionalizar los ingresos de la aduana de 
Buenos Aires e imponer protecciones aduaneras a la industria local. En 
este punto, Rosas sería tan inflexible como sus antecesores unitarios: 
la fuente principal de la riqueza y del poder de Buenos Aires provenía 
de la aduana.
El caudillo 
santiagueño Juan Felipe Ibarra,
 refugiado en Santa Fe, logró que López iniciara acciones contra 
Córdoba. Serían acciones guerrilleras, porque en ese tipo de acciones 
tenía ventaja sobre las disciplinadas tropas de Paz. A principios de 
1831, el ejército porteño inició también las operaciones, al mando de 
Juan Ramón Balcarce; pero el ejército porteño nunca llegó a unirse al santafesino.
Cuando el coronel Ángel Pacheco derrotó a 
Juan Esteban Pedernera en la 
batalla de Fraile Muerto, Paz decidió hacerse cargo personalmente del frente oriental.
Por su lado, Quiroga decidió volver a la lucha. Pidió fuerzas a 
Rosas, pero éste sólo le ofreció los presos de las cárceles. Quiroga 
instaló un campo de entrenamiento y, cuando se consideró listo, avanzó 
sobre el sur de Córdoba. En el camino, Pacheco le entregó los pasados de
 Fraile Muerto: con ellos conquistó 
Cuyo y 
La Rioja en poco más de un mes.
La inesperada captura de Paz por un tiro de 
boleadoras de un soldado de López, el 10 de mayo, provocó un repentino cambio: 
Gregorio Aráoz de Lamadrid se hizo cargo del ejército unitario, con el que se retiró hacia el norte y fue vencido por Quiroga en la 
batalla de La Ciudadela, el 4 de noviembre, junto a la ciudad de 
Tucumán, con lo cual la Liga del Interior fue disuelta.
 Convención de Santa Fe
En los meses siguientes, las provincias restantes se irían adhiriendo al Pacto Federal: 
Mendoza, Córdoba, 
Santiago del Estero y 
La Rioja en 1831. Al año siguiente, Tucumán, 
San Juan, 
San Luis, 
Salta y 
Catamarca.
En cuanto terminó la guerra, los representantes de varias provincias 
anunciaron que, con la pacificación interior, había llegado la ocasión 
esperada para la organización constitucional del país. Pero Rosas 
argumentaba que primero se tenían que organizar las provincias y luego 
el país, ya que la constitución debía ser el resultado escrito de una 
organización que debía darse primero. Aprovechó una acusación del 
diputado correntino 
Manuel Leiva para acusarlo de tener 
ideas anárquicas y retirar su representante de la convención de Santa Fe. En agosto de 
1832, la convención quedaba disuelta, y la oportunidad de organizar constitucionalmente el país se pospuso por otros veinte años.
Por el momento, el país quedaba dividido en tres áreas de influencia:
 Cuyo y el noroeste, de Quiroga; Córdoba y el litoral, de López; y 
Buenos Aires, de Rosas. Por unos años, este triunvirato virtual 
gobernaría el país, aunque las relaciones entre ellos nunca fueron muy 
buenas.
5
 El gobierno de la provincia
El primer gobierno de Rosas fue un gobierno de orden; no fue una 
tiranía despótica, aunque más tarde los historiadores harían extensivas a
 su primer gobierno algunas características del segundo. En este primer 
momento, se apoyó en algunos de los dirigentes del "Partido del Orden" 
de la década anterior, lo cual ha permitido que fuera acusado de ser el 
continuador del Partido Unitario, aunque con el tiempo se distanciaría 
de ellos.
Entre los hechos negativos se le atribuye responsabilidad en la invasión inglesa de las 
islas Malvinas, aunque este hecho ocurrió el 3 de enero de 
1833,
 durante el gobierno de Balcarce que había sucedido a Rosas, que estaba 
emprendiendo su campaña al desierto. Estas islas, que habían sido objeto
 de disputa entre España e Inglaterra, se encontraban en posesión de 
España al momento de declararse la Independencia argentina, e Inglaterra
 implícitamente reconoció la continuidad jurídica de los derechos 
argentinos sobre las posesiones españolas al celebrar el tratado de 
Amistad, Comercio y Navegación, firmado en Buenos Aires el 2 de febrero 
de 
1825, a 
pocos años de la Independencia argentina y ratificado por el gobierno 
británico en el mes de mayo de ese mismo año. Además, las Islas Malvinas
 habían sido pobladas por el Gobierno de Buenos Aires y se había 
designado un gobernador.
Este primera administración de Rosas fue, también, un gobierno 
progresista: se fundaron pueblos, se reformaron el Código de Comercio y 
el de Disciplina Militar, se reglamentó la autoridad de los jueces de 
paz de los pueblos del interior y se firmaron tratados de paz con los 
caciques, con lo que se obtuvo una cierta tranquilidad en la frontera.
No obstante, la supremacía lograda no estuvo asociada a un apoyo 
incondicional de toda la población. Rosas debió enfrentar, por el 
contrario, una dura resistencia durante el curso de su gobierno.
 Interregno
A fines de 
1832,
 la legislatura reeligió a Rosas. Se dijo durante muchos años que 
rechazó su reelección porque no se le concedían las facultades 
extraordinarias, lo que no es exacto: no se sentía capaz de gobernar -ni
 quería hacerlo- sin la unanimidad de la opinión pública en su favor. 
Esperaría que lo llamaran desesperadamente, mientras buscaba la forma de
 hacerse imprescindible.
En su lugar fue electo 
Juan Ramón Balcarce,
 importante militar de la época de la guerra de independencia y jefe de 
un grupo federal no totalmente rosista, a quien Rosas entregó el 
gobierno el 18 de diciembre de 1832.
 Campaña al desierto
La 
llanura pampeana bonaerense había estado sometida al dominio blanco apenas en una franja estrecha junto al 
río Paraná y el 
río de la Plata,
 por lo menos hasta la década de 1810. Desde entonces, la "frontera con 
el indio" se había adelantado hasta una línea que pasaba aproximadamente
 por las actuales ciudades de 
Balcarce, Tandil y 
Las Flores.
En cuanto bajó del gobierno, coordinó la campaña con los de Mendoza, 
de San Luis y de Córdoba para hacer una batida general, que además sería
 acompañada por otra que realizara el general 
Manuel Bulnes en 
Chile.
 La comandancia general le fue ofrecida a Facundo Quiroga, pero éste no 
participó en ella. Rosas concentró y adiestró la tropa en su estancia de
 Los Cerrillos, en San Miguel del Monte, y partieron de allí en marzo de
 1833.
La columna oeste, al mando de 
José Félix Aldao, recorrió un territorio que había sido "limpiado" de aborígenes recientemente, por lo que se limitó a llegar al 
río Colorado. La del centro venció al cacique 
ranquel Yanquetruz
 y regresó rápidamente. La que hizo la mayor parte de la campaña fue la 
del este, al mando del propio Rosas. Éste se estableció a orillas del 
río Colorado —cerca de la actual localidad de 
Pedro Luro— y envió cinco columnas hacia el sur y hacia el oeste, que consiguieron derrotar a los 
caciques
 más importantes. A continuación firmó tratados de paz con otros, 
secundarios hasta entonces, que se convirtieron en útiles aliados. Al 
año siguiente se sumaría el más importante de ellos, 
Calfucurá.
Durante los primeros años de su segundo gobierno, la política de 
Rosas para con los indígenas alternaría tratados de paz y donaciones con
 campañas de exterminio. Sólo después de la crisis que comenzó en 
1839 la cambió por una política de paz permanente.
La campaña también incorporó científicos que reunieron información 
sobre la zona recorrida, pero las regiones desérticas quedaron en manos 
de los indígenas. Recibió además la visita del científico 
Charles Darwin, quien en su diario de viaje describió parte de la campaña:
...Los indios formaban un grupo de unas 110 personas (hombres, 
mujeres y niños); casi todos fueron hechos prisioneros o muertos, pues 
los soldados no dan cuartel a ningún hombre. Los indios sienten 
actualmente un terror tan grande, que ya no se resisten en masa; cada 
cual se apresura a huir por separado, abandonando a mujeres e 
hijos.(...)Sin disputa, esas escenas son horribles, ¡pero cuánto mas 
horrible aún es el hecho cierto de que se da muerte a sangre fría a 
todas las indias que parecen tener mas de veinte años! Y cuando yo, en 
nombre de la humanidad protesté, se me replicó: "Sin embargo ¿que otra 
cosa podemos hacer? ¡Tienen tantos hijos esas salvajes!"6
Se aseguró la tranquilidad para los campos y pueblos ya formados, y 
se logró un relativo avance en el sudoeste de la provincia, pero los 
adelantos de la frontera fueron mucho menos espectaculares que los 
logrados en la 
Conquista del Desierto emprendida muy posteriormente por el general 
Julio Argentino Roca en 
1879.
Lo más importante que logró Rosas fue poner de su lado al ejército, a
 los estancieros y la opinión pública. Y el agradecimiento de las 
provincias de Mendoza, San Luis, Córdoba y Santa Fe, que se vieron 
libres de saqueos importantes por muchos años. Sin embargo, el único 
grupo de indios que no fue totalmente dominado, los ranqueles, siguieron
 siendo vistos como un problema para los habitantes de estas provincias.
El precio a pagar por la paz fue sostener a las tribus amigas con 
entregas anuales de ganado, caballos, harina, tejidos y aguardiente. A 
partir de este momento, las tribus cazadoras dependieron de las entregas
 de alimentos, y fueron considerados por los bonaerenses como costosos 
parásitos del erario público, olvidando que —desde el punto de vista de 
Rosas— los pagos eran un precio a pagar por el uso de territorios que 
ellos consideraban suyos. Esta actitud pacificadora, y el cumplimiento 
de los pactos celebrados, le ganaron a Rosas el respeto de algunos de 
los jefes de los 
indios amigos. Cuando este asumió por segunda vez la gobernación de la provincia, el cacique 
Catriel en 
Tapalqué declaró:
Juan Manuel es mi amigo. Nunca me ha engañado. Yo y todos mis indios 
moriremos por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel no viviríamos como 
vivimos en fraternidad con los cristianos y entre ellos. Mientras viva 
Juan Manuel todos seremos felices y pasaremos una vida tranquila al lado
 de nuestras esposas e hijos. Todos los que están aquí pueden atestiguar
 que lo que Juan Manuel nos ha dicho y aconsejado ha salido bien.7
Años después de la caída de Rosas, el mismo Catriel señalaba:
Nuestro hermano Juan Manuel indio rubio y gigante que vino al 
desierto pasando a nado el Samborombón y el Salado y que jineteaba y 
boleaba como los indios y se loncoteaba con los indios y que nos regaló 
vacas, yeguas, caña y prendas de plata, mientras él fue Cacique General 
nunca los indios malones invadimos, por la amistad que teníamos por Juan
 Manuel. Y cuando los cristianos lo echaron y lo desterraron, invadimos 
todos juntos
Más tarde, el propio Rosas dirigió la redacción de una 
Gramática de la lengua pampa.
En esta campaña se destacaron algunos oficiales que formarían la siguiente generación de militares porteños: 
Pedro Ramos, Ángel Pacheco, 
Domingo Sosa, 
Hilario Lagos, 
Mariano Maza, 
Jerónimo Costa, 
Pedro Castelli y 
Vicente González (el 
Carancho del Monte).
 La Revolución de los Restauradores
Mientras Rosas estaba en su campamento del río Colorado, los desacuerdos internos del 
partido federal iban en aumento. Una de las fracciones era ideológicamente 
liberal, y deseaba la organización constitucional; en sus filas militaban el gobernador Balcarce y sus ministros 
Enrique Martínez y 
Félix Olazábal. Sus adversarios, leales a Rosas, los llamaban 
lomos negros,
 debido a que el reverso de la lista en la cual se postulaban era de 
color negro. En el partido de Rosas figuraban estancieros, militares y 
comerciantes minoristas.
El enfrentamiento se condujo principalmente en la prensa, dividida en
 dos bandos, que se atacaban escandalosamente; el gobierno decidió 
procesar a varios periódicos opositores y uno o dos oficialista. 
Entonces se puso en acción Encarnación Ezcurra, esposa y consejera de 
Rosas, que reunía diariamente a sus aliados en su casa, y organizaba las
 manifestaciones y agresiones contra los opositores.
Cuando se anunció el juicio a los periódicos, uno de ellos era 
llamado "El Restaurador de las Leyes". Encarnación hizo empapelar la 
ciudad con la noticia de que iba a ser enjuiciado el Restaurador, lo que
 la gente interpretó como un juicio al jefe del partido federal. Se 
produjo una gran manifestación, y sus participantes se reunieron en las 
afueras de la ciudad; en su ayuda vino el general 
Agustín de Pinedo, que puso a sitio a la ciudad, provocando unos días más tarde la renuncia de Balcarce.
En su lugar fue nombrado el general 
Juan José Viamonte, y en los días siguientes abundaron las agresiones de los partidarios de Rosas, organizados en la 
Sociedad Popular Restauradora, formada por las clases medias de la ciudad y parte de los oficiales de origen humilde. Su brazo armado era 
la Mazorca,
 un grupo de agitadores que atacaba las casas de los opositores a Rosas,
 causando desmanes y agresiones físicas a quienes eran considerados 
opositores. Hubo unos pocos crímenes, pero por el momento no tuvieron la
 extensión que tendría en el futuro.
Unos meses después llegaba Rosas de regreso a Buenos Aires, y 
Viamonte se vio obligado a renunciar. En su lugar fue elegido Rosas, 
pero no aceptó porque no se le concedían las 
facultades extraordinarias. No se sentía capaz de gobernar —ni le interesaba hacerlo— bajo las limitaciones de un 
estado de derecho. Fue electo gobernador su amigo 
Manuel Vicente Maza, presidente de la legislatura.
 Segundo gobierno
Bandera militar argentina usada por los regimientos federales.
 
