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Comenzaba la primavera por este lado de Occidente, era septiembre del año 1962.
Con  ese paisaje se desvelaban las guitarras trasnochadas de humo, asado,  vino, aguardiente y canción, en las abiertas noches estrelladas.
Cantaban  “Los Chilicotes” (grillos en lengua aborigen), cuatro jóvenes dotados  de fresca y hermosa voz, y que noche a noche adornaban su pobreza con  los mejores lujos de una vidalita, una chacarera, una zamba, una milonga  campera, o de alguna otra nostálgica canción del folklore tradicional. Y  en el silencio, todo parecía mas bello, cuando el viento se llevaba,  coplas del tiempo aquél, que se sumaban al misterio de la noche.
Se  acompañaban con la guitarra, pero las voces del instrumento, más que  oírse, se adivinaban en los intervalos y pausas. Solo las voces, como  enredaderas, trepaban por los hilos de la luna, para devolverle al  viento, los viejos cantares de las pampas.
“Caminito largo, vidalitá
De los sueños míos.
Por él voy andando, vidalitá,
Corazón herido”
Estos  viejos recuerdos, duermen en mi corazón, desde hace muchísimo tiempo.  Alguna vez asomaron como duendes apiñados sobre mi existencia, sobre  todo, cuando, hombre ya, y luego de muchos años regresé de visita a mi  pueblo natal que festejaba su centenario y oía a un grupo de niñas  cantando, con el susurro del viento, bajo la luna, una de mis zambas.  (de esas que quedaron en el olvido popular) 
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