 
 
Al estallar un conflicto que se había suscitado entre Salta y 
Tucumán, Rosas logró que Manuel Vicente Maza enviara como mediador al 
general Facundo Quiroga, que residía en Buenos Aires. En el trayecto, 
éste fue emboscado y asesinado en 
Barranca Yaco, provincia de Córdoba, el 16 de febrero de 
1835 por Santos Pérez, un 
sicario vinculado a los 
hermanos Reynafé, que gobernaban Córdoba.
La muerte de Quiroga provocó una clima de inestabilidad y violencia 
por lo que Maza presentó su renuncia el 7 de marzo de ese año. La 
legislatura llamó a Rosas para que se hiciera cargo del gobierno 
provincial. Rosas condición su aceptación a que se le otorgase la 
"suma del poder público",
 por la cual la representación y ejercicio de los tres poderes del 
estado recaerían en el gobernador, sin necesidad de rendir cuenta de su 
ejercicio. La legislatura aceptó esta imposición, dictando ese mismo día
 la correspondiente ley.
La suma del poder público se le otorgó con el compromiso de:
- Conservar, defender y proteger la religión Católica Apostólica Romana.
 
- Sostener la causa nacional de la Federación.
 
- El ejercicio de la suma del poder público duraría "todo el tiempo que el Gobernador considere necesario".
 
No disolvió la legislatura ni los tribunales; por el momento, la suma
 del poder aparecía como la sanción legal del carácter excepcional que 
tenía su mandato. La naturaleza dictatorial de esa institución política 
afloraría más tarde, cuando Rosas hiciera uso de todo ese poder.
Por otro lado este asesinato le dio a Rosas la oportunidad única de 
no compartir el mando del partido federal, que hasta entonces se había 
repartido con Quiroga y López. Éste, en tanto que protector de los 
Reynafé, quedó muy debilitado; y moriría a mediados de 
1838. Incluso los caudillos con poder propio cayeron en su órbita, como 
Juan Felipe Ibarra, de Santiago del Estero, y 
José Félix Aldao, de Mendoza.
Debido a que el país no contaba por entonces con una 
constitución propia —su caída sería, en 
1853, condición necesaria para 
su sanción— los poderes de los que gozó Rosas en su segundo mandato han sido superiores a los de un 
presidente de facto, ya que dentro de éstos incluyó el de administrar justicia. Gran parte de la 
historiografía argentina sigue considerando a Rosas un 
dictador o un 
tirano, mientras que la 
corriente revisionista le niega tal carácter, considerándolo un defensor de la soberanía nacional.
Antes de asumir como gobernador, el Restaurador exigió que se realizara un 
plebiscito
 que confirmara el apoyo popular a su elección. El plebiscito se realizó
 entre los días 26 y 28 de marzo de 1835 y su resultado fue 9.713 votos a
 favor y 7 en contra. Por esos tiempos la provincia de Buenos Aires 
contaba con 60.000 habitantes, de los cuales no accedían al 
sufragio las mujeres ni los niños.
La Sala de Representantes nombró gobernador a Juan Manuel de Rosas el
 día 13 de abril de 1835 por el quinquenio que comprendía de 1835 a 
1840.
El discurso que pronunció Rosas en el Fuerte, sede del gobierno 
provincial, al momento de la asunción de su segundo mandato como 
gobernador caracterizaría su posición frente a sus opositores:
¡Que de esa raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su 
persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y de espanto a 
los demás que puedan venir en adelante!9
Rosas asumió su nuevo gobierno con la suma del poder público que 
utilizó para hostigar a sus disidentes fueran éstos federales o 
unitarios.
No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar. 
Debo decirlo en obsequio de la verdad histórica, nunca hubo un gobierno 
más popular, y deseado, ni más bien sostenido por la opinión. Los 
unitarios que en nada habían tomado parte, lo recibían al menos con 
indiferencia, los federales lomos negros, con desdén, pero sin 
oposición; los ciudadanos pacíficos lo esperaban como una bendición y un
 término a las crueles oscilaciones de dos largos años; la campaña, en 
fin, como el símbolo de su poder y la humillacion de los cajetillas de la CIUDAD. [...]
"[...] Concibese como ha podido suceder que en una provincia de cuatrocientos mil habitantes, según lo asegura la Gaceta,
 sólo hubiese tres votos contrarios al gobierno? Seria acaso que los 
disidentes no votaron? Nada de eso! No se tiene aún noticia de ciudadano
 alguno que no fuese a votar; los enfermos se levantaron de la cama a ir
 a dar su asentimiento, temerosos de que sus nombres fueran inscritos en
 algún negro registro; porque así se había insinuado.
El terror estaba ya en la atmósfera, y aunque el trueno no había 
estallado aún, todos veían la nube negra y torva que venía cubriendo el 
cielo." Domingo Faustino Sarmiento10
En este sentido, un retrato vívido de esa época ha sido el legado por la pluma de 
Esteban Echeverría en 
El matadero, 
cuento precursor del realismo rioplatense que transcurre en la provincia de Buenos Aires durante los 
años '30.
 Desde la óptica opositora, Echeverría describió las contiendas entre 
unitarios y federales, y las figuras del caudillo Juan Manuel de Rosas y
 sus seguidores, atribuyendo a estos últimos cualidades brutales y 
sanguinarias.
En cuanto asumió, Rosas ordenó la captura de Santos Pérez y los 
Reynafé, y tras un juicio que tardó años, fueron condenados a muerte y 
ejecutados. El juicio le dio a Rosas una autoridad nacional en un ámbito
 inesperado: su provincia tenía un tribunal penal de autoridad nacional.
 Esa autoridad no era legal pero era real, y aportó cierta unidad a la 
administración nacional.
Eliminó de todos los cargos públicos a sus opositores: expulsó a 
todos los empleados públicos que no fueran federales "netos", y borró 
del escalafón militar a los oficiales sospechosos de opositores, 
incluyendo a los exiliados. A continuación hizo obligatorio el lema de 
"Federación o muerte", que sería gradualmente reemplazado por 
"¡Mueran los salvajes unitarios!", para encabezar todos los documentos públicos; e impuso a los empleados públicos y militares el uso del 
cintillo punzó, que pronto sería usado por todos.
Por oposición, más tarde los unitarios llevarían divisas celestes, lo que tuvo un resultado inesperado: la 
bandera argentina
 era, hasta ese momento, de color azul y blanco. Los ejércitos de Rosas 
la empezaron a usar con un color azul oscuro, casi violeta; para 
diferenciarse, los unitarios la utilizaron de color celeste y blanco.
11
Para conseguir sus objetivos políticos Rosas contó también con el 
apoyo de la Sociedad Popular Restauradora, con la cual en esa época se 
vinculaba especialmente su esposa Encarnación, integrada por el grupo 
más leal de sus partidarios. Y a través del cuerpo parapolicial de la 
Mazorca, que volvió a actuar en la persecución de sus adversarios.
Una vez que logró consolidar su poder impuso los criterios federales y
 formó alianzas con los líderes de las demás provincias argentinas, 
logrando el control del comercio y de los asuntos exteriores de la 
Confederación.
 La Ley de Aduanas
El gobernador de Corrientes, 
Pedro Ferré, realizó un enérgico planteo reclamando medidas 
proteccionistas para los productos de origen local, cuya 
producción se deterioraba debido a la 
política de libre comercio de Buenos Aires.
El 18 de diciembre de 1835, Rosas sancionó la Ley de Aduanas en 
respuesta a ese planteo, que determinaba la prohibición de importar 
algunos productos y el establecimiento de aranceles para otros casos. En
 cambio mantenía bajos los impuestos de importación a las máquinas y los
 minerales que no se producían en el país. Con esta medida buscaba 
ganarse la buena voluntad de las provincias, sin ceder lo esencial, que 
eran las entradas de la Aduana. Estas medidas impulsaron notablemente el
 mercado interno y la producción del interior del país. Sin embargo, 
Buenos Aires continuó siendo la principal ciudad.
Se nacía de un impuesto básico de importación del 17% y se iba 
aumentando para proteger a los productos más vulnerables. Las 
importaciones vitales, como el acero, el latón, el carbón y las 
herramientas agrícolas pagaban un impuesto del 5%. El azúcar, las 
bebidas y productos alimenticios el 24%. El calzado, ropas, muebles, 
vinos, coñac, licores, tabaco, aceite y algunos artículos de cuero el 
35%. La cerveza, la harina y las papas el 50%.
El efecto inesperado, pero que Rosas había considerado correctamente,
 era que disminuyeron las importaciones, pero el crecimiento del mercado
 interno compensó esa caída. De hecho, los impuestos por importación 
aumentaron significativamente. Más tarde, bajo el efecto de los 
bloqueos, se redujeron estas tasas de importación, pero nunca volvieron a
 ser tan bajas como en la época de Rivadavia, ni tanto como serían 
después de su caída.
Simultáneamente pretendió obligar a 
Paraguay
 a incorporarse a la Confederación Argentina ahogándola económicamente, 
para lo cual impuso una fuerte contribución al tabaco y los cigarros. 
Como temía que entraran de contrabando por Corrientes, esos impuestos 
alcanzaron también a los productos correntinos. La medida contra el 
Paraguay fracasó, pero tendría graves consecuencias respecto de 
Corrientes.
Su política económica fue decididamente conservadora: controló los 
gastos al máximo, y mantuvo un equilibrio fiscal precario sin emisiones 
de moneda ni endeudamiento. Tampoco pagó la deuda externa contraída en 
tiempos de Rivadavia, salvo en pequeñas sumas durante los pocos años en 
que el Río de la Plata no estuvo bloqueado. El papel moneda porteño 
mantuvo muy estable su valor y circuló por todo el país, reemplazando a 
la moneda metálica boliviana, con lo cual contribuyó a la unificación 
monetaria del país. El Banco Nacional fundado por Rivadavia estaba 
controlado por comerciantes ingleses y había provocado una grave crisis 
monetaria con continuas emisiones de papel moneda, continuamente 
depreciado. En 
1836, Rosas lo declaró desaparecido, y en su lugar fundó el 
Banco de la Provincia de Buenos Aires.
n 1
Su administración era sumamente prolija, anotando y revisando 
puntillosamente los gastos e ingresos públicos, y publicándolos casi 
mensualmente. Incluso, cuando más tarde castigó a sus enemigos con 
embargos de sus bienes —no realizó confiscaciones, a diferencia de lo 
que hizo Lavalle antes que él, o 
Valentín Alsina y 
Pastor Obligado después— hizo que se les entregaran a los parientes de los así castigados recibos detallados de todo lo embargado.
Entre los funcionarios separados de su cargo por orden del gobernador estuvo el Decano del Superior Tribunal de Justicia, 
Miguel Mariano de Villegas, por no merecer la confianza del gobierno.
 La política exterior
En el norte, las ambiciones del dictador boliviano 
Andrés de Santa Cruz, que dominaba la recién fundada 
Confederación Perú-Boliviana y quiso invadir Jujuy y Salta con el apoyo de algunos emigrados unitarios, llevaron a una 
guerra entre esos países y Argentina.
 La guerra estuvo a cargo del "protector" Heredia, gobernador de 
Tucumán. Éste era el último de los caudillos federales que hizo alguna 
sombra a Rosas, pero el Restaurador logró disciplinarlo por medio de la 
financiación de esta guerra. A fines de 
1838,
 con el asesinato de Heredia a manos de uno de sus oficiales, se 
paralizaron las operaciones y desapareció su último competidor federal; 
tal vez por eso mismo al año siguiente aparecieron enemigos internos 
decididamente no federales.
Las relaciones con 
Brasil fueron muy malas, pero nunca se llegó a la guerra, por lo menos hasta la crisis que desembocaría en la 
Batalla de Caseros. Nunca hubo problemas con 
Chile,
 aunque en ese país se refugiaban muchos opositores, que llegaron a 
lanzar algunas expediciones desde allí contra las provincias argentinas.
 El Paraguay 
proclamó su independencia
 y la anunció oficialmente a Rosas, que respondió que no estaba en 
condiciones de reconocer ni desconocer esa declaración. En la práctica, 
su pretensión era reincorporar la antigua provincia del Paraguay a la 
Confederación, por lo cual mantuvo el bloqueo de los ríos interiores, a 
fin de forzar al Paraguay a negociar. El Paraguay respondio aliándose e 
los enemigos de Rosas, pero nunca hubo enfrentamiento alguno entre ambos
 ejércitos ni escuadras.
En 
Uruguay, el nuevo presidente 
Manuel Oribe se libró de la tutoría de su antecesor 
Fructuoso Rivera. Pero éste, con apoyo de unitarios de Montevideo (entre ellos Lavalle) y de los imperiales 
brasileños establecidos en 
Río Grande del Sur, formó el 
partido “colorado” (al que Oribe le opuso el 
partido "blanco") y se lanzó a la revolución iniciándose la llamada 
Guerra Grande. A mediados de 1838 comenzó el sitio de parte de los 
colorados al gobierno, resguardado tras los muros de 
Montevideo.
 Los colorados tuvieron desde el primer momento el apoyo de la flota 
francesa y el protectorado brasileño. Ante esto, Oribe renunció en 
octubre de 1838, dejando en claro que lo había obligado una flota 
extranjera y se retiró a Buenos Aires.
 El bloqueo francés
Los peores problemas empezaron con 
Francia: la política exterior francesa había permanecido en un perfil bajo por dos décadas, hasta que el rey 
Luis Felipe
 intentó recuperar para Francia su papel de gran potencia, obligando a 
varios países débiles a hacerle concesiones comerciales y, cuando era 
posible, reducirlos a protectorados o colonias. Ese fue el caso de 
Argelia,
 por sólo citar un ejemplo. Desde 1830, Francia buscaba aumentar su 
influencia en América Latina y, especialmente, lograr la expansión de su
 comercio exterior. Consciente del poder inglés, en 1838 el rey Luis 
Felipe exponía ante el parlamento que “solo con el apoyo de una poderosa
 marina podrían abrirse nuevos mercados a los productos franceses…”.
Al ver que la Argentina no estaba organizada constitucionalmente, 
pensaron que podían, al menos, obligarla a concesiones comerciales. En 
noviembre de 
1837, el vicecónsul francés se presentó al ministro de relaciones exteriores, 
Felipe Arana, exigiéndole la liberación de dos presos de nacionalidad francesa, el grabador 
César Hipólito Bacle,
 acusado de espionaje a favor de Santa Cruz, y el contrabandista Lavié. 
También reclamaba un acuerdo similar al que tenía la Confederación 
Argentina con 
Inglaterra y la excepción del 
servicio militar para sus ciudadanos (que en ese momento eran dos).
Arana rechazó las exigencias, y meses más tarde, en marzo de 1838 la 
armada
 francesa bloqueó “el puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río 
perteneciente a la República Argentina”. Y lo extendió a las demás 
provincias litorales, para debilitar la alianza de Rosas con ellas, 
ofreciendo levantar el bloqueo contra cada provincia que rompiera con 
él.
También en octubre de 1838, la escuadra francesa atacó la 
isla Martín García, derrotando con sus cañones y su numerosa infantería a las fuerzas del coronel 
Jerónimo Costa y del mayor 
Juan Bautista Thorne.
 Debido al desempeño honroso y valiente demostrados por los argentinos, 
fueron conducidos a Buenos Aires y dejados en libertad, con una nota del
 comandante francés Hipólito Daguenet, haciendo saber tal circunstancia a
 Rosas, en los siguientes términos: “... Encargado por el Señor 
Almirante Le Blanc,comandante en jefe de la estación del Brasil, y de 
los mares del Sud, de apoderarme de la isla de Martín García con las 
fuerzas puestas a mi disposición para tal objeto, desempeñé el 14 de 
este la misión que me había sido confiada. Ella me ha presentado la 
oportunidad de apreciar los talentos militares del bravo coronel Costa, 
gobernador de esa isla y de su animosa lealtad hacia su país. Esta 
opinión tan francamente manifestada es también la de los capitanes de 
corbetas francesas la "Expeditive" y la "Bordelaise", testigos de la 
increíble actividad del señor coronel Costa, como de las acertadas 
disposiciones tomadas por este oficial superior, para la defensa de la 
importante posición que estaba encargado de conservar. Lleno de 
estimación por él he creído que no podría darle una prueba mejor de los 
sentimientos que me ha inspirado, que manifestando a V. E. su bizarra 
conducta durante el ataque dirigido contra él, el 11 del corriente, por 
fuerzas muy superiores a las de su mando..."
El bloqueo afectó mucho la economía de la provincia, al cerrar las 
posibilidades de exportar. Eso dejó muy descontentos a los ganaderos y a
 los comerciantes, muchos de los cuales se pasaron silenciosamente a la 
oposición.
Sobre el reclamo particular de Francia, esto es, la eximición del 
servicio de armas para sus súbditos, el gobierno de Buenos Aires retrasó
 la respuesta por más de dos años. Rosas no se oponía a reconocer a los 
residentes franceses en el Río de la Plata el derecho a un trato similar
 al que se daba a los ingleses, pero sólo estuvo dispuesto a reconocerlo
 cuando Francia envió un ministro plenipotenciario, con plenos poderes 
para la firma de un tratado. Eso significaba un trato de igual a igual, y
 un reconocimiento de la Confederación Argentina como un estado 
soberano.
 La generación del '37
En 1837 surgió un grupo de jóvenes intelectuales que comenzó a reunirse en la librería de 
Marcos Sastre. Entre ellos se contaban Esteban Echeverría, 
Juan Bautista Alberdi, 
Juan María Gutiérrez, 
José Mármol y 
Vicente Fidel López.
 Su pensamiento se identificaba con la clase política que había 
protagonizado el proceso independentista hasta la organización unitaria 
de 
1824 y adhería a las ideas del 
romanticismo europeo y la 
democracia liberal.
Este grupo logró cierta influencia a partir de dos instituciones: el 
Salón Literario, luego cerrado por orden de Rosas, y 
La Joven Argentina, sociedad secreta fundada por Echeverría en 1838.
Estos jóvenes, constituyentes de la segunda generación criolla, 
intentaron ser una alternativa a federales y unitarios, propiciaron una 
organización nacional mixta, la modificación de las costumbres sociales y
 la necesidad de contar con una literatura nacional. Tanto sus ideas 
como sus acciones tendrían gran influencia en la organización nacional y
 el proceso constitucional posterior a la caída de Rosas. Por mucho 
tiempo fueron considerados próceres civiles, pero posteriormente, los 
historiadores 
revisionistas
 les acusaron de considerar todo lo europeo superior a lo americano o 
español, de querer trasplantar Europa a América sin considerar a los 
americanos, y de traicionar repetidamente a su propio país al aliarse a 
los enemigos extranjeros de su gobierno.
Se pronunciaron en contra de la política de Rosas respecto de las 
potencias extranjeras —especialmente de Francia— y fueron perseguidos 
por la Mazorca, brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora. Si 
bien ninguno fue asesinado, todos ellos terminaron por exiliarse. La 
gran gran mayoría pasó a Montevideo. Otros, como Domingo Faustino 
Sarmiento, emigraron a 
Santiago de Chile.
 En el exilio se confundieron con los opositores refugiados, los más 
antiguos de los cuales eran los unitarios, a los que se habían sumado 
los 
lomos negros de la época de Balcarce; formarían un grupo más o
 menos homogéneo, globalmente llamados "unitarios" por los partidarios 
de Rosas.
 La guerra civil del '40
En junio de 1838 llegó a Buenos Aires el ministro de gobierno santafesino 
Domingo Cullen,
 con la misión de obtener un acercamiento entre Rosas y la flota 
francesa. Pero al parecer se extralimitó en sus órdenes, y negoció con 
el jefe de la flota el levantamiento de la misma para su provincia, a 
cambio de ayudar a Francia contra Rosas y suprimir la delegación que su 
provincia había hecho de las relaciones exteriores en la de Buenos 
Aires. Pero a mitad de la negociación murió el gobernador Estanislao 
López, por lo que Cullen huyó a Santa Fe. Allí se hizo elegir 
gobernador, pero Rosas y el entrerriano 
Pascual Echagüe lo desconocieron como tal, con la excusa de que era español. Fue depuesto y reemplazado por 
Juan Pablo López, hermano de su antecesor.
Cullen huyó a 
Santiago del Estero y se refugió en casa del gobernador 
Ibarra, desde donde logró organizar una invasión a la provincia de Córdoba por parte de los opositores al gobernador 
Manuel López.
 Éstos fueron derrotados, e Ibarra envió a Cullen preso a Buenos Aires. 
Al llegar al límite de la provincia de Buenos Aires, fue fusilado por el
 coronel Pedro Ramos en junio de 1839.
Cullen había enviado a su ministro 
Manuel Leiva a negociar con el gobernador correntino 
Genaro Berón de Astrada
 una alianza contra Rosas, que el correntino aceptó. Pero ante la caída 
de Cullen, buscó apoyo en el uruguayo Rivera, con quien firmó un tratado
 de alianza, que éste nunca cumplió. Y declaró la guerra contra Buenos 
Aires y Entre Ríos. El gobernador Echagüe invadió Corrientes y destrozó 
al ejército enemigo en la 
batalla de Pago Largo, donde Berón pagó la derrota con su vida.
En mayo, con apoyo y dinero porteño, Echagüe invadió Uruguay, con apoyo de gran número de militares "blancos", dirigidos por 
Juan Antonio Lavalleja, 
Servando Gómez y 
Eugenio Garzón. Llegó hasta muy cerca de Montevideo, pero fue derrotado en la 
batalla de Cagancha.
El gobierno francés no consiguió mucho con su bloqueo, por lo que 
decidió financiar campañas militares contra Rosas, tanto pagando un 
fuerte subsidio al gobierno de Rivera, como a los unitarios organizados 
en la 
Comisión Argentina, dirigida por 
Valentín Alsina.
 Éstos buscaron un jefe militar prestigioso para dirigir la revolución, y
 la elección cayó en Lavalle, a quien Alberdi convenció de ponerse al 
frente de las tropas.
All producirse el ataque de Echagüe a Uruguay, Lavalle decidió 
aprovechar para invadir Entre Ríos. Como no consiguió apoyo alguno en 
esa provincia para su 
cruzada contra Rosas, se dirigió a Corrientes, donde el gobernador Ferré lo puso al mando de su ejército.
Lo primero que hizo Ferré fue lanzar contra Santa Fe al fundador de la autonomía provincial, 
Mariano Vera, pero éste fue rápidamente derrotado y muerto.
 La revolución de los Libres del Sur
En la propia Buenos Aires se gestó un movimiento contra Rosas, cuyo mando militar cayó en al coronel 
Ramón Maza, hijo del presidente de la legislatura, Manuel Maza. Y en el sur de la provincia se organizó el grupo llamado de los 
Libres del Sur,
 formados por ganaderos que, alarmados por la caída de las 
exportaciones, planificó una revolución que se extendió rápidamente. 
Contaban con el apoyo de Lavalle, que debía desembarcar en la 
bahía de Samborombón.
Pero todo salió mal: no pudieron contar con el apoyo de Lavalle quien
 se dirigió a Entre Ríos para invadirla, privando a los revolucionarios 
de sus tropas. Asimismo el grupo de Maza fue delatado: el examigo de 
Rosas fue asesinado en su despacho oficial y su hijo -el propio jefe 
militar- fusilado por orden de Rosas en la cárcel. Los 
Libres del Sur, descubiertos, se lanzaron a la insurrección pero apenas dos semanas más tarde fueron derrotados por 
Prudencio Rosas, hermano del gobernador, en la 
batalla de Chascomús. Los cabecillas murieron en la batalla, otros fueron ejecutados o encarcelados y algunos debieron exiliarse.
 La Coalición del Norte
Desde la muerte de Heredia, los unitarios del norte se habían ido 
organizando y empezaron a controlar los gobiernos de Tucumán, Salta, 
Jujuy y Catamarca.
Rosas recordó que tenían en su poder el armamento enviado por él para
 la guerra contra Bolivia, y decidió mandar un emisario para quitárselo 
antes de que se pronunciaran contra él. La elección fue uno de los más 
serios y evidentes errores en toda la carrera del Restaurador: el 
general Gregorio Aráoz de La Madrid, líder unitario tucumano de la 
década anterior, que al llegar a Tucumán cambió de bando y se unió a los
 rebeldes. Éstos se pronunciaron contra Rosas y formaron la 
Coalición del Norte, dirigida por el ministro tucumano 
Marco Avellaneda. Intentaron extender la alianza seduciendo a los gobernadores 
Tomás Brizuela,
 de La Rioja, e Ibarra, de Santiago del Estero. Ambos eran federales, 
pero al primero lo convencieron dándole el mando militar supremo; Ibarra
 se negó.
A fines de 
1840,
 Lamadrid invadió Córdoba, donde un grupo de liberales derrocó a Manuel 
López. Incluso intentaron revoluciones en San Luis y Mendoza, pero ambas
 fracasaron.
 Campañas de Lavalle
Lavalle invadió Entre Ríos y enfrentó a Echagüe en dos batallas 
indecisas. Se refugió en la costa sur de la provincia y se embarcó en la
 flota francesa, desembarcando en el norte de la provincia de Buenos 
Aires. Esquivó al general Pacheco y se dirigió hacia Buenos Aires, 
estableciéndose en 
Merlo, y allí esperó que la ciudad se pronunciara a su favor.
Rosas organizó su cuartel general en los 
Santos Lugares —actualmente 
San Andrés, 
Partido de General San Martín— el mismo cuartel que más tarde se haría famoso por los prisioneros recluidos allí y por el fusilamiento de 
Camila O’Gorman.
 Le cerró el paso hacia la capital, mientras Pacheco lo rodeaba por el 
norte. Mientras tanto, el ejército de Lavalle se desarmaba por las 
deserciones, y la ciudad apoyó incondicionalmente a Rosas.
Entonces Lavalle retrocedió. Todos los unitarios lo criticaron mucho por esa decisión, pero realmente no podía hacer otra cosa.
La retirada de Lavalle hizo que los franceses firmaran la paz con 
Rosas y levantaran el bloqueo. Lavalle, sin apoyo naval, ocupó 
Santa Fe,
 pero su ejército seguía disminuyendo. Por su parte, Rosas lanzó en su 
persecución a Pacheco, y poco después puso a Oribe al mando del ejército
 federal.
 El terror
Cuando se supo que Lavalle huía, estalló el terror general en la 
ciudad: decenas de personas fueron asesinadas, centenares de casas 
saqueadas y las calles quedaron vacías. Los antiguos partidarios de los 
unitarios fueron perseguidos, y también los que fueran sospechosos de 
serlo, por cualquier razón. Los símbolos de los unitarios, y hasta los 
objetos de colores identificados con los unitarios - celeste y verde - 
fueron destruidos. Las casas, la ropa, los uniformes, todo lo que 
pudiera colorearse fue pintado de color rojo.
Rosas no hizo nada para detener la masacre, y posiblemente no hubiera
 podido controlarla. Sólo a fines de ese año, cuando estuvo seguro de 
que iba a ser obedecido, anunció que a cualquiera que se lo descubriera 
violando una casa, robando o asesinando sería pasado por las armas. La 
violencia se detuvo ese mismo día.
El terror del año '40 fue la culminación del uso político de la 
violencia por parte de Rosas y su partido. Algunos historiadores 
extienden la imagen de esas semanas de violencia a todo su gobierno, 
mientras que otros sostienen que no fue así. Hubo varios períodos en los
 que los opositores fueron perseguidos, pero los crímenes de todos los 
días sólo ocurrieron a fines de 1840. De hecho, Rosas usó más el terror 
como idea para presionar las conciencias que para eliminar personas.
12
En 
1842, Rosas se autoproclamó 
Tirano ungido por Dios para salvar a la patria.
13 14
 Final de la guerra civil
Lavalle se retiró hacia la provincia de Córdoba pero al entrar en ella fue derrotado en la 
batalla de Quebracho Herrado,
 lo que lo obligó a retirarse a Tucumán. Allí se reunió y se separó 
nuevamente de Lamadrid, que marchó a invadir Cuyo. El jefe de su 
vanguardia, 
Mariano Acha (el que había entregado a Dorrego en manos de Lavalle), venció a 
José Félix Aldao en la 
batalla de Angaco, pero fue rápidamente derrotado 
batalla de La Chacarilla y ejecutado al poco tiempo. Unas semanas más tarde, Lamadrid se hacía nombrar gobernador de Mendoza, munido de las 
facultades extraordinarias tan criticadas,
n 2 sólo para ser pronto derrotado en 
Rodeo del Medio. Los sobrevivientes emigraron a Chile.
Lavalle esperó a Oribe en Tucumán, y allí fue derrotado en la 
batalla de Famaillá, en septiembre de 
1841. Su aliado Marco Avellaneda fue ejecutado, y el mismo Lavalle murió en un tiroteo casual en 
San Salvador de Jujuy. Sus restos fueron llevados a 
Potosí, donde también se refugiaron los últimos unitarios del norte.
Los antirrosistas, sin embargo, tuvieron un éxito inesperado en 
Corrientes, donde el general Paz destrozó el ejército de Echagüe en 
Caaguazú.
 Desde allí invadió Entre Ríos (simultáneamente con Rivera) y se hizo 
nombrar gobernador. Un conflicto con Ferré le obligó a huir, dejando sus
 fuerzas en manos de Rivera.
Por esa época hizo algunas campañas navales el futuro héroe nacional 
italiano Giuseppe Garibaldi, que en los ríos argentinos y uruguayos asoló las poblaciones y caseríos; y aunque el almirante 
Guillermo Brown resaltó la valentía del italiano,
15 consideró la actuación de sus subordinados pirática.
n 3
En Santa Fe, Juan Pablo López se pasó al bando contrario después de 
la derrota de la Coalición del Norte, de modo que Oribe regresó y lo 
derrotó fácilmente en abril de 
1842. Se refugió junto a Rivera, en el este de Entre Ríos, donde Oribe los derrotó en 
Arroyo Grande, en diciembre de 1842.
Muchos de los prisioneros de estas batallas fueron ejecutados por 
orden de Oribe o de Rosas. Al menos, por el momento, la guerra civil 
había terminado en la Argentina.
 La década final
La historiografía liberal decimonónica argentina, que tuvo a 
Bartolomé Mitre y a 
Vicente Fidel López
 como sus máximos exponentes y difusores, suele atribuir grandes cambios
 y transformaciones a los años que siguieron a la caída de Rosas, cuyo 
gobierno habría sido un largo período de estancamiento, imagen derivada 
más bien de posturas ideológicas que de un examen atento de los hechos.
La Ley de Aduanas de 1836 tuvo una aplicación variable, y se derogó y
 volvió a aplicar según las necesidades y los bloqueos. La combinación 
de ambos procesos llevó a un gran crecimiento económico en las 
provincias interiores, siendo el caso de Entre Ríos muy claro, pero no 
exclusivo.
Si bien hubo una fuerte inmigración europea, sus características 
fueron completamente distintas de la masiva inmigración posterior a su 
caída. Llegaron inmigrantes de 
Irlanda, 
Galicia, el 
País Vasco e incluso de 
Inglaterra.
 Pero no se afincaron en colonias agrícolas sino que debieron integrarse
 en una sociedad controlada por los criollos. Muchos irlandeses y vascos
 se dedicaron a la cría de ganado ovino, y en pocos años lograron 
convertirse en propietarios. La ganadería exclusivamente vacuna fue 
reemplazada por otra, dominada por las ovejas, y en la cual el principal
 renglón de las exportaciones fue, cada vez más, la lana. Eso llevó a 
aumentar la dependencia económica respecto de Inglaterra, principal 
compradora de lana del mundo.
La sociedad argentina quedó libre de toda disidencia. Quienes no se 
unieron al partido gobernante debieron emigrar o, en muchos casos, 
fueron muertos. En el interior del país, la adhesión automática a Rosas 
fue impuesta por los ejércitos porteños o por los caudillos locales. 
Muchos de estos habían surgido como emanaciones de la voluntad de Rosas,
 como 
Nazario Benavídez en San Juan, 
Mariano Iturbe en Jujuy, 
Manuel Saravia en Salta, 
Pablo Lucero en San Luis.
Incluso fue obra de Rosas la llegada al poder de 
Justo José de Urquiza
 en Entre Ríos, pero era un caso distinto: éste era el general más capaz
 del bando federal, sólo comparable a Pacheco. Después de Arroyo Grande,
 los triunfos más importantes los había obtenido él, con tropas 
entrerrianas y algunos refuerzos porteños. En segundo lugar, era un 
hombre muy rico, y aprovechó su situación de poder para enriquecerse aún
 más. Por último, por su posición militar, Rosas se vio obligado a hacer
 la vista gorda cuando el entrerriano permitía el contrabando desde y 
hacia Montevideo.
 Política religiosa
Las relaciones con la Iglesia Católica fueron bastante complicadas: 
Rosas era un católico ferviente, pero siempre reclamó la continuidad del
 
Patronato de Indias sobre la Iglesia en la Argentina.
Recibió a los 
jesuitas en 
1836 y les devolvió algunos de sus bienes. Pero como éstos se declararan fieles al 
Papado
 en relación al patronato y se negaran a apoyar públicamente a Rosas en 
su iglesia, pocos años más tarde se enfrentaron al gobernador y hacia 
1840 estaban enfrentados al Restaurador y terminaron exiliándose en 
Montevideo.
En todas las otras iglesias, los curas apoyaron públicamente a Rosas,
 celebraron misas en agradecimiento a sus éxitos y en desagravio a sus 
fracasos; los santos llevaban insignias de color punzó y el retrato de 
Rosas figuraba entre los altares a los santos.
Rosas toleró al obispo 
Mariano Medrano,
 electo durante el gobierno de Viamonte, pero no habría aceptado ningún 
otro que no contara con su aprobación. Esto es, se consideraba 
continuador del patronato eclesiástico que habían tenido los reyes de 
España.
Uno de los hechos más famosos de su gobierno fue la aventura de amor de 
Camila O’Gorman y el cura 
Ladislao Gutiérrez, que se escaparon juntos para formar una familia. Azuzado por la prensa unitaria desde Montevideo y Chile,
n 4
 por los propios federales, e incluso por el padre de la joven, el 
gobernador ordenó inesperadamente fusilarlos, lo que se cumplió en el 
campamento de 
Santos Lugares.
 El sitio de Montevideo y una nueva rebelión correntina
Después de la victoria de Arroyo Grande, Oribe todavía tenía una 
cuenta que saldar: atacó a Rivera en el Uruguay, y se instaló frente a 
Montevideo, a la que le 
puso sitio
 con el apoyo de varios regimientos argentinos. Apoyado por Francia, 
Inglaterra y posteriormente Brasil, y defendido por refugiados 
argentinos y mercenarios europeos, Rivera logró que la ciudad resistiera
 hasta 
1851.
 La flota porteña del almirante Guillermo Brown estableció el bloqueo 
del puerto, lo que hubiera significado la inmediata caída de la ciudad 
pero la escuadra anglo-francesa al mando del Comodoro Purvis, logró 
alejar a las embarcaciones de Buenos Aires y mantener así una vía 
abierta para abastecer a la población.
Rivera fue expulsado de la ciudad, pero Oribe nunca logró capturarla.
Durante todo ese tiempo, las mejores tropas de Buenos Aires quedaron 
inmovilizadas en el Uruguay. En la historia uruguaya, este período es 
conocido como la 
Guerra Grande.
Corrientes se volvió a alzar contra Rosas en 
1843, bajo el mando de los hermanos 
Joaquín y 
Juan Madariaga, pero no lograron exportar su rebelión a las demás provincias.
16
Tras más de cuatro años de resistencia, el nuevo gobernador entrerriano Justo José de Urquiza los venció en dos batallas, en 
Laguna Limpia y en 
Rincón de Vences. A fines de 
1847, la Argentina quedó uniformemente alineada detrás de Rosas.
 El bloqueo anglo-francés
El gobierno de Rosas había prohibido la navegación por los ríos 
interiores a fin de reforzar la Aduana de Buenos Aires, único punto por 
el que se comerciaba con el exterior. Durante largo tiempo, Inglaterra 
había reclamado la libre navegación por los ríos 
Paraná y 
Uruguay
 para poder vender sus productos. En cierta medida, esto hubiera 
provocado la destrucción de la pequeña producción local, pero la única 
provincia beneficiada por esa política fue la de Buenos Aires, ya que se
 prohibía comerciar por los puertos fluviales.
Debido a esta disputa, el 18 de septiembre de 
1845
 las flotas inglesas y francesas bloquearon el puerto de Buenos Aires e 
impidieron que la flota porteña apoyara a Oribe en Montevideo. De hecho,
 la escuadra del almirante Guillermo Brown fue capturada por la flota 
británica.
La flota combinada avanzó por el río Paraná, intentando entrar en 
contacto con el gobierno rebelde de Corrientes y con Paraguay, cuyo 
nuevo presidente, 
Carlos Antonio López,
 pretendía abrir en algo el régimen cerrado heredado del doctor Francia.
 Lograron vencer la fuerte defensa que hicieron las tropas de Rosas, 
dirigidas por su cuñado 
Lucio Norberto Mansilla en la batalla de 
Vuelta de Obligado pero meses más tarde fueron derrotados en la 
batalla de Quebracho. Esas batallas hicieron demasiado costoso el triunfo, por lo que no se volvió a intentar semejante aventura.
Al saber las noticias sobre la defensa de la soberanía argentina en el Plata, el general 
José de San Martín,
 que vivía en Francia, escribió: “... Sobre todo, tiene para mí el 
general Rosas que ha sabido defender con toda energía y en toda ocasión 
el pabellón nacional. Por esto, después del combate de Obligado, tentado
 estuve de mandarle la espada con que contribuí a defender la 
independencia americana, por aquel acto de entereza, en el cual, con 
cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra anglofrancesa, que pocos o 
muchos, sin contar los elementos, los argentinos saben siempre defender 
su independencia.” Ernesto Quesada, 
La época de Rosas. Ediciones Del Restaurador, Buenos Aires, 1950, pág. 63.
Ya en su testamento redactado el 23 de enero de 
1844 —un poco más de un año y medio antes de Obligado— ya había legado su 
sable corvo, la espada más preciada que tenía, la que había usado en 
Chacabuco y 
Maipú, al gobernador Rosas, el que la recibirá después del fallecimiento del libertador.
"El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia 
de la América del Sud, le será entregado al General de la República 
Argentina don Juan Manuel de Rosas como una prueba de la satisfacción 
que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el
 honor de la República contra las injustas pretensiones de los 
extranjeros que trataban de humillarla."17 n 5
Gran Bretaña levantó el bloqueo en 
1847, aunque recién en 
1849,
 con el tratado Arana-Southern, no se concluyó definitivamente este 
conflicto. Francia tardó un año más, hasta la firma del tratado 
Arana-Lepredour. Estos tratados reconocían la navegación del río Paraná 
como 
una navegación interna de la Confederación Argentina y sujeta 
solamente a sus leyes y reglamentos, lo mismo que la del río Uruguay en 
común con el Estado Oriental.
Véase también: Batalla de la Vuelta de Obligado y Batalla de Quebracho
 La caída
Después de la retirada de Francia y 
Gran Bretaña, Montevideo sólo dependía del 
Imperio del Brasil
 para sostenerse. Éste, que era garante de la independencia de Uruguay, 
había abusado de esa condición en provecho propio. Rosas consideró 
inevitable una guerra con Brasil, y pretendió aprovecharla para 
reconquistar las 
Misiones Orientales. Declaró la guerra al Imperio y nombró comandante de su ejército a Justo José de Urquiza.
Varios personajes del partido federal acusaron a Rosas de lanzarse a 
esta nueva aventura sólo para eternizar la situación de guerra que éste 
usaba como excusa para no convocar una convención constituyente.
Los más inteligentes de sus opositores se convencieron de que no se 
podía vencer a Rosas sólo con los unitarios. El general Paz, por 
ejemplo, creía que alguno de sus caudillos subalternos era quien lo iba a
 derribar; y pensó en Urquiza.
Urquiza no sentía ningún anhelo de libertad diferente del de Rosas, 
aunque su estilo era distinto en varios aspectos. Pero a fines del año 
1850,
 Rosas le ordenó que cortara el contrabando desde y hacia Montevideo, 
que había beneficiado enormemente a Entre Ríos en los años anteriores.
n 6
 Afectado económicamente, ya que el paso obligado por la Aduana de 
Buenos Aires para comerciar con el exterior era un problema económico de
 magnitud para su provincia, Urquiza se preparó a enfrentar a Rosas.
Pero no pretendió derrotar a un enemigo tan poderoso a la manera de 
los unitarios, lanzándose a la aventura; tras varios meses de 
negociaciones, acordó una alianza secreta con Corrientes y con el 
Brasil. El gobierno imperial se comprometió a financiar sus campañas y 
transportar sus tropas en sus buques, además de entregar enormes sumas 
de dinero al propio Urquiza para su uso personal, podemos creer que 
destinado a fines políticos.
El 1º de mayo de 
1851, lanzó su 
Pronunciamiento,
 por el que reasumió la conducción de las relaciones exteriores de su 
provincia, aceptando inesperadamente la renuncia que todos los años 
Rosas hacía de las mismas.
n 7
Urquiza tampoco se lanzó directamente sobre su enemigo, sino que 
primero atacó a Oribe en Uruguay. Lo obligó a capitular con él y 
entregar el gobierno a una alianza de los disidentes de su partido con 
los 
colorados de Montevideo. A continuación se apoderó del 
armamento argentino que formaba parte de las fuerzas de Oribe… y de sus 
soldados, que fueron incorporados al 
Ejército Grande de Urquiza como si fueran ganado.
Sólo entonces, Urquiza se trasladó a Santa Fe, derrocó allí a Echagüe
 y atacó a Rosas. Tras la defección de Pacheco, Rosas asumió el comando 
de su ejército,
n 8 al frente del cual fue derrotado en la 
batalla de Caseros, el 3 de febrero de 
1852.
Tras la derrota, Rosas abandonó el 
campo de batalla
 — acompañado sólo por un ayudante — y firmó su renuncia en el "Hueco de
 los sauces" (actual Plaza Garay de la ciudad de Buenos Aires):
" Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros. Si 
más no hemos hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra 
identidad, y de nuestro honor, es porque más no hemos podido."
Muchos años más tarde, Urquiza declararía, en una correspondencia particular:
"Toda mi vida me atormentará constantemente el recuerdo del inaudito 
crimen que cometí al cooperar, en el modo en que lo hice, a la caída del
 General Rosas. Temo siempre ser medido con la misma vara y muerto con 
el mismo cuchillo, por los mismos que por mis esfuerzos y gravísimos 
errores, he colocado en el poder."18
 Exilio y muerte
Tumba de Rosas en el Cementerio de la Recoleta.
 
 
 
Rosas se refugió en el consulado británico, la tarde del día siguiente, protegido por el cónsul británico 
Robert Gore, partió hacia Inglaterra en el 
buque de guerra británico 
Conflict. Se instaló en las afueras de Southampton.
n 9
 Allí vivió en una granja obsequiada por el gobierno inglés, donde 
intentó reproducir algunas de las características de una estancia de la 
pampa. Fue otra de las tantas contradicciones de su vida, al buscar 
refugio en un país con el que estuvo repetidamente en conflicto.
En su exilio recibió muy pocas visitas, pero escribió un buen número 
de cartas a quienes habían sido sus amigos. En general, trataban de su 
situación económica, de testimonios sobre su propia vida y en algunos 
casos tocaba temas de política actual.
Complicando aún más su propia imagen, ya bastante controvertida, 
escribió a Mitre que lo que le convenía a Buenos Aires era separarse del
 resto del país y establecerse como una nación independiente.
n 10 Nunca aprendió a hablar inglés ni ningún otro idioma.
n 11
Murió en el 
exilio el 14 de marzo de 
1877, acompañado por su hija Manuelita, en su finca de Southampton, Inglaterra.
Cuando la noticia de su muerte llegó a Buenos Aires, el gobierno 
prohibió hacer ningún funeral ni misa en favor de su alma, y organizó un
 inusual responso por las víctimas de su "tiranía".
Memorial en 
Southampton en el Old Cemetery (Cementerio antiguo).
 
 
 
Sus restos fueron repatriados a la Argentina el 1 de octubre de 
1989 y reposan actualmente en el panteón familiar del 
Cementerio de la Recoleta en la Ciudad de Buenos Aires.
 Después de Rosas
Después de la caída de Rosas, Urquiza se apresuró a reunir el 
Congreso Constituyente de Santa Fe, que sancionó la 
Constitución Argentina de 1853, del 1° de mayo de ese año. Y al año siguiente asumió como 
presidente
 de la Argentina. Pero la provincia de Buenos Aires, dominada por los 
unitarios (y muchos antiguos colaboradores de Rosas) se negó a 
participar en esa Constitución y se separó del país.
Este fracaso, y las largas guerras civiles que siguieron, por lo menos hasta 
1880 (en las cuales participaron miembros del partido federal hasta 
1873),
 justificaron el descreimiento de Rosas en la esperada acción 
pacificadora y modernizadora de la constitución que había combatido.
Tampoco hubo un cambio significativo en las costumbres políticas ya 
que los gobernantes que lo sucedieron, que se habían opuesto a su 
régimen quejándose de las persecuciones sufridas, hostigaron con extrema
 crueldad a sus opositores, a quienes negaron los derechos más 
elementales, ejecutando a muchos de ellos con la excusa de que no eran 
partidarios en armas, sino simples bandidos.
Los críticos más emblemáticos de Rosas y su gobierno fueron políticos
 de ideología liberal como Alberdi (aunque este luego cambiaría en parte
 su opinión), Mitre y Sarmiento. Éstos habían debido emigrar en ese 
período hacia otros países, como Uruguay y Chile. Tras la batalla de 
Caseros, todos ellos regresaron juntamente con los cientos de exiliados a
 causa del rosismo. El pensamiento de Alberdi y su obra 
Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, conjuntamente con el modelo 
estadounidense, y las constituciones argentinas anteriores fueron la génesis de la nueva Constitución Nacional.
Los restos de Rosas recién fueron repatriados en el año 
1989 y poco después se construyó su primer monumento en Buenos Aires, en la Plaza Intendente Seeber, en 
Palermo.
Algunos pueblos de la Argentina (e incluso una avenida de 
San Carlos de Bariloche)
 recuerdan al Restaurador, pero en la ciudad de Buenos Aires no existe 
ninguna calle con su nombre, ni tampoco hay pueblo alguno que lo lleve. 
En la localidad de 
Morón (Buenos Aires)
 existe la calle Ortiz de Rosas, cercana al Cementerio de Morón, y 
también, la avenida Brigadier General Juan Manuel de Rosas, siendo la 
avenida donde se encuentra ubicado el único shopping de la zona. 
Actualmente, el Estado Argentino manifiesta el reconocimiento a la 
figura de Rosas incluyendo su imagen en los billetes de 20 
pesos de curso legal.
 Véase también
 Notas
- ↑ Es
 sintomático que la historia mencione a Rivadavia como fundador del 
Banco, cuando Rosas lo disolvió y lo reemplazó por otro con una 
estructura y una distribución accionaria completamente distinta.
 
- ↑ No
 fue el único caso, ya que en cada crisis se le concedieron a casi todos
 los gobernadores, como Martín Rodríguez, Paz, Avellaneda y muchos 
otros. Lo que nadie había otorgado hasta entonces había sido la suma del poder público.
 
- ↑ El almirante Brown, textualmente: "La
 conducta de estos hombres, excelentísimo señor, ha sido bien de 
piratas, pues que han saqueado y destruido cuanta casa o criatura caía 
en su poder." Parte del combate naval de Punta Brava, publicado en 
La Gaceta Mercantil del 20 de septiembre de 1842. Citado en Adolfo 
Saldías, Historia de la Confederación Argentina, reeditado parcialmente como Por qué se produjo el bloqueo anglofrancés, Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1974, pág. 27.
 
- ↑ Un
 claro ejemplo fue una carta escrita por puño y letra de Sarmiento, el 
cual difamó públicamente la imagen de Rosas, aduciendo que "la tiranía 
de Rosas era cuplable de corromper la moral de la mujer argentina", 
inquiriéndole que "fusile a Camila O'Gorman, y a su prohibido amor, un 
sacerdote de nombre Ladislao Gutiérrez", por haber tenido una relación 
mal vista socialmente.
 
- ↑ Rosas, a su vez, habría de legar su propio sable a Francisco Solano López en una disposición testamentaria del 17 de febrero de 1869, con estas palabras: "Su
 excelencia el generalísimo, Capitán General don José de San Martín, me 
honró con la siguiente manda: la espada que me acompañó en toda la 
guerra de la Independencia será entregada al general Rosas por la 
firmeza y sabiduría con que ha sostenido los derechos de la Patria. Y 
yo, Juan Manuel de Rosas, a su ejemplo, dispongo que mi albacea entregue
 a su Excelencia el señor Gran Mariscal, Presidente de la República 
Paraguaya y Generalísimo de sus ejércitos, la espada diplomática y 
militar que me acompañó durante me fue posible defender esos derechos, 
por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido y sigue sosteniendo los 
derechos de su Patria".
 
- ↑ José
 María Rosa afirma que el verdadero beneficiario del contrabando era 
Urquiza, no su provincia, y que la mayor parte de ese contrabando era 
financiado por éste. Véase El Pronunciamiento de Urquiza, 1960.
 
- ↑ Esta
 renuncia periódica de la representación de las provincias en el 
exterior estaba destinada a ratificar el poder del gobernador de Buenos 
Aires.
 
- ↑ Fue
 un terrible error: Rosas era un gran político y un buen estratega 
militar, pero como táctico en una batalla no era en absoluto capaz de 
enfrentar a Urquiza, uno de los más destacados militares de la historia 
argentina.
 
- ↑ Actualmente, el sitio —entonces un pueblo separado de la ciudad— se encuentra dentro de la ciudad de Southampton.
 
- ↑ José
 María Rosa observa que esta repudiable actitud quizá haya hecho sin 
querer un gran servicio a su país: los dirigentes porteños se empeñaban 
en hacer lo contrario de lo que hubiera hecho Rosas; este consejo, 
viniendo de Rosas, puede haber influido en la decisión de no separar 
formalmente el Estado de Buenos Aires de la Confederación.
 
- ↑ A mediados del siglo XX, Fermín Chávez
 creyó descubrir una novelita romántica en francés escrita por Rosas. El
 uso de este idioma, el tema casi feminista que trataba y el ambiente 
puramente europeo del texto parecen desmentir tajantemente la 
autenticidad del mismo.
 
 
 Referencias
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- Sulé, Jorge Oscar, Rosas y sus relaciones con los indios. Ed. Corregidor, Bs. As., 2007.
 
 Enlaces externos
 Wikimedia Commons alberga contenido multimedia sobre Juan Manuel de Rosas.  
 Wikisource contiene obras originales de Juan Manuel de Rosas. 
 Wikiquote alberga frases célebres de o sobre Juan Manuel de Rosas.  
- Biografía de Rosas por Felipe Pigna.
 
- saber.golwen.com.ar/elrgimen.htm (“El régimen de Juan Manuel de Rosas (1829-1832 y 1835-1852)”, por Patricia Sepúlveda).
 
- Ar.Geocities.com/PaginaJoseMariaRosa (“En torno a Rosas”, por José María Rosa).
 
- ODonnell-Historia.com.ar/Anecdotario/JuanMdeRosasParte%20I.htm (“Juan Manuel de Rosas, el maldito de la historia oficial”, por Pacho O'Donnell).
 
- Gobierno de Juan M. de Rosas (1835 - 1952).
 
-  - SAN MARTÍN, ROSAS Y PERÓN -
“No nos lloren, crezcan”
“San Martín para poder organizar su ejército en Mendoza, debió vencer muchas veces el sabotaje y los ataques insidiosos de los traidores que llegaron a destituirlo de su cargo de Gobernador Intendente de Cuyo. A lo largo de su vida fue siempre perseguido por los agentes de la traición, al punto de verse obligado a vivir la mitad de ella en el destierro. Es curioso que Bernardino Rivadavia, su peor enemigo, haya sido quien contrató el primer empréstito en Londres.
El Gobierno del Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas es, sin duda, la elocuencia más evidente de esa sorda lucha. El debió enfrentar, no solo el ataque de las escuadras inglesa y francesa, sino también a los traidores de adentro aliados a los enemigos externos de la Patria, hecho que hiciera reclamar al general San Martín, que ni el sepulcro podría borrar para ellos semejante infamia y que lo impulsara a donar su espada a Rosas como reconocimiento de argentino a su labor en defensa de la dignidad e integridad de la Patria, no solo contra los enemigos externos sino también contra los traidores emboscados (de esta carta seguro se hizo eco Rosas, con “ Viva la Santa Federación, mueran los salvajes unitarios”).
La dictadura (Aramburu/Rojas), ha invocado la “Línea Mayo-Caseros” que manifiesta seguir. Es indudable que su confección es real. Ellos como Alzaga, Alvear, etc, los enemigos de Rosas, tienen su línea indiscutible; la de la traición a la Patria. (…) Caseros no es una derrota de una concepción política sino la circunstancial de un hombre. Se triunfó militarmente sobre un gobernante (Rosas), pero se reinició al país en el camino de la tragedia (…), Caseros no fue la liberación de la dictadura sino la declinación del sentido nacional de personalidad y soberanía. No fue el triunfo de una doctrina nuestra, sino la imposición por la fuerza de un espíritu formado en filosofías e intereses extraños. No fue una revolución interna, sino una conjuración extranjera que persiguió el debilitamiento argentino y que explotó hábilmente las ambiciones políticas de segundones y adversarios.
Urquiza había de ser el brazo ejecutor de la intriga contra la Patria, asumiendo una aptitud que la historia no puede juzgar con indulgencia (…) las fuerzas brasileñas entraron en Buenos Aires desplegando la bandera imperial el 20 de febrero, aniversario de Ituzaingó. Las fuerzas brasileñas desfilaron por las calles porteñas festejando la victoria.
En Caseros, se inició el proceso de declinación política, económica y moral que abrió al país una etapa dramática de anarquía y desconcierto. La conciencia que triunfó en Caseros fue extraña a la continuidad histórica de la Nación.”
Fragmento de “Los Vendepatria”, Juan D. Perón